Capítulo 23

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—Señorita Alba ¿Me está escuchando?

Me obligo a sonreírle al hombre de cabello rizado frente a mí y tomo el informe que me dió para colocarlo a mi lado. Lo revisaré después.

—Por supuesto —respondo, aunque varias cosas que ha dicho se me han pasado por completo. Agradezco que Beatriz a mi lado esté tomando notas de todo— ¿Algo más que quiera agregar?

—La verdad, si. Aún tenemos que discutir sobre las proyecciones y presupuestos.

El dolor de cabeza se asentúa aún más, la frustración de querer terminar esta reunión se me junta con eso y siento que mis ojos se llenan de lágrimas. Las aparto pestañeando disimuladamente.

—Entiendo —asiento forzando aún más la sonrisa.

Antes de prestarle atención otra vez, rebusco en mi bolso hasta que doy con un pañuelo, mas no encuentro lo otro que necesito.

—Beatriz —me giro a verla— ¿Te molestaría traerme una botella de agua?

No me gusta pedirle este tipo de cosas que puedo hacer yo misma. Ella relaja su expresión molesta y me sonríe de manera tensa también.

—En lo absoluto, señorita ¿Le gustaría que tuviera hielo? —pregunta de manera sugerente, comprendiendo lo que necesito.

—Si, por favor.

Ella asiente una vez más antes de dejar su cuaderno encima de mi escritorio y se dirige a la puerta.

—¿Continuamos? —inquiero y el sujeto frente a mi asiente ajeno a mi situación de dolor de cabeza infernal.

—Claro.

Los siguientes quince minutos transcurren igual de lentos y agonizantes. Beatriz no tardó mucho en volver con la botella de agua helada que le pedí, pero no pude usarla como pretendía por el simple echo de no querer hacerlo delante de otro de mis empleados.

Cuando llegamos a la conclusión final, casi suelto un sonido de alivio.

—Entonces eso es todo por hoy con usted —digo y me pongo de pie para despacharlo como siempre hago.

El mundo gira cuando me pongo en pie. La cabeza me da vueltas por un segundo, siento las piernas débiles y tengo que sujetarme de la mesa disimuladamente cuando una me falla cuando doy un paso hacia adelante.

Beatriz pone una mano en mi hombro y me da un ligero apretón. Su rostro detona molestia que ignoro para acompañar a mi responsable financiero a la puerta.

—Si surge algo más le avisaré —me dice.

—Eso espero —le doy una última mirada antes de cerrar la puerta y soltar un suspiro—. No digas nada al respecto.

Advierto cuando Beatriz cruza sus brazos sobre su pecho. El calor baja por mi cuello y las palpitaciones en las sienes son lo próximo después del término "molestas".

Me dirijo de nuevo a mi asiento, tomo el pañuelo de mi bolso y lo humedezco ayudándome del hielo. Suelto un suspiro cuando siento el contraste de temperatura en mis sienes, frente y también lo bajo a mi cuello.

—Recuerdo haberte dicho en varias ocasiones que soportar dolores de cabeza nunca ha sido bueno —dice Beatriz y me abstengo de blanquear los ojos. Eso solo empeoraría las punzadas.

—Y yo recuerdo haberte dicho que no dijeras nada al respecto —digo sin verla y humedeciendo el pañuelo una vez más.

—Tu salud no es un juego, Sarai. No deberías estar aquí, deberías irte a tu departamento a descansar.

Perverso Brillo (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora