Señor Pequeño

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Esa noche Satoru no pegó ojo. Entre la televisión que estaba prendida, el constante y fuerte ruido del aire acondicionado y el vacío que había a su lado, que la misión de conciliar el sueño se hacía imposible. No solo eso, sino que tuvo la brillante idea de enfrascarse en discusiones por twitter acerca de lo aburrido que se estaba poniendo cierto shonen con su infinita pelea final. Cuando ya iba en el sexto bloqueo de la noche, se dio cuenta de que eran las cuatro de la mañana y que no había hecho nada, pero es que absolutamente nada por preparar las clases de ese día. Bostezó, meditabundo. Tenía dos opciones: la primera, no dormir y hacerlo en ese tiempo; la segunda, dormir y no hacer nada. Optó por la tercera: hablarle a Suguru.

Suguru abrió los ojos justo antes de que su teléfono brillara con las notificaciones. Si algo tenía avanzado el hechicero, era su intuición, la que se agudizaba aún más cuando se trataba de Satoru, las chicas y Megumi. Tomó el aparato y sonrio al ver la cantidad de mensajes que tenía de su novio, los que iban desde pantallazos de sus peleas en twitter, hasta confesiones bastante literales y poco poéticas de lo que pensaba hacerle cuando volviera. Se paró, se vistió con su infaltable bata de seda y, mientras llamaba al albino, se dispuso a admirar la vista nocturna. Ya sabía que, por esa noche, las horas de sueño se habían acabado.

Satoru sonrió como un idiota al ver que Suguru lo estaba llamando. Casi trece años juntos y todavía se emocionaba como una quinceañera cuando veía su nombre en la pantalla.

—Suguru, no puedo dormir —contestó, mientras buscaba pañuelos en el velador —. Ayúdame.

Suguru suspiró. Lo conocía y, a juzgar por la naturaleza frenética de sus mensajes, el sexo telefónico no lo ayudaría lo suficiente.

—Muy bien. Cuéntame qué te pasa.

—Pues que la tengo dura y no estás acá.

—Satoru...

—Eso, di mi nombre.

Suguru rodó los ojos. Dejó el teléfono al lado y comenzó a hacerse un té, hasta que escuchó que Satoru lo llamaba. Volvió a tomarlo.

—¿Terminaste? —preguntó, con calma, mientras remojaba la bolsa de té.

—Ni siquiera empecé. No me diste nada con lo que trabajar —Satoru había puesto el teléfono en altavoz y lo observaba, dramático, como si tuviera a Suguru al frente, tapando su entrepierna con una almohada.

—Sabes que si no es una videollamada es porque no es con esas intenciones y además...—enrojeció, mientras pensaba en la imagen de Satoru enloqueciendo de deseo —...vuelvo hoy en la tarde. Prefiero que te guardes esas ganas.

Satoru bufó lo suficientemente fuerte como para que Geto lo escuchara. Tomando un sorbo de su té, arqueó una ceja. Ahora sí que estaba seguro de que no era sexo lo que realmente buscaba.

—Ajá. Voy a nombrar situaciones o personas, y tú me dices qué te tiene así, ¿te parece?

Silencio.

—Nanami hizo otro grupo de WhatsApp en el que no te incluyó.

Satoru negó con la cabeza. No era eso lo que le molestaba, pero ciertamente era algo nuevo en lo que pensar. Suguru, adivinando el gesto de su novio, continuó:

—Shoko llevó a Utahime al almuerzo que tenían.

Gojo volvió a negar. Si Shoko hubiera hecho eso, le habría partido su cajetilla de cigarrillos en dos y ya está.

Suguru abrió una de sus libretas y comenzó a hacer caricaturas de su novio mientras pensaba. ¿Qué podría tenerlo tan ansioso?

—¿Masamichi te asignó mis clases? Sabe que estaré de vuelta mañana.

Sunshine in a jarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora