Maldita Familia

La Iglesia no era Iglesia después de Todo

I

Lewis y La Tía Isabel caminaban por la acera, la tarde comenzaba a oscurecer y el aire llevaba consigo una mezcla de aromas que evocaban recuerdos. La risa de su tía resonaba cuando hablaba de una anécdota de su infancia, pero el ambiente cambió abruptamente al llegar a la puerta de su casa. Una furgoneta de policía estaba estacionada frente a su hogar, y varios oficiales entraban y salían mientras revisaban cada rincón.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Lewis, sintiendo una punzada de inquietud en el estómago.

Su tía Isabel lo miró preocupada, con una mezcla de indignación y temor, mientras su mente trataba de entender lo que estaba sucediendo. Sin esperar respuesta, avanzó hacia la puerta, decidida a enfrentar la situación.

—¡Ustedes! —gritó, plantándose frente a dos oficiales que estaban revisando el contenido de un cajón en la sala—. ¿Qué creen que están haciendo en mi casa?

Los policías apenas la miraron; uno de ellos, con una expresión seria, respondió:

—Estamos realizando una investigación. No es conveniente que interfiera. Tenemos una orden firmada por la Señora Milagros Claire.

Isabel quedó perpleja, Pero Lewis se sintió hinchado de magnanimidad cuando empezó a ver la Justicia frente sus ojos. Es irónico que a un chico con Asperger nunca le hubieran creído, pero a una anciana desquiciada sí.

—¿Interferir? ¡Esta es mi casa! —replicó Isabel, con voz temblorosa pero firme—. Exijo que se vayan ahora mismo.

—Esta casa no era suya, ni de Andrew Corales, es de Milagros Claire, y ella nos firmó un poder, por favor, retírese.

Lewis se quedó atrás, observando la escena con creciente desconcierto. Justo cuando iba a intervenir, uno de los oficiales sacó un documento y, mostrándoselo a Isabel, dijo:

—Además, también estamos aquí por orden de los padres de Valentina Heredia. Ha habido denuncias sobre el comportamiento indecente de su marido Andrew y la posibilidad de que ella esté en peligro.

La mención de Valentina provocó que una sombra pasara por el rostro de Lewis. Recordaba cada instante de su relación con ella, cada risa y cada lágrima. Valentina, la dulce y soñadora joven que había sido parte importante de su vida, ahora se convertía en el centro de una tormenta.

Pero sabía que estaba en el extranjero con su novio Irlandés o australiano.

—¿Peligro? ¡Eso no tiene sentido! —gritó Isabel—. Valentina está bien, estoy segura de eso, ella hace mucho que se fue al Extranjero. ¡Váyanse a investigar a otro lado!

Los policías intercambiaron miradas, pero su orden era clara y no estaban dispuestos a retirarse. La tía Isabel, furiosa, intentó avanzar hacia ellos, pero fue detenida por el brazo de uno de los policías.

—Lo siento, señora. Estamos siguiendo un protocolo.

Lewis sintió que la angustia se apoderaba de él. ¿Qué estaba pasando con Valentina? ¿Cómo podía estar involucrada en algo así? ¿Y si en realidad nunca se había escapado con otro chico?

Mientras el caos se apoderaba de su casa, la mente de Lewis viajaba al pasado, recordando tiempos más simples, cuando Valentina sonreía y todo parecía posible. Pero ahora, la realidad era cruda y fría, y los recuerdos de su antigua novia eran reemplazados por una sombra de preocupación y desasosiego.

II

Con un profundo suspiro, Lewis se acercó a La Tía Isabel, sabiendo que la pelea no estaba inspirada en la razón, sino en la desesperación de cuidar lo que más amaba. Y mientras la policía revisaba cada rincón de su hogar, la incertidumbre sobre el destino de Valentina flotaba en el aire, creando un ambiente tenso y angustiante que no parecía tener fin.