Sunshine in a jar

Solo un poco

El sonido de las furiosas olas isleñas llenaba los oídos de Suguru, mientras este las miraba desde el balcón de su habitación del resort. El viento jugueteaba con su largo cabello, suelto e indómito, y traía consigo el suave olor del mar, el que se mezclaba con el aroma del negro café de su tazón. Los rayos del sol de la mañana calentaban sus brazos, mientras observaba con atención las palmeras moverse divertidas, el inmaculado pasto del lugar y los ridículos carritos de golf. Suspiró, tomó un sorbo y se fijó en el mar. Su salvaje y añorado mar, tan indomable e hipnotizante. ¿Por qué le gustaba tanto? Ah, claro. Sonrió, levemente entristecido. El paralelo entre lo fuerte, lo impredecible y lo profundo no era para nada sutil. Y lo azul, por supuesto.

Miró hacia la cama y suspiró. Le dolía no verlo ahí, pero, dadas las circunstancias, el dormir separados habia sido la mejor idea. Probablemente les serviría para enfriar los ánimos o, bueno, para él, al menos, había sido así. No obstante, no podía evitar preocuparse. ¿Qué sería de él si Satoru seguía pensando así?

—Bueno, en ese caso, tendremos que tener una conversación bastante incomoda —murmuró, antes de darle un último sorbo a su café.

12 horas antes

Los tambores de la banda de música folklorica hawaiana retumbaban alegres, marcando el ritmo del sensual baile que un par de hombres semidesnudos ofrecían a los asistentes. A su lado, unas antorchas, con grandes llamas que volaban en dirección del fuerte viento, iluminaban el show, logrando poner un especial énfasis en lo autóctono de la presentación, mientras los platos de la cena de ensayo de la boda de Nanami llegaban uno tras otro.

Nanami y Kaori no habían escatimado en gastos. No solo porque habían decidido casarse en la paradisíaca isla, sino también porque la lista de invitados era bastante numerosa, o al menos lo era para alguien tan reservado como Nanami; incluso algunos de sus alumnos habían viajado a atestiguar como él y su novia se juraban amor eterno.

Estuvieron todos compartiendo, hasta que la evidente borrachera de algunos de los asistentes -entre las que destacaban Nobara y Maki, por escandalosas- dio paso a que grupos más reducidos se dirigieran con cada uno de los novios a sus respectivas despedidas de soltero.

La noche en Hawai era perfecta para celebrar. La brisa marina traía un frescor agradable que contrastaba con el calor del día, y las estrellas comenzaban a brillar en un cielo despejado, haciendo olvidar que el otoño estaba solo a la vuelta de la esquina. Satoru, Suguru, Haibara, Shoko y, por supuesto, Nanami se dirigieron al bar del resort, escondido entre palmeras. La música electrónica acompañaba el sonido lejano de las olas rompiendo contra la playa, mientras el grupo continuaba emborrachándose más aún (con la excepción de Satoru). Sin embargo, había una sensación de ligereza que no se veía empañada por el estrés usual de la vida cotidiana. Esa noche, todos estaban allí para una razón: celebrar a Nanami.

Nanami, a pesar de su habitual seriedad, parecía disfrutar de la compañía de sus amigos más cercanos. No era de los que sonreían a menudo, pero en esa ocasión, su semblante rígido se había suavizado, como si por fin permitiera que la felicidad de ese momento se apoderara de él. Después de todo, estaba a punto de casarse, y aunque no era el tipo de persona que hablaba de emociones, había algo en su postura que revelaba su satisfacción.

Haibara era el más entusiasta de la noche. Se encontraba narrando una historia absurda de surf, gesticulando de manera exagerada mientras hacía reír a todos.

—¡Y entonces, me caí de la tabla! Pero no fue mi culpa, el tiburón salió de la nada —reía, con su vaso en alto.

—Tienes que agradecerle a tu técnica y a la energía maldita que sigas vivo, Yu—dijo Shoko, exhalando humo y tomando su cuarto shot de tequila.