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"No quiero ser siempre yo la que carga con estas batallas

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"No quiero ser siempre yo la que carga con estas batallas. Pero dentro sé que estoy rota. No sé qué vale la pena luchar, ni por qué siempre termino gritándole al vacío. Estoy perdida, y no sé cómo llegué hasta aquí. Solo sé que nada está bien... pero, por ahora, sigo aquí."

La noche envolvía la calle con su habitual oscuridad, mientras el sonido de un auto acercándose rompía el silencio. Los faros iluminaban brevemente el camino desierto antes de apagarse cuando el vehículo se detuvo frente a la casa. Los padres de Erizo salieron del auto, hablando entre ellos, ajenos a cualquier otra realidad que no fuera la suya.

El padre suspiró, sacando las llaves del bolsillo mientras caminaban hacia la puerta. "¿Cómo estuvo el trabajo?" preguntó con una indiferencia acostumbrada.

"Lo mismo de siempre" respondió la madre, con un ligero encogimiento de hombros. "Una reunión, un poco de papeleo... nada fuera de lo normal. Aunque tuve que quedarme un poco más tarde, ya sabes, por esos informes"

Asentían, intercambiando frases que flotaban en el aire como ecos vacíos. Había sido un día completamente común para ellos, como cualquier otro, una rutina que conocían de memoria.

"Quizás mañana deberíamos ir a cenar fuera" sugirió el padre, mientras cerraba el auto. "Hace tiempo que no lo hacemos"

"Tal vez" respondió la madre con una leve sonrisa, aunque su mente parecía vagar en otro lugar, atrapada en la inercia de la vida cotidiana.

Se acercaron a la puerta principal, sin imaginar lo que había pasado dentro. Para ellos, el día había sido como cualquier otro. Normal, rutinario. Claro, solo para ellos.

Para Erizo, en cambio, esa noche había sido otra batalla interna, otro enfrentamiento con sus demonios. Y ellos, distraídos en sus conversaciones banales, no tenían la más mínima idea de lo que su hija había estado atravesando sola en el silencio de su habitación.

Cuando la madre de Erizo entró en la casa, lo primero que le llamó la atención fue la oscuridad. Era raro, Erizo solía encender las luces, incluso si estaba en su habitación. "Qué extraño..."   murmuró, mientras alcanzaba el interruptor y lo accionaba, llenando el recibidor con una luz fría y artificial.

Al dar un paso más hacia el interior, notó el bolso de su hija tirado de manera descuidada en el suelo, a un lado de la entrada. Una punzada de irritación recorrió su cuerpo. "Otra vez dejando todo tirado" pensó, conteniendo un suspiro de frustración. Se agachó rápidamente y recogió el bolso, notando cómo la molestia crecía lentamente en su pecho.

"Erizo" llamó con voz firme, esperando una respuesta inmediata. El silencio, sin embargo, fue su única compañía. Extrañada, repitió. "¡Erizo!" Esta vez, su tono era más severo, exigiendo una respuesta.

Pero nada. Solo el eco de su propia voz resonando en el pasillo. La incomodidad crecía en su interior, algo no encajaba. ¿Por qué no respondía?

La madre de Erizo subió rápidamente las escaleras, con cada paso sintiendo cómo su frustración crecía. Al llegar a la puerta de la habitación, tocó con insistencia. "¡Erizo!" gritó una vez más, pero no hubo respuesta. La puerta no cedía cuando intentó abrirla; tenía seguro. Ahora, ya completamente harta, bajó las escaleras con pasos firmes.

UnknownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora