Los Males se Ciernen sobre MonteLukast

38 33 1
                                    

I

Los días fueron pasando, hasta que la tía Isabel decidió que era momento de ir al banco. Se había levantado temprano, con el corazón un tanto acelerado y la mente llena de pensamientos contradictorios. Sabía que debía hacer esos trámites, pero había algo en el aire que le provocaba una inquietud profunda.

Al llegar a la sucursal, Isabel se encontró con una larga fila. Un grupo de personas parecía compartir su mismo apuro, cada uno sumido en sus propios pensamientos y preocupaciones. A pesar de la multitud, ella optó por esperar. Se colocó al final de la fila con una cierta resignación, sintiendo como si cada minuto que pasaba se llenara de preguntas sin respuestas.

Mientras aguardaba, pensó en la noticia que podría recibir. Era algo que había estado temiendo, un posible cambio en su situación financiera que podría afectar su vida cotidiana. La incertidumbre era un peso que llevaba en el pecho; sus pensamientos viajaban desde lo peor a lo mejor, aunque, en el fondo, sabía que tenía que prepararse para lo que sea que le dijeran.

Observó a las personas a su alrededor. El señor de enfrente se quejaba del tiempo que tardaba en ser atendido, una madre trataba de calmar a su hijo, y otra mujer repasaba nerviosa unos documentos en su mano. Cada uno parecía distraído en su mundo. Isabel se sentía sola en el suyo, sumida en su ansiedad.

Pasaron los minutos y, aunque los demás parecían impacientarse, ella mantuvo la calma. Tomó un profundo respiro y se recordó a sí misma que ya había pasado por situaciones difíciles antes. Cerró los ojos brevemente e intentó enfocarse en algo positivo, una memoria alegre que le trajera paz.

En esos momentos hacia falta la presencia de Clara, ella sabría qué hacer.

Finalmente, el turno le llegó. Se acercó al mostrador, su corazón latiendo con fuerza. A pesar de la espera, de la ansiedad acumulada, sabía que debía enfrentar lo que viniera. Con un leve temblor en las manos, entregó los documentos necesarios y esperó la respuesta, con el temor de que la noticia que pudiera recibir cambiaría el curso de su vida. Era el momento de conocer su destino, un momento que había sido tanto anhelado como temido.

Había decidido que era el momento de aclarar una serie de dudas que la habían estado atormentando desde que recibió esa carta inesperada en su casa. Aunque la misma era dirigida a Andrew, él no estaba para esconderla de ella. Cuando finalmente la llamaron, se levantó, ajustándose la chaqueta y respirando hondo, tratando de calmar su creciente inquietud.

Al entrar en la oficina, se enfrentó a un hombre de mediana edad, con una sonrisa cordial, que se presentó como el encargado de atención al cliente. El ambiente era formal, con el aroma a café recién hecho y el sonido lejano de impresoras y teléfonos. La luz del sol se filtraba a través de las ventanas, iluminando la habitación con un brillo cálido.

—Buenos días, señora Isabel. ¿En qué puedo ayudarla hoy?, — dijo él, con una voz amable pero profesional.

Ella tomó asiento y se aseguró de que su voz no titubeara mientras hablaba.

—Hola, necesito información sobre la hipoteca de la casa de Andrew Corales. Recibí una carta que menciona que hay cuotas atrasadas, y realmente no sé qué hacer.

El encargado de atención al cliente asintió, tomando nota en su computadora.

—Entiendo, permítame un momento para revisarlo. — Sus dedos comenzaron a teclear con rapidez mientras Isabel observaba el rostro del hombre, buscando alguna señal de que la situación no era tan grave como temía.

Maldita FamiliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora