No eres tú...(primera parte)

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Tsumiki canturreaba, alegre, a medida que vaciaba la arrocera. Puso las algas y las espinacas a cocer, mientras remojaba el té verde. Rellenó cuatro bowls con arroz y natto, y un quinto con leche y cereales. Suguru, sus hermanas y ella optaban por desayunos tradicionales, mientras que el infantil de Satoru decía no ser nadie sin su primera dosis de azúcar.

Suguru, desde el living, escuchó con satisfacción de padre el amor con el que Nana y Mimi le agradecieron el gesto a Tsumiki. El hecho de que se tuvieran la una a la otra le llenaba de orgullo. Sabía que, si algo llegara a pasarle, el apoyo entre ellas sería fuerte como un roble.

Estaba a punto de entrar a la cocina, cuando escuchó a Nanako.

—¿Despertaron?

—No, vi sus luces apagadas —respondió Mimiko.

—¿Saben lo que estoy pensando? —Nanako seguía hablando, ahora su voz se había puesto más dura —Que Gojo no va en serio con papá Geto.

El corazón de Suguru comenzó a latir rápidamente al oír tan dura declaración. De la misma forma, escuchó como Mimiko y Tsumiki ahogaban un gritito de sorpresa. Quiso entrar a la cocina y decirle que estaba equivocada, que Satoru lo amaba, que tenían tres hijas adoptivas y un adolescente gruñón y que llevaban doce años juntos, prueba máxime de que sí iban en serio, pero una parte de él (una gran parte) quería saber por qué decía eso.

—Es más, apostaría unos 15.000 yenes a que no va a pedirle matrimonio antes de la fiesta de Nanami sensei—señaló nuevamente Nanako, con tono travieso.

—Nana, te entiendo, pero no pueden casarse. ¿Cuál sería el punto? —preguntó Tsumiki, en un tono ligeramente afligido.

—¡Pues que simplemente lo haga! ¿No creen que papá Geto merece un despampanante anillo? Y Gojo simplemente lo deja ir así por la vida, con sus manos desnudas y...

—Nana...

—¿Qué, Mimi?

—Ves demasiados doramas. Pero...—Mimiko bajó un poco la voz—...sumo 15.000 a tu apuesta, que podemos repartir cuando Tsumiki pierda.

—¡Yo todavía no apuesto nada! —exclamó Tsumiki, ofendida.

—¡Pero eres la única que cree en Gojo! —replicaron las gemelas, al mismo tiempo.

En este punto de la conversación, Suguru estaba más que impresionado. Ningún libro de crianza lo había preparado para tamaña sorpresa. Claro, ¿en qué índice estaría "qué hacer cuando tus hijas adoptivas no confíen en que tu novio homosexual no vaya a pedirte matrimonio, en un país donde casarse es ilegal, y apuestan altas sumas de dinero en su contra"? En ningún lado, por supuesto. Sin embargo, eso no tenía tanta importancia al lado del otro pensamiento que rondaba su mente: todavía no estaba listo. Sí, vería a su terapeuta, pero no sería sino hasta dos semanas más, después del matrimonio de Nanami. Y ¿qué pasaba si Satoru realmente tenía la pésima idea de robarle el protagonismo a Kento de esa forma? ¿Cómo iba a decirle que no frente a todos sus amigos y colegas?

—¿Le diría que no? —se preguntó a si mismo, mientras se sentía ligeramente mareado. Una familiar sensación de ahogo se gestaba en su garganta. Se quedó quieto en medio del pasillo, su respiración se volvió cada vez más rápida, como si de repente el aire a su alrededor fuera insuficiente. Lo que se había preguntado resonana en su mente como un eco interminable: "¿Cómo decirle que no?". Su corazón comenzó a latir con tanta fuerza que podía sentirlo en los oídos, casi ensordeciéndolo. Intentó tomar una bocanada profunda de aire, pero el peso en su pecho se lo impedía, como si alguien hubiera colocado una losa invisible sobre él.

Su visión se desenfocaba, los bordes de su mundo se volvían borrosos, como si estuviera atrapado en una niebla que lo alejaba de todo lo que lo rodeaba. Las paredes de la casa parecían cerrarse a su alrededor, y aunque sabía que debía moverse, sus piernas estaban ancladas al suelo. Las manos le temblaban incontrolablemente, tan tensas que sentía que en cualquier momento iban a romperse.

Sunshine in a jarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora