Capítulo 7

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¿Qué me está pasando? ¿En qué me estoy convirtiendo? ¿En qué me estás convirtiendo, Sergio?

No puedo dejar de pensar en cómo me comporté aquella noche. Ver a Sergio rodeado de esa gente, sonriendo de esa forma calculada, riendo como si supiera exactamente cómo me afectaba, me desquició. Yo, Max, que siempre he sido el hombre firme, el que no se deja llevar por impulsos, me encontré arrastrado por un estúpido ataque de celos. Celos. Algo que jamás creí experimentar tan visceralmente. Me dejé consumir por una emoción tan inmadura, tan básica. Agarré a Sergio, lo besé como si pudiera reclamarlo, como si de verdad fuera mío. Fue una reacción desesperada, primitiva. Me avergüenzo de mí mismo.

Siempre pensé que era mejor que eso. Siempre creí que podía controlar mis emociones, mantener mi distancia, no dejar que nadie, mucho menos Sergio, tuviera tanto poder sobre mí. Pero aquí estoy, sumido en una espiral de pensamientos oscuros, preguntas que nunca antes me había hecho, deseos que no son los míos. No reconozco a este Max que se está dejando consumir por algo tan tóxico.

Desde esa noche, Sergio ha comenzado a evitarme por completo. Al principio pensé que solo era parte del juego, que estaba intentando provocarme, hacerme sufrir un poco más. Pero los días pasaron, y la ausencia de Sergio se volvió evidente. Ya no recibía sus llamadas, no lo encontraba en los lugares en los que solía estar. Era como si, de repente, se hubiera evaporado de mi vida.

Cada día que pasa sin saber de él, siento cómo la oscuridad crece dentro de mí. Me imagino confrontándolo, forzando una respuesta. A veces lo veo en mi mente, en el suelo, llorando, suplicando. Suplicándome que pare, que le dé una tregua. Esos pensamientos me horrorizan, pero lo que más me aterra es lo fácil que surgen. No necesito esforzarme en imaginarlo, simplemente aparece, como si siempre hubiera estado ahí, enterrado en alguna parte de mí que no conocía.

Eso desató algo en mí. Algo que no pensé que existía. Una parte de mí que es capaz de concebir pensamientos que me aterran. He comenzado a imaginar escenarios donde lo busco, donde lo persigo, donde lo obligo a enfrentarme. El solo hecho de pensarlo me enferma. Porque sé que está mal, sé que no soy ese tipo de hombre, o al menos no lo era antes. La obsesión nunca ha sido algo que formara parte de mi vida. Antes de Sergio, mi vida era simple, ordenada. Yo era un hombre correcto, equilibrado, siempre consciente de lo que estaba bien y lo que estaba mal.

¿Qué me está pasando? ¿En qué me estás convirtiendo, Sergio? No soy yo el que está pensando esto. No puedo serlo.

Antes de Sergio, todo era diferente. Mi vida estaba en orden, cada cosa en su lugar. Era frío, calculador, práctico. No me dejaba llevar por las emociones. Las relaciones no eran más que una distracción pasajera; todo tenía su lugar, cada cosa en su tiempo. No existían tensiones internas, ni momentos de duda. Sabía que el control sobre mí mismo era mi mayor fortaleza. Me enorgullecía de ello, de poder manejar cualquier situación con frialdad y precisión. Mis decisiones eran claras, racionales. Jamás habría permitido que alguien se adentrara tanto en mis pensamientos como lo ha hecho Sergio.

Pero ahora, todo se ha desmoronado. Me he sorprendido a mí mismo más de una vez, imaginando cosas que jamás pensé que cruzarían mi mente. Cosas oscuras, violentas. Me avergüenza admitirlo, pero ya no puedo negarlo. Hay momentos en los que pienso en Sergio y en lugar de sentir solo deseo, siento rabia. Una rabia que me quema por dentro.

Este juego, esta atracción que al principio me pareció una simple aventura, se ha convertido en una jaula. Cada vez que pienso en él, en sus gestos, en su maldita sonrisa, siento que estoy cayendo en un abismo del que no sé cómo salir. No puedo dejar de pensar en él.

Pero ahora, Sergio ha sacado algo de mí que no sabía que existía. Un deseo de control, de dominación, de sometimiento de rabia. No es solo lujuria, no es solo atracción. Es algo mucho más profundo, más oscuro. Quiero verlo arrodillado frente a mí, quiero oírlo susurrar mi nombre con esa mezcla de desafío y entrega. Quiero llevarlo a un lugar donde solo existamos los dos, donde el poder y la sumisión se entrelacen en una danza que ambos comprendemos, pero que nunca hemos admitido en voz alta.

Hay noches en las que imagino llevarlo a una habitación privada, lejos del ruido y las distracciones del mundo. Imagino atarlo, ver cómo su piel se tensa bajo las cuerdas, viendo esa sonrisa burlona desaparecer en un segundo. Imagino la sorpresa en sus ojos, cómo se borraría de su expresión esa calma arrogante que siempre tiene. Me veo sujetándolo contra una pared, esta vez no con deseo, sino con una furia que no puedo controlar. Quiero gritarle, quiero exigirle respuestas. ¿Por qué juega conmigo? ¿Por qué se deleita en verme perder el control?

También pienso en buscarlo. En aparecer sin previo aviso en su puerta, con el rostro endurecido y la mente nublada de pensamientos oscuros. ¿Y si lo empujo contra el suelo? ¿Y si hago que entienda que no puede seguir jugando conmigo? Mi mente divaga, pintando escenarios en los que lo agarro con fuerza por el cuello, obligándolo a mirarme, a enfrentar la tormenta que ha desatado en mí. Lo obligaría a sentir miedo, algo que Sergio nunca parece sentir. Lo haría sufrir, de la misma manera que él me ha hecho sufrir a mí.

Me pregunto si siempre he sido así y Sergio simplemente ha desbloqueado esta parte de mí. O quizás es él quien me ha moldeado a su antojo.

Lo que pienso es horrible, lo sé. Soy consciente de lo mal que está. Mi mente divaga constantemente entre lo que sé que está bien y lo que sé que está mal. Lo correcto sería alejarme, cortar de raíz esto que me está consumiendo, olvidarme de él y continuar con mi vida. Sergio no es más que una distracción peligrosa, un lío de lujuria y deseo que me ha llevado al límite. Sé que debería dejarlo atrás, recuperar el control de mi vida, volver a ser el Max que no necesita de nadie más que de sí mismo.

Pero también está la otra parte de mí, la que se siente completamente fuera de control, la que ha empezado a obsesionarse con la idea de que Sergio es el único que puede llenar este vacío que ha comenzado a crecer dentro de mí. Porque eso es lo más inquietante: este hombre me tiene a su merced. Y sé que está mal. Sé que no debo permitirlo. Pero... ¿cómo puedo detenerlo?

Antes, las cosas eran simples. Blanco o negro. Lo correcto o lo incorrecto. Y siempre elegía lo correcto. La obsesión está mal. Siempre lo supe. Pero ahora, lo que está mal me atrae de una manera que no puedo explicar.

¿Me he convertido en un mal hombre? ¿Es esta la forma en la que voy a terminar, consumido por los pensamientos y obscuros del deseo y rencor que otra persona ha sembrado en mí? Hay días en los que creo que lo mejor sería desaparecer. Alejarme de todo, de todos, y encontrar esa paz que alguna vez tuve. Pero en otros momentos... en otros momentos, el deseo de volver a ver a Sergio es tan fuerte que parece que mi cuerpo no me pertenece. Me está arrastrando a un lugar oscuro, un lugar del que no sé si puedo regresar.

Y eso es lo que más miedo me da. Sergio es un hombre que juega con el poder, lo sabe, lo domina. Y yo, que siempre me enorgullecí de ser el fuerte, de nunca dejar que nadie me doblegara, me encuentro ahora atrapado en su juego. Un juego que, lo sé, nunca podré ganar. ¿Qué haré? ¿Alejarme y seguir adelante, como debería hacer cualquier hombre cuerdo? O... ¿permitir que esta oscuridad me consuma por completo y dejar que Sergio vea de lo que soy capaz?

No puedo seguir así. Debo tomar una decisión. Debo elegir entre lo que está bien —recuperar el control de mi vida y alejarme para siempre— o lo que está mal, permitirme caer más profundo en esta obsesión que no me deja respirar.

Pero cada vez que intento convencerme de que lo correcto es alejarme, lo único que puedo pensar es en la forma en que Sergio me mira, como si supiera que ya no hay vuelta atrás. Como si él ya hubiera ganado esta partida.

 Como si él ya hubiera ganado esta partida

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Se esta volviendo salvaje :c

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