El sonido suave de la lluvia sobre los cristales era lo único que rompía el silencio dentro de la pequeña cafetería en la esquina de la calle Abeto. La tarde había caído rápido, y con ella, un manto gris lo cubría todo. Lucía cerró el libro que había estado leyendo por la última media hora, pero su mente estaba muy lejos de las palabras impresas. Últimamente, la rutina se le hacía pesada, y aunque la lluvia solía calmarla, hoy se sentía más inquieta de lo normal.Miró por la ventana, observando cómo las gotas golpeaban los paraguas de los pocos transeúntes que se apresuraban por las aceras mojadas. Nada fuera de lo común, pensó, hasta que un grupo de chicas que pasaban cerca del café se detuvo bruscamente y empezaron a murmurar, sus ojos fijos en alguien que cruzaba la calle.
Lucía siguió sus miradas. Un chico, sin paraguas, caminaba bajo la tormenta. A pesar de la lluvia, sus pasos eran tranquilos, como si estuviera completamente ajeno al caos a su alrededor. Llevaba una chaqueta oscura y una gorra que apenas lograba ocultar el cabello húmedo que le caía por la frente. Al principio no le prestó mucha atención, hasta que, al acercarse a la puerta de la cafetería, algo en él le resultó vagamente familiar.
La puerta se abrió y una ráfaga de aire frío entró junto al recién llegado. Las miradas de varias personas en el lugar se fijaron en él. Murmullos apenas audibles llenaron el aire. Lucía lo reconoció casi de inmediato, pero necesitó un segundo para confirmar lo que estaba viendo. ¿Es Quevedo?
Sí, definitivamente era él. Su rostro aparecía por todas partes en redes sociales y su música sonaba constantemente en la radio. Pero ahora estaba allí, en esa pequeña cafetería, mojado hasta los huesos, pidiendo un café como cualquier otra persona. ¿Qué hacía aquí, en una ciudad tan pequeña?
Después de pedir su café con voz baja, caminó hacia el fondo del lugar, pero todas las mesas estaban ocupadas excepto la que estaba frente a Lucía. Con un leve gesto, ella le indicó que podía sentarse allí.
—Gracias —dijo él, acomodándose en la silla sin hacer mucho ruido, pero con esa presencia que era difícil de ignorar.
Lucía intentó volver a su libro, pero su mente estaba lejos de las palabras. Sentía la curiosidad arremolinarse en su interior. No era una de esas fanáticas que seguían a los artistas a todas partes, pero la situación era demasiado surrealista. Él, Quevedo, estaba justo frente a ella, tranquilo, como si no fuera reconocido por la mitad de las personas en el lugar.
—¿Te gusta leer? —preguntó él de repente, sacándola de sus pensamientos.
Lucía levantó la mirada, un poco sorprendida. No esperaba que él iniciara una conversación, y mucho menos algo tan simple.
—Sí... aunque hoy no estoy muy concentrada —respondió, con una sonrisa nerviosa.
Quevedo se apoyó en la silla, asintiendo mientras miraba por la ventana, como si estuviera pensando en algo más allá de la conversación.
—Te entiendo, a veces las cosas alrededor no te dejan enfocarte —dijo, tomando un sorbo de su café.
Había algo en su tono relajado, en la forma en que no parecía afectado por la fama o el reconocimiento, que hizo que Lucía se sintiera más cómoda. Ella esperaba sentir nervios, pero en su lugar, solo sintió una extraña familiaridad, como si estuviera hablando con alguien que conocía desde hace tiempo, aunque en realidad era un completo extraño.
—No pensé verte por aquí —dijo ella sin pensar demasiado, intentando romper el hielo.
Él sonrió de lado, esa sonrisa que había visto en videoclips y entrevistas.
—Estoy de paso. A veces necesito escapar un poco. Los lugares pequeños tienen algo especial, ¿no crees?
Lucía asintió, sorprendida de lo fácil que era hablar con él. Mientras la conversación avanzaba, la lluvia afuera seguía cayendo, pero dentro de la cafetería, todo parecía detenerse.
Por primera vez en mucho tiempo, Lucía sintió que esa tarde gris y monótona podía terminar siendo más interesante de lo que esperaba.
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Entres canciones y sueños (Quevedo)
أدب الهواةA veces para conseguir algo te tienes que arriesgar