Ahora

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El bullicio de la cafetería apenas lograba aliviar la tensión que pesaba en el aire. Satoru y Suguru estaban sentados en una mesa junto a la ventana, observando distraídamente el ir y venir del centro de la metropoli, aunque ninguno realmente prestaba atención al paisaje urbano. Habían llegado temprano, con la esperanza de ganar unos minutos de calma antes de la inevitable conversación. Suguru giró la taza entre sus manos, sintiendo el calor en los dedos mientras se preparaba mentalmente para la reacción de sus padres. A su lado, Satoru mantenía una expresión tranquila, pero el brillo en sus ojos delataba su incomodidad.

— Recuerda —murmuró Suguru, apretando suavemente la mano de Satoru bajo la mesa —, cuarenta minutos, máximo.

Satoru asintió y suspiró, fastidiado. Había estado de pésimo humor toda la mañana. De hecho, se había dormido así; odiaba ese día, todo lo que sucedería y el hecho de que tuvieran que pasar por eso, en primer lugar.

—Bueno, todavía podemos irnos.

Suguru chasqueó la lengua.

—No voy a dejar plantados a mis padres, Satoru —respondió en un tono cansado, mientras miraba su negro café.

Era cierto, nunca haría algo así, pero eso no quitaba las enormes ganas que tenía de hacerlo. No es que tuviera una relación necesariamente mala con sus progenitores, pero tampoco era buena. Estos siempre quisieron que Suguru fuera el epítome de la perfección: estudioso, disciplinado y respetuoso de sus costumbres. Muchas alegrías les traía ver que su hijo imbuía, orgullosamente, todos esos valores e incluso más. Claro, tenía un trabajo que era dificil de explicar a sus amigos, pero ganaba dinero y, lo más importante, era altamente valorado por sus jefes y colegas. Además, haciendo alarde de su personalidad generosa y caritativa (por supuesto inculcada por ellos), había tomado bajo su cuidado a cuatro angelitos que eran el sol de sus ojos. Sí, todo en su hijo gritaba perfección, y sería causa de muchisimo orgullo, si no fuera por un gran 'pero': el desviado de Gojo Satoru. Ese maldito albino que, con sus casi dos metros de pura malcrianza y altanería, había tenido la desfachatez no solo de quitarles a su hijo, sino que de transformarlo en...bueno, había cosas que el estricto señor Geto Masahiro y la calmada señora Geto Sachiko preferían no decir en voz alta.

—¿Quieres apostar a que ahora sí me dicen a la cara que soy un mari...?

—Satoru, no digas esa palabra, por favor.

Gojo se encogió de hombros.

—Es solo una palabra —Le hizo una seña a uno de los camareros y luego comenzó a reír —. ¿Recuerdas como nos decían en el 2channel de hechicería cuando comenzamos a salir?

Suguru enrojeció y tomó un largo sorbo de su café. Por supuesto que se acordaba y no le causaba ni un céntimo de la risa que le daba a Satoru. De hecho, no entendía como se lo tomaba con tanta liviandad, pero para Gojo simplemente era así. El albino nunca se cuestionó realmente su sexualidad, y no le daba verdadera importancia, hasta que cayó irremediablemente embobado por ese sensual mechón. Cuando su cuerpo y su alma reaccionaron ante esos adormilados ojos púrpuras, se dio cuenta de que lo que tuviera entre las piernas le tenía sin cuidado, sencillamente porque era Geto Suguru, la creación más perfecta de todo el puto universo, con la que estaría aún contra el peor de los vientos y la más implacable marea. Así estaba escrito y cuestionárselo porque le colgaba un -magnífico- pene, no tenía ningún jodido sentido.

Satoru pidió unos crepés y luego miró a Suguru, esperando una respuesta. Ante su silencio, dijo:

—Al menos admite que te encantó que le diera una paliza a ese montón de borregos ignorantes.

Suguru suspiró. Por supuesto que para un imbecil bueno para nada, que nunca había sentido el sabor de una maldición, burlarse de su reflejo faríngeo era fácil, y que nadie pensó en cómo esas palabras lo harían sentir. Odiaba tragar maldiciones, pero lo hacía, al fin y al cabo, no solo porque era su deber, sino por el bien de su comunidad y de la de los no-hechiceros. Que su técnica fuera causa de risas, chistes de mal gusto y elucubraciones de cuánto le medía a Satoru, en vez de agradecimiento por todo su trabajo duro, lo sumió en una profunda melancolía. Y apenas Satoru notó esto, dejó de parecerle una humorada. En tres horas, no solo había hackeado a los usuarios anonimos que se reían de ellos, sino que se había aparecido en sus respectivas casas y los había molido a golpes. Una forma poco democrática y bastante violenta de arreglar las cosas, pero lo cierto fue que, a partir de ese momento, nadie volvió a postear en ese foro.

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⏰ Última actualización: 4 days ago ⏰

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