⚠️Tóxico +18 ⚠️
Lo que comienza como una atracción intensa pronto se transforma en un juego oscuro de poder y sumisión. Mientras Max lucha por mantener el control de sí mismo, su mente se va llenando de pensamientos cada vez más perturbadores. El de...
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Sergio despertó lentamente, sus ojos abriéndose con esfuerzo mientras el dolor sordo en todo su cuerpo lo recibía de inmediato. Cada músculo le dolía, como si su cuerpo le recordara lo que había pasado la noche anterior. Sin embargo, ese dolor también traía consigo una satisfacción oscura, retorcida, que lo hacía estremecerse mientras intentaba levantarse de la cama.
A su lado, Max seguía durmiendo profundamente, su respiración tranquila y regular, el pecho subiendo y bajando con la calma que solo el sueño profundo puede brindar. Sergio lo observó por unos segundos, una mezcla de satisfacción y algo más oscuro arrastrándose en su pecho. Max, ajeno a todo, dormía como si la noche anterior no hubiera sido más que un sueño.
Sus piernas temblaban, apenas pudiendo sostenerlo cuando por fin logró incorporarse. Sentía como si el suelo pudiera desaparecer bajo sus pies en cualquier momento, pero aun así, sabía que debía levantarse. Con pasos inestables, se dirigió al gran espejo del dormitorio. No podía evitarlo, necesitaba ver los resultados de lo que habían hecho. Cada marca, cada moretón, cada rastro de Max sobre su piel era algo que necesitaba admirar. Al llegar frente al espejo, Sergio se quedó quieto, sus manos temblorosas sujetándose del borde para no caer. Levantó la mirada, encontrándose con su reflejo.
Su cuerpo estaba cubierto de las marcas de la noche anterior. Un hermoso y triste caos, eso era lo que veía. Las muñecas estaban enrojecidas, con finas líneas moradas dibujándose bajo su piel, recordándole cómo Max lo había sujetado con una fuerza que lo había llevado al límite. Sus muñecas, sus caderas, su cuello... todas ellas contaban una historia de poder, de sumisión y de dominio compartido.
El cuello, ah, el cuello... rastros de besos y mordidas se mezclaban, algunos ya oscuros, otros frescos y vivos, aún ardiendo bajo su piel sensible. Max lo había marcado con todo lo que tenía, reclamando cada centímetro de su piel, y Sergio no podía evitar sonreír levemente ante la imagen que el espejo le devolvía. Era dolorosamente hermoso.
Se inclinó un poco hacia el espejo, acercándose para ver mejor las marcas en su clavícula, las pequeñas mordidas que Max había dejado mientras lo tomaba con furia. Sus labios, aunque hinchados y secos, aún recordaban la sensación de los besos de Max, esa mezcla de pasión y agresión que lo había consumido por completo.
Lágrimas comenzaron a brotar sin control y sin previo aviso. Sergio no podía evitarlo. Verse de esa manera lo llenaba de una mezcla de emociones que no podía manejar. Decir que no había sentido miedo la noche anterior sería una mentira. Claro que lo había sentido. Cuando Max lo sujetó con tanta fuerza, cuando lo mordió, cuando lo penetró con esa brutalidad que él mismo había provocado, Sergio había sentido miedo real. Pero el miedo no fue suficiente para opacar la otra emoción que lo había dominado por completo: la satisfacción.
—Lo amé. Lo amé tanto, pensaba mientras las lágrimas seguían rodando por sus mejillas, mientras miraba su cuerpo cubierto de esas marcas que tanto le dolían. Claro que sentí miedo, claro que dolió, pero la satisfacción fue mucho más grande, mucho más profunda. Cada marca era un logro, cada moretón era una victoria.