Los pajarillos cantaban armoniosos, como si estuvieran conversando, en esa despejada mañana de otoño, mientras el olor a café inundaba la sala de profesores. Ahí, Suguru revisaba sus papeles, concentrado, mientras un enamorado Satoru lo miraba fijamente desde el otro lado de la mesa.
—Satoru...basta.
—¿Qué? ¿Qué hice? —preguntó, acercándose mucho a su novio.
—Estás desnudándome con la mirada —respondió Suguru, en voz apenas audible.
Satoru lanzó una de sus estrepitosas y agudas carcajadas, de esas que se escuchaban por toda la academia.
—No puedo contenerme, quiero más de esto...—rio, mientras lo abrazaba por la espalda, apretaba sus pectorales y lo llenaba de besos—...y esto —bajó la voz y puso su mano en la entrepierna de Suguru.
—¡Shhh! —Suguru le pegó un manotazo —. No acá, Satoru. Podría entrar cualquiera.
—Bah, no te molestaba antes. No hay salón de esta escuela que no tenga un recuerdo de tu culo en mi cara —dijo el albino, batiendo mucho las pestañas.
Suguru sonrió apenas, luchando por mantenerse serio.
—No hay necesidad de ser tan vulgar, Satoru. Y antes...—suspiró—...Antes no tenía una tesis que terminar ni estaba a punto de ejercer como director.
Satoru aplaudió y, de un salto, se sentó en la mesa.
—¡ESTOY TAN FELIZ POR TI, MI PRINCESA!
Suguru se tapó la cara con los papeles, riéndose de Satoru y lo vergonozoso que era -aunque en ese momento no había nadie en el salón. Desde lo que había pasado la noche anterior a la boda, que Gojo aprovechaba cualquier mención a la vida académica de Suguru para demostrar lo mucho que la aprobaba, de manera que no le quedara ninguna duda de que lo apoyaría hasta que quisiese sacar un Doctorado en Doctorados.
Suguru le pegó afectuosamente con sus papeles.
—Yo también estoy feliz, pequeño. Por eso y por...
—¿Por qué estás tan feliz, ah? —la voz de Utahime, quien entraba al salón, interrumpió a Suguru.
—Puaj —Satoru, como siempre, no tenía intenciones de esconder su desagrado hacia la hechicera—. ¿Y tú qué mierda haces en Tokio?
Iori ni siquiera se dignó a mirar a Gojo, solo saludó a Suguru con una amplia sonrisa y tomó asiento.
—Reuniones de sub-directores, directores y altos mandos, Satoru —le dijo Suguru, dándole un cariñoso beso en la frente.
—Ouch, Gojo, qué pena que tienes que irte...—Utahime sacó su teléfono, miró la hora y luego sonrió radiante—...ahora mismo.
Satoru se encogió de hombros y saltó de la mesa, no sin antes hacer volar por los aires el iphone de la hechicera.
—Tampoco es como que quisiera quedarme cerca de ti, no querría que se me peguen tus olores paletos.
—Satoru...sé amable.
Gojo le sonrió a Suguru y le tiró un beso desde la puerta.
—Lástima que no tenga nada que hacer —dijo, mientras ponía un pie afuera del lugar.
Utahime y Suguru se miraron confundidos.
—¿No tienes clases que dar, Satoru?
Gojo no respondió, solo cerró la puerta tras él. Sí, en teoría, una clase de Energía demoniaca III debía comenzar en treinta segundos, pero, ese día, Satoru no se sentía especialmente pedagógico. Quizás unos quince minutos de retraso no le harían daño a nadie. Pensaba en lo anterior, cuando se topó con Itadori. Estaba sentado en un banco, con la mirada fija en el suelo y el ceño fruncido. Satoru chasqueó la lengua, mientras en su mente se libraba un debate entre que era menos aburrido: ir a hacerle clases a los insoportables de Maki y compañía, o escuchar el drama paleto que Yuuji probablemente tenía.
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Sunshine in a jar
FanfictionSatoru y Suguru viven juntos y son profesores, en un mundo en el que sus mayores complicaciones son llegar al cumpleaños de Nanami a tiempo, juntar a Megumi con Itadori o dilucidar cual será el primero en formular la tan anhelada pregunta. (O tambié...