Capítulo 11

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Max sonrió al escuchar las palabras de Sergio, pero la sonrisa no era dulce ni comprensiva. Era una sonrisa oscura, cargada de control, de un deseo que apenas podía contener. Lo que había comenzado como una muestra de poder estaba a punto de escalar a un territorio más salvaje, más crudo. El temblor en la voz de Sergio, su confesión entre jadeos, había encendido algo en Max, algo que ya no estaba dispuesto a reprimir.

—No puedes más, ¿eh? —repitió Max, su tono burlón, casi provocador. Su mano se mantuvo firme sobre el miembro de Sergio, apretando con más fuerza, marcando un ritmo que oscilaba entre lo lento y lo insoportablemente preciso, llevándolo al límite. Pero justo cuando Sergio parecía estar al borde de sucumbir, Max aflojaba, haciéndolo retroceder, atrapándolo en un ciclo interminable de placer y frustración.

—¿De verdad creíste que iba a dejarte salir de esto tan fácil? —murmuró, acercándose al oído de Sergio, su aliento caliente contra la piel húmeda de su cuello. Sergio intentó responder, pero Max no se lo permitió. Con un movimiento brusco, lo empujó hacia atrás, haciéndolo caer de su regazo sobre el sofá, quedando completamente expuesto bajo su mirada. Los ojos de Max eran intensos, su cuerpo tenso como una cuerda a punto de romperse.

Max se puso de pie lentamente, desabrochando su propio cinturón con movimientos deliberadamente lentos, dejando que el sonido del metal al deslizarse fuera lo único que rompiera el silencio cargado en la habitación. Sus ojos nunca se apartaban de Sergio, observando cómo su pecho subía y bajaba rápidamente, su cuerpo tembloroso de anticipación y deseo. La erección de Sergio seguía evidente, palpitante, pero Max no le permitiría ninguna liberación aún. El control era suyo, y pensaba explotarlo hasta el último segundo.

—Te dije que no iba a detenerme —gruñó Max mientras desabrochaba sus pantalones, dejándolos caer al suelo, quedando únicamente en bóxer. Su propia erección, rígida y dolorosamente siendo más evidente, y los ojos de Sergio se abrieron de par en par. Max disfrutó del momento, sintiéndose aún más poderoso al ver la reacción de Sergio.

Sin esperar más, Max se inclinó sobre el sofá, cubriendo a Sergio con su cuerpo, obligándolo a quedar atrapado bajo él. Sus manos, que antes habían sido suaves y cuidadosas, ahora se movían con una firmeza que bordeaba lo agresivo. Atrapó las muñecas de Sergio sobre su cabeza, inmovilizándolo completamente contra el respaldo. Sergio intentó moverse, pero Max no lo permitió. Cada vez que Sergio intentaba liberarse, Max apretaba más, dejando claro quién estaba a cargo.

—No te muevas —le advirtió con voz ronca, sus labios rozando la oreja de Sergio. El aliento caliente de Max hizo que Sergio se estremeciera, sus gemidos entrecortados llenando el espacio entre ellos.

Max se tomó un segundo para observarlo: su rostro, marcado por el deseo y la frustración, el brillo de sus ojos oscuros que lo miraban entre la sumisión y el desafío. Era ese equilibrio lo que hacía a Sergio irresistible para Max. Sabía que podía llevarlo a donde quisiera, pero también sabía que Sergio nunca se lo entregaría completamente sin luchar, y esa batalla era lo que lo mantenía encendido.

Con un gruñido, Max bajó una mano hasta el miembro de Sergio nuevamente, esta vez moviéndose con más rapidez, más brutalidad. Los gemidos de Sergio se hicieron más altos, pero Max no se detuvo. De hecho, aceleró, sus movimientos implacables, como si quisiera extraer de Sergio cada último gemido, cada última súplica. Y lo haría. No pararía hasta que Sergio estuviera completamente desarmado bajo su control, hasta que no quedara más resistencia.

—Esto es lo que querías, ¿verdad? —Max habló entre dientes, su mano apretando con más fuerza. Sergio intentó responder, pero las palabras se ahogaron en un gemido. Su cuerpo se arqueó bajo el toque implacable de Max, sus caderas moviéndose involuntariamente mientras el placer se volvía insoportable.

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