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"Libre, sí

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"Libre, sí... pero, ¿a qué precio debo cargar con esta maldición?"

Al cruzar las puertas del hospital, Erizo sintió el aire fresco en su rostro. El brillo del sol la cegó momentáneamente, pero esa sensación pronto fue reemplazada por otra más familiar. El desconcierto a su alrededor, la gente caminaba de un lado a otro, ocupada con sus vidas cotidianas, pero para Erizo, cada uno de ellos era una enigma, una mezcla de presencia humana y oscuridad, con los carteles negros en lugar de ojos.

Al primero que vio fue a un hombre de mediana edad, vestido con traje y maletín en mano. Sobre su rostro, el cartel negro decía "Corrupto". Sin prestarle más atención, Erizo desvió la mirada hacia una mujer joven que caminaba apresurada con su teléfono en la mano. En sus ojos, el cartel mostraba la palabra "Hipócrita". Erizo intentó no juzgarla por lo que veía, pero esa imagen distorsionada de la realidad la mantenía en guardia.

A su lado, un anciano esperaba pacientemente en una banca cerca de la entrada del hospital. El cartel en sus ojos no era perturbador, sino algo que Erizo no veía con frecuencia, Sabio. La palabra le ofrecía un respiro en medio del caos visual que la rodeaba, y por un momento, le recordó que no todo lo que veía era oscuro o negativo.

A medida que caminaba por la acera, observaba a cada persona que pasaba a su lado, notando cómo las palabras cambiaban de una a otra. "Engañoso","Violento", Triste y un largo etc. Cada una de estas etiquetas flotaba en la oscuridad que cubría los ojos de las personas, distorsionando su percepción de la realidad. No podía evitar preguntarse si alguna vez podría volver a ver a las personas como solía hacerlo, sin los carteles que revelaban las sombras que cargaban en su interior.

El bullicio de la ciudad era abrumador, pero Erizo mantenía el paso, caminando con la cabeza en alto, aunque cada mirada hacia los rostros de los demás le recordaba la fragilidad y la oscuridad de la naturaleza humana. Sin embargo, lo que más la inquietaba no era lo que veía en los demás, sino lo que había visto en sí misma, Unknown. La palabra, esa maldita palabra seguía grabada en su mente, como un recordatorio constante de la falta de respuestas sobre su identidad.

Con cada paso que daba, Erizo se preguntaba si algún día podría resolver el misterio que la rodeaba.

Finalmente, Erizo se dejó caer en una banca cercana, el frío metal bajo su cuerpo contrastando con la calidez del sol. Sus piernas temblaban ligeramente por el cansancio del primer día fuera del hospital. Aún no se sentía completamente real, como si estuviera atrapada en una especie de sueño distorsionado, donde la realidad y la extrañeza de su percepción se mezclaban en algo incierto.

Miró hacia el frente, tratando de encontrar algún alivio en la simplicidad del entorno, pero la sensación de los carteles flotando en los rostros de las personas seguía presente. La palabra Unknown seguía latente en su mente, como si fuera una sombra sobre su propia identidad. Erizo trató de ignorar ese pensamiento, concentrándose en el sonido de los autos y el bullicio de la ciudad.

UnknownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora