CAPÍTULO DOCE: ACUARIO

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—¡Feliz cumpleaños a ti!—cantaron todos al unísono cuando llegó el momento de partir el pastel. Azul se encontraba rodeada de sus mejores amigos con un pastel de fresas frente a ella, con las mejillas adoloridas por sonreír tanto, con el corazón contento por las personas que la acompañaban en ese día.

Nunca fue fan de sus cumpleaños hasta que conoció a sus amigas y la obligaron, de cierta forma inofensiva, a amarlos, pues ellas hacían lo imposible por que se la pasara bien, por que los disfrutara y poco a poco comenzó a amarlos, sólo cuando estos se celebraban así, junto a ellas.

—Pide un deseo antes de soplar—le recordó Teo una vez que terminaron de cantar. Cerró sus ojos y pensó en algo que quisiera, algo que valiera la pena para desperdiciarlo en su deseo de cumpleaños, porque aún era lo suficientemente inocente como para creer en esas cosas. Sopló con su deseo en mente y con sus manos juntas, abriendo los ojos lentamente y observando a su alrededor, donde sus amigos aplaudían fuerte, llamando la atención de la gente a los lados, pero ni eso la pudo incomodar.

Alai tomó los platos de todos y comenzó a repartir rebanadas del pastel, dejando una grande, la más grande de todas, delante de la cumpleañera que la observó detenidamente, un poco intimidada al entender que tenía que comer eso, delante de todos, observándola y si Astrid más temprano por la mañana se dio cuenta de que realmente no consumía sus alimentos como debía ser, ellas, sus amigas, también se darían cuenta. Quizás el más despistado en ese asunto sería Teo, pero ella estaba segura que Alai y Hazel se darían cuenta, así como lo hizo Astrid.

Con toda su fuerza de voluntad, tomo el tenedor y lo encajó en el pastel, los sonidos que se colaban como fondo en sus oídos se dispersaron dejándola sola con sus pensamientos que hablaban, gritaba, de un lado a otro encerrándola en su mente, pero a diferencia de como ella creía, nadie se dio cuenta, solo una persona.

La morena ya la veía mucho antes de eso, sus ojos no habían podido separarse de Azul, eran como un imán y la pelirroja era un metal, uno precioso. Observó el momento exacto en el que la pelinegra le dejaba su rebanada a Azul y como esta se perdía lentamente en su interior, dejando a fuera a todos los que estaban ahí, desde esa mañana había notado esa expresión, la manera de actuar de la otra y se había preocupado por las alertas que lanzaba esa situación en su mente, alterada un poco por lo que pudiera pasar por la mente de la pelirroja. Pero no dijo nada, se sentó a su lado y siguió con la conversación animada que tenían todos, sin notar que la celebrada no estaba ahí con ellos para reír también. Le quitó el tenedor suavemente y tomó un pedazo del pastel para llevarlo a su boca, aunque ella tenía su propia rebanada, comió de la de Azul que ya la observaba asombrada. Comió tres veces más y para la siguiente se la ofreció a la pelirroja que seguía viéndola, sorprendida.

—Está rico—dijo la morena al ver que Azul no se movía. —Pruébalo, antes de que se acabe.

Dirigió el pedazo a la boca de la pelirroja que abrió la boca lentamente, aun inmovilizada por su mente y sus juegos sucios. Pero aun así le aceptó el trozo de pastel, saboreando la fresa en el y la vainilla, de niña le gustaba mucho, su madre siempre le horneaba cada que podía y a ella le gustaba mucho comer lo que le preparaban, pero la vida siempre nos cambia a golpes o a palabras y quizás es la nostalgia lo que le hizo tener un mal sabor de boca, pero con la ayuda de Astrid pudo ingerir un poco más de lo que realmente pensaba hacer, bajo ese contexto, el comer no era algo malo o incomodo, con ella era todo pasajero y normal.

—Yo también te traje un regalo—dijo Astrid cuando Azul terminó de abrir el regalo de Teo, un libro que había mencionado hace unos días que tenía ganas de leer junto a una taza para sus tés. La morena le extendió una caja pequeña de color rosa con un moño en ella, la tomó en sus manos y con cuidado la abrió para ver su interior y en este estaba un pequeño collar de color dorado con un dije en forma de girasol. No recordaba si alguna vez le había dicho que su flor favorita era esa, pero la coincidencia era maravillosa.

Siempre a tu lado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora