Todos los caminos llevan a Nanami

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Suguru miró la asombrosa vista del monte Fuji y respiró satifecho. Los anaranjados y casi rojizos colores del atardecer se veían magníficos en el horizonte de la carretera. Volvió su mirada hacia el piloto del flamante Lexus LFA en el que estaba. Con una mano firme en el manubrio, otra en la nariz y gafas (a pesar de que ya casi no quedaba sol), Satoru manejaba concentrado, a casi doscientos kilómetros por hora, ataviado en un llamativo conjunto Versace y cantando Lady Gaga a todo pulmón.

Suguru le bajó el volumen a la música.

—Si tu madre viera lo gay que te ves ahora, Gojo Satoru —dijo riendo.

Satoru lo miró y lanzó una carcajada.

—Oh, deberías verte en este momento, Geto Suguru.

Suguru se miró en uno de los retrovisores y se arregló el pañuelo con el que protegía su sedoso cabello del viento. No sabía a que se refería el tonto de su novio. Cambió a la cantante por las melódicas guitarras de New Order.

—En fin. Hora del checklist, amor —dijo Suguru, abriendo la aplicación de notas de su teléfono.

—Siempre listo, cariño.

—¿Regalo?

—Una de esas ordinarias corbatas Armani que tanto le gustan.

Suguru rodó los ojos. Solo su malcriado novio podía decir que Armani era ordinario.

—Ok, gracias por comprarlo.

—Por nada. Fueron Fushiguro y Kugisaki —dijo despreocupado, antes de ponerse a silbar.

—¿Globos?

—En mi bolsa.

Suguru tomó el bolso y lo abrió. Pestañeó lentamente al ver que la temática de los globos no se condecía con la fiesta de un hombre que cumpliría 27 años, ya que era un surtido de animales, principalmente monos.

—Si el regalo lo compraron Megumi y Nobara, ¿hago bien en suponer que Yuuji estuvo a cargo de los globos?

—¿Itadori? Nah. Es demasiado distraído —dijo mientras, con su mano libre, se echaba una goma de mascar la boca —Fui yo —añadió, masticando ruidosamente.

Suguru primero arqueó una ceja y luego estalló en risas. Que Gojo dijera eso de Itadori era bastante audaz.

—Ok, entonces ¿por qué compraste globos de animales?

—¿No te parece divertido?

—¿A mi? Me da igual. Pero no creo que Nanami vaya a estar muy contento.

—Nah, ya verás como se ríe.

Satoru sonrió de medio lado y apretó el acelerador. Suguru, mientras pensaba en lo poco que Gojo conocía a su colega, se acomodó en el asiento y se afirmó de las manillas de la puerta. No sabía si era por su técnica o por el lado desquiciado de su personalidad, pero Satoru amaba la velocidad y, a pesar de que sabía que nunca dejaría que les pasase nada, Suguru no podía evitar sentirse un poquitín asustado cada vez que el albino llevaba el auto a más de 200 kilómetros por hora.

Satoru se sentía demasiado contento. Pocas cosas lo hacían sentir tan bien, tan libre como el aire pegándole en la cara y desordenándole el cabello. Las primeras estrellas estaban apareciendo y la noche prometía ser espectacular; no tenía que pensar en ninguna cochina clase ni en sus demandantes alumnos, sino solo en pasarla bien. Y por si fuera poco, se venían tres días libres al lado de su príncipe encantador. ¿Podía acaso, ser más dulce la vida? "Claro que sí", comenzó a pensar, "una vez que lleguemos a la aburrida fiesta de Nanami, tomaré a Suguru de las caderas, me lo llevaré a cualquier habitación, le bajaré los pantalones y me comeré todo su..."

Sunshine in a jarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora