Rayos Y Petalos: El Juramento De Eternidad

Capítulo 10: Promesa y regalo

Los días pasaban rápidamente en el Gran Santuario Narukami, y con cada amanecer, el amor entre TN y Yae Miko florecía de manera intensa y palpable. El vínculo que compartían parecía ser impenetrable, como si el tiempo mismo se hubiera detenido para ellos, permitiéndoles disfrutar el uno del otro sin limitaciones. Las mikos del santuario, aunque respetuosas, no podían evitar ruborizarse al notar los detalles evidentes de la relación. Las marcas que adornaban sus cuerpos por las mañanas, desde pequeños rasguños hasta mordidas visibles, revelaban sin duda alguna la pasión desbordante que compartían durante las noches.

Miko A: -susurrando nerviosamente mientras observa a Yae y TN en el desayuno- ¿Viste esas marcas? Cada día parece más... intenso.

Miko B: -con el rostro completamente sonrojado- Es imposible no notarlo... Pero bueno, la suma sacerdotisa parece más feliz que nunca.

A pesar de los intentos de las mikos por evitar los momentos más apasionados de la pareja, era imposible escapar de la tensión romántica que rodeaba el santuario. El amor de TN y Yae se había vuelto el tema de murmullos y comentarios entre las sacerdotisas, pero ninguna lo decía con malicia. Si bien la naturaleza juguetona y provocativa de Yae era bien conocida, ahora había un matiz nuevo y profundo: una devoción total hacia TN.

Sin embargo, todo ese idilio tenía un final cercano. TN sabía que su deber con Inazuma y con Aether lo llamaba, y la despedida con Yae era inevitable. En el santuario, bajo la luz suave del atardecer, TN se acercó a Yae, quien desde el inicio de la mañana mostraba una expresión tensa, incapaz de disimular su temor de perderlo nuevamente.

Yae Miko: -con una sonrisa fingida, aunque sus ojos revelaban la tristeza- ¿Así que llegó el momento, maestro? Otra vez te marchas...

TN, viendo más allá de su fachada de confianza, la tomó de la mano y acarició su mejilla con suavidad, como si con ese gesto quisiera borrar cualquier duda de su mente.

TN: -sonriendo- Esta vez es diferente, Yae. Volveré, y cuando todo esto termine, te prometo que no te dejaré dormir hasta que te deje embarazada.

El rostro de Yae enrojeció al instante, un rubor que era raro verla tener, especialmente por su personalidad. Se quedó sin palabras, sorprendida por la declaración directa, pero al mismo tiempo, una felicidad genuina brilló en sus ojos.

Yae Miko: -tratando de sonar altiva, pero con un tono tembloroso- ¿Cómo es posible que me hagas sonrojar tan fácilmente? ¿No se supone que soy la astuta y coqueta?

TN rió suavemente, atrayéndola hacia él con más fuerza, sintiendo su calidez mientras sus miradas se encontraban.

TN: -acariciando su cabello con ternura- Fui yo quien te enseñó a ser astuta y coqueta, Yae. Solo yo puedo derribar esos muros que construiste.

Yae se quedó momentáneamente sin palabras, su corazón latiendo rápido al sentirse acorralada, pero feliz con esa realidad. No había nadie en el mundo que pudiera afectarla como TN lo hacía. Era el único que conocía sus debilidades y el único al que ella le permitía verlas.

Yae Miko: -mordiéndose el labio, recordando- ¿Crees que aquella vez tuvo algo que ver con todo esto?

TN entrecerró los ojos, sabiendo a qué se refería. Los recuerdos volvieron a su mente: la pequeña Yae, tan inocente en aquel entonces, con ojos curiosos y llenos de admiración por él, le había hecho una pregunta que aún lo hacía sonreír.

Yae: -en ese recuerdo lejano, con una voz suave e infantil- Maestro, ¿por qué las mujeres se sonrojan cuando hablas con ellas? ¿Puedes... hacerme sentir lo mismo?

Era un momento que TN nunca había olvidado. La inocente Yae, tan intrigada por el efecto que él tenía en los demás, había pedido experimentar lo mismo. TN, en ese entonces, había aceptado el desafío con una sonrisa traviesa. Había acariciado su mejilla con ternura, deslizando sus dedos por su cabello mientras le susurraba cosas suaves y cautivadoras, cosas que la joven Yae apenas entendía pero que la cautivaban de forma que en aquel entonces no entendía.