Suguru estacionó su bicicleta lo más rápido que pudo y, haciendo caso omiso de la sangre que fluía de su rodilla, corrió hacia el ascensor. Indiferente hacia las curiosas miradas de los extraños, pisoteaba en el lugar impacientemente mientras esperaba que el elevador subiera los 33 pisos que lo llevaban a la oficina del que había sido su terapeuta. Una vez escuchó el familiar pitido y la voz femenina anunciando el piso, bajó empujando a todos y volvió a correr, ahora en dirección a su puerta.
Iba a abrirla sin más, pero su ritmo frenético cesó al leer su nombre: Dr. Takahashi Kenji. Recordó su rostro sereno y su voz dulce, que tantas veces lo ancló a tierra. Quizás, en ese momento, estaba haciendo lo mismo por alguien más. Quien sabe, quizás un adolescente tan entristecido como él lo había estado años atrás.
—Cálmate, Suguru. Tú no eres así. Solo espera a que salga —murmuró, mientras se sentaba en el piso del pasillo. Miró su rodilla y sonrió, con ironía, frente a la sangre. Sacó un pañuelo de su bolsillo y comenzó a limpiarla, mientras tarareaba una de las canciones que Nanako solía poner en volúmenes excesivamente altos. Sin darse cuenta, su concentración se fue exclusivamente a tratar de parar la pequeña hemorragia. No se oía más que el canto de Suguru, acompañado del suave zumbido del aire acondicionado.
De pronto, el sonido del familiar ritmo de sus pasos lo hizo parar abruptamente. Su estómago se encogió y su respiración se agitó al escuchar la puerta abrirse. El mismo olor a incienso de hacia diez años lo llevó a esa época; la sensación era igual. Sabía que la solución estaba a pasos, que lo mejor que podía hacer no solo por él mismo, sino que por todos sus seres amados, era conversar con ese afable desconocido; pero no quería. Al igual que esa vez, tenía miedo. Mucho miedo.
—Geto Suguru...—El Dr. Takahashi, con sus lentes redondos, su gran panza y sus graciosos bigotes, lo miraba desde arriba, sonriente—...ha pasado tiempo, ¿no?
Suguru se paró y, luego de hacerle una gran reverencia, le dedicó una triste sonrisa.
—Me gustaría decir que me alegro de verle, Takahashi sama.
El doctor rio y le dio un par de amistosas palmadas en los hombros.
—No tenías como saber esto, Geto, pero hoy mi agenda estaba libre. Vine a la oficina a estudiar un par de casos y acá te encuentro, sangrando y sentado en el pasillo. Esto es casi como el destino, ¿No crees?
Suguru desvió la mirada, avergonzado.
—Discúlpeme. Ibamos a vernos en un par de semanas, pero yo...—Tomó mucho aire y juntó sus manos, haciendo un gesto de suplica —...creo que necesito verlo con urgencia.
El doctor se hizo a un lado y le señaló su oficina.
—Solo pasa y cuéntame qué te trae por acá.
Al sentarse en el sofá de cuero negro, Suguru suspiró y pasó una mano nerviosa por su cabello.
El Dr. Takahashi, como siempre, esperaba pacientemente a que él hablara. No había prisa en la sala, solo el eco del reloj de pared marcando los segundos en un compás que parecía resonar dentro del alma de Suguru.
—¿Recuerda a Satoru? —comenzó.
—Todos sabemos quien es Gojo Satoru —sonrió el terapeuta. Claro, Suguru olvidaba fácilmente que su terapeuta era, también, una Ventana.
—Creo que va a pedirme matrimonio.
—Oh.
—Y no puedo, doctor. He estado...creo que...
El terapeuta lo miraba con la tranquilidad de un gato.
—Tengo miedo—continuó Suguru, su voz quebrándose— y no entiendo por qué. No entiendo por qué me siento así—Cerró los ojos, como si al hacerlo pudiera organizar mejor sus pensamientos—. No es como si no quisiera casarme con él. Satoru... él es todo para mí.
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Sunshine in a jar
FanfictionSatoru y Suguru viven juntos y son profesores, en un mundo en el que sus mayores complicaciones son llegar al cumpleaños de Nanami a tiempo, juntar a Megumi con Itadori o dilucidar cual será el primero en formular la tan anhelada pregunta. (O tambié...