Maldita Familia

Primicia en los Periódicos

"No le tengo miedo a la muerte,
a lo que sí le tengo miedo
es al trance, el ir hacia allá.
Confieso que tengo curiosidad
por saber de qué se trata."

Atahualpa Yupanqui

I

¡Maldito día impredecible! ¿De qué vale tener una agenda si todo se descontrola a última hora?

La casa de los suburbios se erige con un encanto singular, rodeada por un jardín bien cuidado que le otorga vida y color. Su fachada, de un cálido tono beige, se ve realzada por molduras de un blanco inmaculado que enmarcan las ventanas y la puerta principal. Las contraventanas, pintadas de un alegre azul celeste, añaden un toque de frescura y contrastan armoniosamente con el paisaje.

El techo a dos aguas, cubierto de tejas rojas, refleja el sol de la tarde, mientras que una chimenea de ladrillo asoma en un lateral, evocando la calidez de un hogar acogedor. La puerta de entrada, robusta y de madera maciza, está adornada con un picaporte antiguo que invita a cruzar el umbral. A los lados, dos faroles de hierro forjado iluminan suavemente la entrada al caer la noche.

Las ventanas son amplias, con marcos de madera que permiten que la luz natural inunde el interior. En cada una, se asoman macetas con flores de colores vibrantes, que parecen bailar al ritmo de la brisa. Un camino de piedra, bordeado por pequeñas plantas aromáticas, conduce desde la acera hasta la puerta, invitando a los transeúntes a detenerse un momento y disfrutar de la belleza de la escena.

El silencio del suburbio se mezcla con el murmullo de las hojas y el canto lejano de los pájaros, creando una atmósfera de tranquilidad. La fachada de esta casa, con su personalidad acogedora y sus detalles encantadores, refleja no solo un hogar, sino un lugar donde resuenan risas, sueños y memorias. En entrada a la escena tenemos a una joven Madre, recientemente enviudada, la cual sale de la acomodada casa, cabina con aire tranquilo y pausado mientras su hijo Lewis practica sus lecciones de manejo, al tratar de sacar con sabia precisión el carro del garaje.

—¿Lo estoy haciendo bien, mamá? — pregunta el joven con lentes y cabello impregnado de gel.

—¡Un poco más a la derecha!

—¿Así?

—¡Ahora un poco más a la izquierda, Hijo!

—¿Hacia allá?

—¡No, hacia acá?

Luego de tantas recomendaciones confusas y direcciones inconclusas, el carro por fin pudo llegar a la esquina de la carretera. Había sido un excelente hazaña y con buen rendimiento, a pesar de ser su primera vez frente al volante.

—Perfecto... ¡Asi se hace! — exclamó la madre aplaudiendo.

Lo más seguro es que una mala jugada de los acreedores se esté planeando por el destino, para arruinar el día tan sabiamente planeado por Clara.

Podemos imaginarla paseando descalza sobre la hierba suave y fresca, sintiendo la conexión directa con la tierra. Cada paso resuena con un ligero ruido, casi como un susurro de felicidad. En la distancia, escucha el murmullo de un arroyo, donde el agua cristalina fluye serenamente, reflejando el cielo brillante y jugando con piedras pulidas por años.

Más allá, la brisa suave lleva consigo el aroma de una deliciosa merienda en el parque. La manta extendida invita a sentarse, a compartir risas y buenos momentos con amigos y seres queridos. El sonido de las risas se mezcla con el tintineo de copas al brindar, y en cada sorbo de bebida helada, se siente la chispa de la alegría.

El tiempo parece detenerse. Cada instante es perfecto. Los niños corren en el fondo jugando, sus gritos de felicidad se sienten contagiosos. Un par de mariposas, con sus alas iridiscentes, revolotean alrededor, como si quisieran unirse a la celebración de este día hermoso.