Capítulo 3

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Max no recordaba la última vez que había estado tan desarmado por alguien como Sergio. Las semanas habían pasado desde su primer encuentro, pero la sensación de vértigo no lo abandonaba. Habían compartido breves momentos en eventos sociales, siempre rodeados de personas, nunca lo suficientemente cerca para hablar en serio. Pero cada mirada, cada sonrisa, había dejado un rastro indeleble en él.

Hoy se encontraban en un café discreto, lejos de los focos y las miradas indiscretas de sus mundos públicos. El lugar estaba en penumbra, con luces cálidas que creaban una atmósfera íntima. Max había llegado primero y esperaba en una mesa apartada, su café intacto frente a él. Su mente estaba inquieta, repasando cada palabra que había intercambiado con Sergio, cada gesto calculado que lo dejaba confundido, siempre queriendo más.

Sergio llegó tarde, como siempre, con una actitud despreocupada que a Max le resultaba tan frustrante como encantadora. Su cabello ligeramente despeinado, su abrigo colgando de sus hombros con la elegancia casual de alguien que sabe que siempre está en control. Se acercó a la mesa con una sonrisa que prometía más de lo que decía.

—Perdón por la demora, me entretuve con una llamada —dijo Sergio, tomando asiento frente a Max sin perder esa aura relajada.

Max lo observó por un segundo, tratando de ocultar su ansiedad. —No te preocupes —respondió, aunque la espera lo había hecho pensar demasiado en lo que estaba pasando entre ellos.

Sergio pidió un café y se recostó en su silla, mirándolo con esa mirada penetrante que siempre dejaba a Max en un estado de alerta, pero también vulnerable. El silencio entre ellos se alargó, y Max sentía como si cada segundo sin palabras fuera una prueba, una invitación a llenar el vacío con sus propios deseos.

—Has estado ocupado últimamente —comentó Sergio finalmente, sus ojos estudiando el rostro de Max como si buscara algo más allá de las palabras.

Max asintió, incapaz de ocultar la tensión en su cuerpo. —Sí, demasiado. Pero aquí estoy.

Sergio sonrió, esa sonrisa que siempre parecía esconder algo más. —Me alegra que lo estés.

El café de Sergio llegó, y por un momento, ambos se centraron en el acto banal de remover el azúcar y probar el amargo líquido. Pero el aire entre ellos estaba cargado de una tensión palpable, de algo no dicho que ambos sabían que estaba ahí. Max no podía evitarlo. Cada pequeño gesto de Sergio, desde cómo sostenía la taza hasta cómo lo miraba de reojo, lo hacía sentirse atrapado en un juego del que no conocía las reglas.

—A veces me pregunto qué piensas —dijo Sergio de repente, su voz suave pero con una carga emocional que no se correspondía con la ligereza de sus palabras.

Max lo miró, sorprendido. —¿Por qué dices eso?

—Porque siento que te retienes. Como si siempre estuvieras al borde de decir algo, pero nunca lo haces. —Sergio lo miró directamente, su expresión casi desafiante, como si lo empujara a cruzar una línea invisible.

Max sintió un nudo formarse en su estómago. Había verdad en las palabras de Sergio. Siempre se sentía a punto de explotar, de confesar lo que realmente sentía, pero algo lo detenía. Quizás era el miedo a lo desconocido, o la creciente desconfianza que se había plantado en su mente por las advertencias de Kelly. Pero más que nada, era la incertidumbre de no saber si Sergio sentía lo mismo o si todo esto era solo un juego para él.

—No es fácil —respondió finalmente, su voz más baja de lo que pretendía. Sabía que estaba siendo vago, pero no podía permitirse más vulnerabilidad.

Sergio no dijo nada por un momento. Solo lo miró, y entonces, de manera inesperada, extendió su mano y rozó la de Max, un toque suave, casi accidental, pero suficiente para hacer que Max contuviera la respiración. Era un gesto pequeño, pero cargado de significado. Un acercamiento que prometía más de lo que mostraba.

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