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Mis dedos temblaban como hojas al viento a medida que los levantaba, mis latidos tan rápidos como los de un colibrí. La fuerte mano de Hyukjae era firme y estable cuando tomó la mía y puso el anillo en mi dedo.

De oro blanco con veinte pequeños diamantes
Lo que tiene intención de ser un signo de amor y devoción para otras parejas
no era más que un testimonio de su propiedad sobre mí. Un recordatorio diario de la
jaula de oro en la que estaría atrapado el resto de mi vida. Hasta que la muerte nos
separe no era una promesa vacia como sucede con tantas otras parejas que entraban al
sagrado vínculo del matrimonio. No había manera de salir de esta unión para mí. Era
de Hyukjae hasta el amargo final. Las últimas palabras del juramento que los hombres
hacían cuando iniciaban en la mafia podrían muy bien haber sido el cierre de mi voto
matrimonial: Entro con vida y tendré que salir muerto.

Debería haber corrido cuando aún tenía la oportunidad. Ahora, con cientos de
rostros de las familias de Daegu y Seul observando detrás de nosotros, huir
ya no era una opción. Tampoco el divorcio. La muerte era el único final aceptable
para un matrimonio en nuestro mundo. Incluso si me las areglaba para escapar de los
ojos vigilantes de Hyukjae así como de sus secuaces, la violación a nuestro acuerdo
significaría la guerra. Nada de lo que mi padre pudiera decir impediría a la familia de
Hyukjae ejercer venganza por hacerles quedar en ridículo.

Mis sentimientos no importaban, nunca lo hicieron. Había estado creciendo en
un mundo donde no se conceden opciones, especialmente a las mujeres y los donceles.

Esta boda no iba del amor, la confianza o la elección. Iba sobre el deber y el honor, de hacer lo que se espera.

Un vínculo para asegurar la paz.

No era idiota. Sabía de qué otra cosa se trataba todo esto: dinero y poder.
Ambos estaban disminuyendo desde que la Mafia Rusa "la Bratva", la Tríada
Taiwanesa, y otras organizaciones del crimen habían estado tratando de ampliar su
influencia en nuestros territorios. Todas las familias italianas en Corea.

Necesitaban dejar a un lado sus luchas internas y trabajar juntas para vencer a sus
enemigos. Deberia estar honrado de casarme con el hijo mayor de la familia de Seul. Eso es lo que mi padre y cada otro pariente masculino habían intentado decirme desde mi compromiso con Hyukjae. Lo sabía, y no era como si no hubiera tenido tiempo
para prepararme para este momento exacto y, sin embargo, el miedo atenaza mi
cuerpo encorsetado en un agarre implacable.

-Puede besar al novio- dijo el sacerdote.

Levanté la cabeza. Cada par de ojos en el pabellón me escudriñó, esperando un
destello de debilidad. Padre se pondría furioso si dejaba que ni terror se mostrara en
mi expresión y la familia de Hyukjae lo utilizaría contra nosotros.

Pero habia crecido en un mundo donde una máscara perfecta era la única
protección que tenían los donceles y no tuve problemas para adoptar una expresión
plácida. Nadie sabría lo mucho que quería escapar. Nadie más que Hyukjae. No podia
esconderme de él, sin importar cuánto lo intentara. Mi cuerpo no paraba de temblar.
A medida que mi mirada se encontraba con los ojos grises y fríos de Hyukjae, me di
cuenta que lo sabía. ¿Con qué frecuencia había infundido miedo en los demás?
Reconocerlo era probablemente una segunda naturaleza para él.

Se inclinó para cubrir los veinticinco centímetros que se elevaba por encima de
mí. Sin ninguna señal de duda, miedo o vacilación en su rostro. Mis labios temblaron
contra su boca a medida que sus ojos se clavaban en los míos. Su mensaje era claro:
Eres mio.











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[Aún no lo voy a empezar a subir (aún me estoy preparando mentalmente), solo es un encendiendo motores.]

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