12: la primera noche

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Después de salir del café, caminaron por las calles iluminadas por las luces de la ciudad, hablando sobre sus vidas, sus proyectos, y cómo el tiempo les había permitido encontrar una mejor versión de sí mismos. La conexión entre ellos era palpable, y cada paso que daban juntos parecía acercarlos más emocionalmente.

Finalmente, llegaron al departamento de Pedro, y mientras subían en el ascensor, ambos sabían lo que estaba por venir. Las miradas cómplices, las sonrisas nerviosas, todo indicaba que estaban cruzando una línea que los acercaría aún más.

Cuando llegaron al apartamento, Pedro abrió la puerta y la invitó a pasar. El lugar era acogedor, con un ambiente cálido que contrastaba con el fresco de la noche. Se sentaron en el sofá, y por un momento, solo se miraron en silencio, como si ambos entendieran que este era un momento importante.

Pedro fue el primero en hablar.

—No quiero que sientas que esto es solo algo pasajero, Lucía. Lo que siento por ti va mucho más allá de esta noche.

Lucía sonrió, acercándose más a él.

—Lo sé —respondió, colocando su mano sobre la de él—. Yo también siento lo mismo.

El silencio que siguió fue cargado de emociones. Ambos sabían lo que estaban por hacer, pero lo más importante era que ambos lo deseaban desde un lugar profundo de cariño y respeto.

Pedro la miró a los ojos y, suavemente, la besó. El beso fue lento al principio, como si ambos quisieran saborear el momento, asegurarse de que era real. Pero pronto, el deseo que habían estado conteniendo por tanto tiempo comenzó a florecer, y el beso se volvió más apasionado, más urgente.

Ambos se dejaron llevar por la intensidad del momento. Mientras sus cuerpos se acercaban, Lucía sintió la calidez de las manos de Pedro acariciando su piel, trazando un camino que la hacía estremecerse. Cada toque, cada susurro, estaba lleno de ternura, de cuidado, como si quisieran grabar cada detalle en su memoria.

Cuando finalmente llegaron a la habitación, todo sucedió con una naturalidad que sorprendió a ambos. No había prisa, solo el deseo de estar juntos, de conectarse no solo físicamente, sino también emocionalmente. En cada caricia, en cada beso, había una promesa silenciosa de que esto significaba mucho más que un simple encuentro.

La noche fue un baile de cuerpos y emociones, una comunión entre dos personas que habían esperado mucho tiempo para estar en ese momento. Lucía se sintió segura, querida, y por primera vez en mucho tiempo, completamente conectada con alguien. Pedro, por su parte, la trató con un cuidado que solo confirmó lo que ya sabía: que lo que tenían era real, y que valía la pena luchar por ello.

Entres canciones y sueños (Quevedo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora