Capítulo Doce

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"Para pensar en ti necesito del prestigio de tus ojos que me acepten, que me reciban con dulzura, porque para pensar en ti necesito tu permiso, tu consentimiento, necesito que me digas que estás bien dentro de mí, que sientes alegría de saberte en mí, aun cuando no estés conmigo, aun cuando me esté vedado todo acceso a ti"

Alejandra Pizarnik

La besé, y me besó

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La besé, y me besó.

Totalmente fuera de control, e igualando mi intensidad, como si también sintiera lo mismo, como si también hubiera esperado tanto tiempo como yo.

Fue un momento que se filtró por las grietas de mi corazón como lo había hecho ella, todo de ella, hasta el más insignificante de sus pestañeos y sus suspiros, todos esos momentos pasaron por las rendijas de mi corazón y jamás encontrarían el camino de vuelta. Era innegable. Estaba enamorado de ella.

Sabía que no era un sueño, que estaba sucediendo en realidad, porque jamás podría evocar en mi cerebro algo ni siquiera cerca de la sensación que me daban sus besos.

Mi subconsciente jamás podría quitarme el aire y hacerme llegar al cielo, no era un escenario ficticio, era ella, de carne y hueso.

Sus labios eran suaves y dulces, pero feroces al mismo tiempo. Su lengua se enredaba con la mía en un total desespero. Fue el mejor beso de mi vida. Me azotó fuerte, como un relámpago en la arena formando una hermosa figura de cristal que se incrustó en mi pecho. Jamás volvería a ser el mismo de antes. Ella me cambió, tan sólo con ese breve momento. Uno que quería repetir sin fin, una y otra vez.

Amé verla sonrojada y con los labios enrojecidos, se veía hermosa así. Besada por mí.

Sin aire, por mí, con sus ojos dorados oscurecidos por mí.

Mía.

Pero luego, cuando mi corazón aún latía con fuerza, y las manos me seguían temblando, todo se derrumbó. Por Marianne. No sabía en qué clase de persona se había convertido, pero esta no era ella.

Jamás había visto su lado psicótico, jamás supe lo fuerte que podía aferrarse a algo, aún cuando no había nada a lo que aferrarse.

Marianne vivía de ilusiones, unas que en algún momento le hice creer que eran posibles, fui yo quien derrumbó sus planes, sus sueños, de manera muy egoísta debo decir, porque no me planteé ni por un segundo qué ocurriría con ella, si es que acaso le rompería el corazón. Esto es mi culpa, no puedo culpar a nadie más. Si Grace ahora me está mirando con lágrimas en los ojos, rompiéndome el puto corazón, es enteramente mi culpa.

Pero lo que había pasado entre nosotros ya no tenía marcha atrás, tampoco quería que la tuviera. Yo no iba a renunciar a ella.

Yo no haría eso de guardarme las cosas, de jugar al tipo misterioso y dejarla pensar lo que estaba pensando, iba a explicarle, pero algo me decía que lo que hace unos momentos era todo corazón abierto, ahora serían paredes gruesas de hielo.

Prohibido | Nicholas Chavez (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora