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Larissa

Todo parecía haberse reducido a nada desde la ventana del avión. El niño del asiento de al lado no dejaba de llorar, pero eso era lo que menos me importaba. La música en mis audífonos era tan fuerte que no podía escucharlo tanto como su pobre madre.

Así que, omitiendo sus lloriqueos, me acomodé mejor en el asiento y seguí admirando la oscura noche. Ya casi amanecería y tendría que cerrar la ventana. El sol era muy molesto para mí, así que prefería admirar la noche mientras durara.

Y no, no soy un murciélago ni nada que se le parezca.

No me había molestado en mirar la hora para ver cuánto tiempo había pasado dentro de aquel avión. No quería saberlo. No muchas personas se escapan de sus casas a mitad de la noche para irse de su país a otro totalmente lejos, y los pocos que lo hacen se niegan a mirar sus teléfonos además de que empiezan a hiperventilar con los ataques de nervios que les dan. Pero en mi caso... No sentía más que alivio y libertad.

Me quedé atada y desde hace años que no avanzo como debería hacerlo.
Y quiero hacerlo.

Él no hubiera querido que me quedara estancada dentro de todas las cosas que nos enseñaron. Pero él ya no está conmigo y es imposible que me diga lo que tengo que hacer. Paso saliva y cierro los ojos para intentar apartar los malos recuerdos que llegan a mí tan rápido que me dejan sin aire.

Nunca escapamos de las cosas que nos rompen, porque no podemos. Solo llegan, sin hora, ni lugar, ni nada que nos avise que pronto tocarán nuestra puerta para quitarnos las cosas que más queremos en la vida. Después de que todo pasa buscamos refugio, un refugio que yo espero encontrar lejos de todo aquello que me dolió y que sigue doliendo. No sé por cuanto tiempo más permanezco dentro de aquel avión, solo sé que después de un rato ya no estamos en el aire, sino en tierra firme. Salgo del avión en el orden que corresponde y voy por mis maletas al sitio donde están. He echo esto tantas veces que ya sé qué cosas hacer hasta de manera mecánica. Cuando salgo, lo primero que hago es sacar mi celular del bolsillo del pantalón para encenderlo.

Spoiler: no llego a hacerlo.

Antes de que pueda siquiera reaccionar, siento un peso tan grande en mi espalda que me desestabiliza por completo y caigo al suelo boca abajo. Lo único que se mantuvo en pie fueron mis maletas. Todas las personas que pasan junto a nosotras hacen dos cosas: se ríen y otras nos juzgan con la mirada. Alzo la cara y miro sobre mi hombro con mala cara.

- Quítate.

Mi mal humor solo la hace reír más.

- ¿No piensas decirme cuánto me extrañaste?

- ¿Y si te digo que no te extrañé?

- Eso en tu lengua significa que me estás declarando tu amor.

- Dejaría todo en tus manos menos mi corazón.

- Eso es mío desde que nos conocimos, acéptalo y serás más feliz.

Eso viene acompañado de un guiño que hace que sonría, pero oculto mi rostro para que no lo vea, bastante alto tiene el ego. Se pone de pie y luego me ayuda a hacer lo mismo para estrecharme en un abrazo lleno de cariño.

- Eres demasiada orgullosa para decirlo, pero yo no- musita en voz baja contra mi cabello-. Te extrañé mucho.

Nos balanceamos una contra la otra durante un rato más en el que ninguna dice nada hasta que decidimos que ya es suficiente. Ella sorbe su nariz. Yo pongo los ojos en blanco un tanto divertida. Sin duda la compañía de Inna puede que me ayude en mi estancia aquí después de todo. Teníamos solo diez años cuando tuvimos que separarnos. Ella se mudó a Estados Unidos con su familia unos meses antes de mi cumpleaños y solo habíamos podido vernos tres veces en los diez años que teníamos separadas. Nos conocemos desde que nacimos, solo nos llevamos unos días de diferencia y desde entonces nuestras madres hicieron de todo para que fuéramos amigas.

El camino para escapar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora