Por un momento regresó a cuando tenía siete años y recibió la noticia de que su madre había dejado de estar en este mundo, a esa edad no entendía mucho lo que la muerte significaba, aun a sus veintiún años de edad, le cuesta saber que significa el morir y porque cada día que pasaba sentía que moría poquito. Quizás los comentarios mal intencionados que ha recibido toda su vida atribuyeron a lo que es hoy en día y a ese sentimiento de no sentirse totalmente normal o lo que ella consideraba como normal.
—Hay más, ¿no?—preguntó Astrid, recostada a su lado, observándola de reojo, atenta a sus movimientos.
Luego de la charla en la universidad, ambas se dirigieron a la casa de la pelirroja dónde Azul se dejó ir y lloró, por sus mejillas había el rastro de las lágrimas que brotaban sin parar, había llorado todo lo que no lloró en días, meses, años. A lado de Astrid sentía esa seguridad, la de poder llorar sin ser juzgada solo consolada. La mano de la morena se posó en la suya regalando caricias suaves que lograban calmar la respiración agitada de la pelirroja que volvió a ese irregular ritmo cuando recordó todo aquello que aún no se animaba a contar, que la atormentaba y la mataba día a día.
—Quizás—se animó a decir luego de calmarse un poco.
—¿Algún día me dirás?
—Eso espero.
—Oye—Astrid habló, llamando su atención y dirigió sus ojos azules a los castaños que ya la veían. —No me gusta verte llorar.
—¿Me veo mal?—se rio un poco y limpio la evidencia de sus sentimientos de su piel.
—Jamás podrías verte mal.
—Lo dices por que te gusto—siguió bromeando, respirando con normalidad.
—Sí, me gustas—Astrid se acostó sobre su costado para poder observar mejor a la pelirroja. —Pero lo digo en serio, eres demasiado bonita, lastima que no te des cuenta.
—¿Crees que soy bonita?—preguntó de regreso, ignorando todo lo demás, imitó la pose de la castaña, quedando cara a cara con ella, detallando cada parte de su rostro. —Tú eres muy bonita, me gustan las pecas en tu nariz.
—A mi me gusta tu lunar—dijo mientras que con su dedo índice acariciaba dicho lunar que se encontraba en la parte baja de su pómulo izquierdo.
—Cuéntame de ti, casi no sé nada.
—Bueno, sabes más que cualquier amiga.
—Porque soy tu novia, no una amiga—se había acostumbrado tanto al título que ahora le parecía una ofensa el ser llamada amiga. Aquello hizo reír a la morena que seguía con su recorrido por el rostro de la otra, apreciando el momento y la suavidad de la piel pálida de Azul.
—Mmmm—murmuró, pensando en que podría contarle que no supiera, tampoco era que Azul supiera mucho de ella, sabía lo básico, como ella sabía lo mínimo de la pelirroja, no le costaba abrirse con las personas, no como a Azul, pero con todo lo sucedido, nunca se detuvo a pensar en que no se conocían mucho, pero eso podría cambiar. —Tengo un gato.
—¿En serio?—la emoción en la voz de Azul hizo que el corazón se le arrugara un poquito, su expresión se veía aun con rastros de una tristeza pero sus ojos brillaban en curiosidad. —¿Cómo se llama?
—Henri—dijo sonriendo alegremente, contagiada por la atmósfera en la que ambas estaban. —Como mi fotógrafo favorito, Henri Cartier-Bresson.
—¿Bresson no es el nombre de la beca en la que está Alai?
—Sí, la hicieron en su honor.
—Y si es tu fotógrafo favorito, ¿Por qué no te inscribiste a la beca?
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Siempre a tu lado.
Teen FictionLibro 1 | Siempre Azul siempre ha vivido bajo la demanda de su familia, moldeándose a ella misma para encajar siempre y no perder a los suyos, pero a sus 20 años, el conocer un nuevo mundo y una manera distinta de sentir es demasiada tentación para...