El estadio ya empezaba a vibrar con la emoción de la gente que se iba poco a poco acrecentando. Cristóbal caminaba por los pasillos en dirección a su camerino, mientras el bullicio del ajetreo calaba en sus oídos. El día anterior había sido probablemente el peor día de su vida, pero hoy, estaba dispuesto a darlo todo por tal de hacer sentir orgullosos a quienes lo amaban y apoyaban, y por alguna razón, no sentía nervios, o al menos no como creyó; intuía que se debía a la exhaustiva preparación que tuvo gracias a Enzo, más el apoyo incondicional del gran Maravilla Martínez que le daban la confianza que necesitaba. Al menos por ahora.
Subió a la zona donde lo esperaban algunos amigos cercanos, entre ellos Martín, quien inmediatamente se agarró a él en un fuerte abrazo.
Secretamente, aunque Martín estuviera jodido por dentro, tenía claro que ese día no se trataba de él ni de sus sentimientos, sino del momento tan significativo que Cristóbal estaba a punto de vivir. No podía permitir que sus tontas emociones se interpusieran... después de todo, Cristóbal seguía siendo su mejor amigo, y su lealtad hacia él era más fuerte que su propio corazón roto.
-Vas a hacerlo increíble hoy, Shelao. Lo sé, mírate, estás nazi- Le dijo Martín con una sonrisa que ocultaba algo que lo consumía. Ver a Cristóbal sin que este tenga la más mínima idea de lo que había provocado en él era una especie de castigo.
-Gracias, Marto. De verdad... no sé qué haría sin tu apoyo, weón- Respondió Cristóbal sincero, tan ajeno a lo que esa frase significaba. -Te amo, hermano. Sin ti no estaría aquí.
Poco a poco la compañía de sus amigos se volvió pesada, aun cuando sabía que todos estaban allí con la mejor de las intenciones. Dentro de la mezcla de voces y risas entre chilenos y argentinos, Cristóbal solo podía recordar el valioso consejo que Alejandra, la campeona argentina, le dio:
"Esto que te voy a decir es muy importante. La gente te quita mucha energía, y el día de la pelea quiero que seas soledad pura, que estés solo, de lo contrario, te vas a subir al ring muerto, como una bandera flameando..."
Es así que, abrumado, lo único que deseaba era estar solo, apartarse de la algarabía que lo rodeaba y encontrar la tranquilidad necesaria para prepararse mentalmente, por lo que, con una sonrisa forzada, buscó un pretexto para alejarse.
Mientras tanto, Víctor vivía una preparación completamente distinta. Su entrenador había sido claro: ese era su día, y nadie más debía interferir en ese momento crucial, manteniendo a raya a cualquier persona que intentara acercarse, protegiendo la burbuja de concentración de Víctor, quien moría de los nervios.
Para César no existían amistades en el ring, y se lo había inculcado a su pupilo, por lo que Víctor era consciente del componente personal en el combate, pero había luchado para mentalizarse que era simplemente eso, un combate. Que no determinaba absolutamente nada más allá.
-Hoy es tu día, Víctor. Nada más importa- Le repetía su entrenador. -Ya has ganado con todo lo que te has esforzado, ahora solo has venido a por el premio. ¡Vamos, coño!
Víctor respiraba hondo, sintiendo el sudor helado bajar por su sien, pero convencido de que una vez sonara la campana, no existirían emociones. Solo él y el deseo de ganar. Estaba preparado para demostrar lo que valía, que estaba listo para enmendar sus errores.
Los gritos y la energía del estadio comenzaron a crecer mientras los comentaristas anunciaban el cuarto combate de la noche.
Su combate.
Cerró los ojos por un instante, sintiendo el latido de su corazón resonar en su pecho cuando los gritos se intensificaron. Sabía lo que eso significaba.