Petricor

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El sol apenas se filtraba entre las cortinas cuando sonó la alarma. Suguru la apagó, enérgico, y zamarreó a su novio para que despertara.

—Hora de levantarse, amore mio.

Satoru abrió los ojos inmediatamente. Le encantaba cuando Suguru despertaba de tan bueno humor. Significaba, por lo general, que se venía una intensa sesión de ejercicio matutino. Coqueto, lo abrazó por la cintura.

—Ya está levantado —dijo, indicando con el mentón su entrepierna. Acto seguido, comenzó a llenar a su novio de besos.

Suguru, riendo, se lo sacó de encima. No es que no quisiera que Satoru se enredara entre sus piernas, pero ese día se venía ocupado. La razón por la que habían llegado un día antes a la casa de Nanami era para ayudarlo a preparar su almuerzo de cumpleaños, no para tener sexo salvaje en la habitación de invitados. Eso ya lo habían hecho la noche anterior.

—Vamos, pequeño. No ahora —dijo, parándose—. Además, anoche fue... —se rio, un poco sonrojado recordando su round de hace solo unas horas —...suficiente.

—¡Nooo, nunca es suficiente! —exclamó Gojo, tironeando de su bata —Si no, no estaría así —Se sacó el cobertor de encima y le mostró a Geto su para nada pequeña erección.

Suguru pusó los ojos en blanco ante tamaña visión.

—Hablas como si tuvieras problemas con eso —Se acercó y besó su cuello múltiples veces y, antes de que Satoru pudiera agarrarlo, corrió juguetón hacia el baño.

—Te excitas con mi respiración, Satoru —añadió. Luego, abrió la puerta de la ducha y lo miró sonriendo de lado, coquetamente —. ¿Me acompañas?

Satoru saltó de la cama, se sacó la ropa en un segundo y corrió a meterse a la ducha.

***

Nanami esperaba a sus amigos leyendo las noticias en su iPad o, en realidad, haciendo como que las leía. No podía concentrarse. Todo lo que venía a su mente, eran posibles escenarios en los que su propuesta de matrimonio salía mal o, peor aún, en los que Kaori lo rechazaba. Nunca, en toda su vida, había estado así de nervioso. Bueno, una vez: mientras esperaba que Haibara saliera de su cirugía después de esa horrible misión.

Como si el universo estuviera de su lado, sonó su teléfono. Una videollamada de su amigo.

—¡Nanamin! ¡Feliz cumpleaños! —exclamó un sonriente Haibara. Nanami sonrió, satisfecho al ver las olas y palmeras detrás de su amigo. Lo extrañaba mucho, muchísimo, pero le alegraba que estuviera viviendo su sueño.

—Gracias, Haibara. Aunque en tu isla todavía no es mi cumpleaños.

—Ya sabes que si no viviera en el horario japonés no podría hacer todas esas tutorías online —dijo, apoyándose en su tabla de surf—. ¡Oh! ¡Lo invitaste! ¡Hola, Gojo!

Detrás de Nanami había aparecido Satoru, mirando curioso y secándose el pelo con una toalla.

—¿Qué esperas? Es el accesorio favorito de Suguru —dijo Nanami, un poco incómodo. No es que odiara a Satoru ni mucho menos, pero estaba lejos de ser de sus amigos cercanos. Sin embargo, Suguru era de las personas en las que más confiaba. Soportar al albino era lo mínimo que podía hacer por su amigo.

Satoru le hizo el signo de paz a Haibara y un conejito a Nanami, mientras se reía. Estaba de muy buen humor. No solo acababa de tener una excelente sesión de sexo matutino, sino que su mente no dejaba de recordar el anillo que había visto en la bolsa de Suguru. Realmente confiaba en que ese día sería el mejor de su vida.

Sunshine in a jarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora