Capítulo 10

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Max, aún inmerso en la tensión de lo que acababa de ocurrir, respiraba pesadamente contra el cuello de Sergio, quien seguía atrapado entre el sofá y su cuerpo. La cercanía entre ellos, el calor que desprendían sus cuerpos, hacía que el ambiente fuera irrespirable, cargado de deseo y resentimiento. Max sentía cómo su pulso se aceleraba, una mezcla de adrenalina y deseo lo impulsaba a explorar cada rincón del cuerpo de Sergio.

Max aflojaba su agarre de manera deliberada, manteniendo el control, pero permitiéndole a Sergio un margen de movimiento. Quería ver hasta dónde Sergio estaba dispuesto a llegar, cómo reaccionaría si él relajaba esa presión sutil. Sus ojos se encontraron, y por un breve segundo, Max pensó ver algo distinto en la mirada de Sergio: una chispa de miedo, pero también una aceptación y desafío que lo desconcertaba y excitaba al mismo tiempo.

Sergio, aún temblando, dejó que sus manos recorrieran el torso de Max, respondiendo al deseo que ambos sentían, pero también consciente de que cada caricia era una pieza más en el juego que había construido. Max creía que tenía el control, pero en realidad, Sergio lo había llevado exactamente a donde quería. Sus sollozos eran ahora gemidos suaves, casi involuntarios, que solo alimentaban el fuego que ardía entre ellos. Era un juego peligroso, pero ambos lo deseaban.

Max no pudo evitar notar el cambio en Sergio, pero estaba demasiado cegado por su necesidad de poseerlo para analizarlo. La furia que había sentido minutos antes seguía ardiendo en su interior, pero ahora estaba teñida por un deseo visceral. Los dedos de Max, que antes habían apretado con fuerza, ahora se movían con más intención, acariciando los brazos de Sergio, subiendo por su cuello hasta enredarse en su cabello. Lo jaló hacia él, obligándolo a mirarlo directamente a los ojos, su respiración chocando entre ellos.

—Sabes lo que quiero —susurró Max, su tono bajo y amenazante, mientras jalaba un poco más el cabello de Sergio. La presión hacía que Sergio sintiera una mezcla de miedo y emoción, una corriente eléctrica que recorría su cuerpo.

Sergio, sintiendo el peso de Max contra él, no se apartó. A pesar de que sus sollozos resonaban en el aire, había un nuevo destello en su mirada, una mezcla de desafío y sumisión que solo Max podía detectar. Su vulnerabilidad era una fachada cuidadosamente construida. Con un movimiento casi involuntario, inclinó ligeramente la cabeza, exponiendo su cuello, invitando a Max a reclamarlo, aunque su intención era muy diferente.

Cada segundo que pasaba parecía estirar la tensión entre ambos, hasta que Max, incapaz de soportarlo más, dejó que sus labios recorrieran el cuello expuesto de Sergio. Esta vez, no se trataba solo de reclamar, sino de sentir, de dejarse arrastrar por la marea de emociones que se agitaban dentro de él. Sus besos y mordidas se volvieron más urgentes, agresivos, mezclados de deseo y furia en una mezcla que no podía controlar del todo.

El sabor salado de la piel de Sergio se mezclaba con el aroma de su sudor, creando una mezcla intoxicante que nublaba los pensamientos de Max. Su respiración se aceleraba mientras sus manos bajaban, recorriendo el cuerpo de Sergio con una familiaridad que bordeaba lo posesivo. Sergio emitía pequeños gemidos, suaves y casi imperceptibles, pero lo suficiente para hacer que el deseo de Max ardiera con más fuerza.

—Dime que eres mío —exigió Max, susurrando contra su cuello, su voz cargada de una autoridad que no dejaba espacio para la duda.

Sergio soltó un suspiro entrecortado, sus manos aferrándose a los hombros de Max mientras sus labios temblaban. La presión de sus cuerpos juntos, la sensación del calor que se intensificaba, lo llevó al borde de la rendición. Sus ojos se encontraron de nuevo con los de Max, y en ese momento, entre lágrimas y deseo, pronunció las palabras que Max anhelaba volver a escuchar:

—Soy tuyo...

Las palabras resonaron en la mente de Max, llenándolo de una satisfacción oscura, Encendieron algo en Max. La rabia que lo había dominado hasta ese punto se transformó en una pasión desenfrenada. Se acercó más a Sergio, su cuerpo presionando contra el de él, mientras la intensidad de su mirada se intensificaba. Era como si cada beso y cada toque fueran un intento de poseer lo que creía que le pertenecía.

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