Prólogo

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"Nunca digas que amas a alguien si nunca has visto su ira, sus malos hábitos, sus creencias absurdas y sus contradicciones, todos pueden amar una puesta de sol y la alegría, sólo algunos son capaces de amar el caos y la decadencia"

Mario Vargas Llosa
(Premio Nobel de literatura)

Nicholas pensaba que la vida estaba teñida de blanco y negro. Negro, por su padre, avaro y crítico. Blanco, por su madre, quien solo le acariciaba la cabeza hasta quedarse dormido tarareando alguna que otra agridulce canción de cuna, de esas que hablaban de un monstruo horrible, el cual te llevaría si no te quedabas dormido, acompañando de una dulce melodía.

Él siempre fue consciente de todas las cosas, siempre supo que había gente que estaba por encima y gente que estaba por debajo. No es que él se haya hecho parte de algún extremo, pero le gustaba vivir en los grises.

Vivió siempre en el medio, vio muchas injusticias y premiaciones y en ambas ocasiones se quedaba oculto en las sombras con las manos en los bolsillos y aplaudiendo cuando se requería.

Él, inmaculado y perfecto, no esperaba menos de una compañera de vida. Creía que era un simple trámite, algo como tener una cédula de identidad, algo como respirar y pensar.

Era un hecho, era lo normal.

Tenía demonios como cualquier otro, pero los mantenía bajo una llave que ni él sabía dónde encontrar, le gustaba llamar a esa caja; Pandora. Porque nunca la abriría, no hacía falta. Él no se haría eso.

Él vivía siempre en marcha, siempre hacia adelante, con la vista en el horizonte y siempre con un pie por delante del otro. Quería vivir, reproducirse y morir. Completar el ciclo de la vida que tanto se le había presentado.

Aceptar su final era más sencillo que forjarse un camino.

Marianne parecía ser su compañera ideal. Hablaba cuando él callaba (que eran todas y cada una de las veces) y daba el suficiente contacto físico como para hacer algún tipo de sinapsis en su cerebro tan limitado por ese extremo.

El del "amor".

Le agradaba el color rojo de su cabello y lo bien que se llevaba con sus padres. También le gustaba que ella no había removido nada en la simpleza de su existencia. Cada recuerdo, cada vivencia, cada sentimiento o la falta de aquello se quedó tal cual estaba. En pausa. Como adormecidos. Ella no lo complicaba, no lo presionaba, no le hacía dar más de lo que daba.

Perfecta. O al menos era lo que él pensaba.

Hasta que la vio a ella, con sus ojos dorados casi color whisky, mirando directamente en la simplicidad del café de los suyos, y fue entonces cuando tembló en su corazón por primera vez en su vida a sus no tan escasos 25 años.

Pensó que le iba a dar un infarto, que se estaba descompensando, que no había comido o dormido lo suficiente, trató de ponerle lógica a tal desconocido suceso.

Pero no pudo hacerlo.

Cuando él la conoció a ella el mundo se tornó de colores vivos, las flores por fin eran rojas, rosa, violetas y amarillas, el pasto por fin era verde y el cielo por fin era azul.

Aquel día, cuando su vida cambiaría para siempre, llovía con fuerza, él intentó cubrirse con su abrigo y correr hasta su auto, pero sus hombros colisionaron con fuerza. Nicholas no se movió ni un centímetro, pero Grace se cayó de culo sobre el asfalto mojado, tirando todos sus papeles por el aire, dejando un alboroto alrededor de la perfecta vida del profesor.

<<lo siento>> le había dicho ella a duras penas. Pues le costaba hablar, porque no hace muy poco había llorado a mares por un asunto familiar.

Prohibido | Nicholas Chavez (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora