Capítulo 3

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Secaba su cabello con la suave toalla de algodón que, para sorpresa de ella, olía muy bien a la loción de Cristian.

—Oh, vaya —lamentó él al recoger la taza de la mesa—. Parece que el té ya se enfrió.

—Estaba bueno.

—¿Sí? ¿Te gusta la menta? —Asintió afirmativo y él sonrió decepcionado—. Era de manzanilla.

—Oh...

—Sip. —Se llevó la taza a la cocina.

—Lo siento

—No, está bien, no te juzgo por creer que le echaría algo a tu bebida. Entiendo que solo eres precavida y eso está bien. —Le echó agua a la taza—. Quédate en mi habitación.

—No es necesario, el sofá se ve cómodo.

—Oh, no, no. —La sujetó del brazo y ella lo recuperó con movimiento brusco—. ¡Lo siento! —se disculpó rápidamente. Luego se llevó una mano al cuello, totalmente avergonzado.

—Dije que dormiré en el sofá.

—Mmm. Sí... Lo siento, me temo que debo insistir.

»Culpa a mis modales si quieres, pero no me siento cómodo dejando que una mujer duerma en un sofá habiendo una cama. La manija de la puerta funciona perfectamente, puedes poner llave sin problema si eso te hace sentir segura; aunque prometo no ingresar mientras tú ocupes ese espacio.

Su disposición y transparencia consiguió relajarla.

—Gracias

—No, gracias a ti por permitirme ser un caballero.

Tomó la maleta de la Anali y la dejó en la puerta de la habitación, cumpliendo con su palabra.

—Ten —le entrega un trozo de papel—. Es la contraseña del internet.

—Oh, gracias. —Comparten una sonrisa de complicidad.

—Descansa, Anali

Ella cerró la puerta, mas no con llave. Prendió su laptop y buscó en su lista de contactos, su amiga le respondió.

—¡Ey, Ani! Creí que sabríamos de ti hasta mañana.

—Ay. Ha sido una locura, Mari.

—Eso vi con la ubicación que me mandaste. ¿Está todo bien?

—Perdí mi vuelo, los hoteles estaban llenos, la lluvia no se apiadó de mí y ahora estoy en casa de alguien a quien dudo llegar a conocer.

—¿Pero está todo bien?

—Sí, sí. —Se sobó el rostro—. No te preocupes.

—¿Segura? Pareces estresada.

—Si no he enloquecido todavía es solo porque ya mañana volveré a casa.

—¡Exacto! Mejor piensa en eso.

Escuchar a su amiga le devolvió la paz.

—¿Qué tal todo por allá?

—De maravilla. ¿O preguntas por tu bebé?

—Gracias por cuidar de él.

—Oh, es un honor. —Carga al perrito para que se vea por la cámara de la laptop—. ¡Mira no más esta hermosura! ¿Quién podría negarse a cuidar de esta preciosidad?

—Ja, ja, ja, ja

De pronto la cabaña quedó a oscuras, dejando la luz de la pantalla como única fuente de luz. El internet también se había ido, así que la videollamada se había interrumpido.

Al girar, una suave luz amarilla se vislumbraba bajo la puerta.

—¿Cristian? —No hubo respuesta.

Con renuencia abrió la puerta de su habitación, encontrando todo en completa oscuridad.

Escuchó ruido en la cocina, volteando rápidamente. Se acercó con precaución, asomándose sobre el mostrador de cocina para tratar de visualizar aquello que hacía ruido junto a las gavetas. Y cuando trataba de distinguir algo en la densa oscuridad, esa cosa se levantó hacia ella. Retrocedió del susto, tropezando con la silla del comedor. Por fortuna, alguien la tomó de la cintura para evitar que cayera al suelo.

—Anali, ¿estás bien?

Ella apartó la luz del teléfono de su rostro y retomó la compostura.

—¡Mierda, Cristian! —Se llevó una mano al pecho—. ¿No me escuchaste llamarte?

—Sí

—¡¿Y por qué mierda no respondiste?!

—Ja, ja, ja. Lo siento, buscaba una vela. —Sacó un encendedor de su bolsillo y prendió la blanca vela que encontró—. ¿Me ayudas con un vaso?

Abrió la primera puerta de la alacena y le entregó el vaso para que él metiera la vela ahí.

—¿Qué haces aún despierta?, se te veía cansada.

—Solo informaba a una amiga de mi ubicación.

—Oh, qué precavida. —Sonrió y ella apenas pudo imitarlo, teniendo que desviar la mirada al sentirse descubierta.

—Pensé que volverías a dormir. ¿Qué pasó? ¿El sofá no es tan cómodo?

—Ja, ja. Ciertamente. —Dio un corto vistazo a los labios de Anali, para luego voltear hacia el sofá—. Me dio insomnio, así que leía un libro para recuperarlo.

—Es buena idea.

—Sí, lástima que no me funcionó. —Trata de sonreír mientras se soba los ojos—. Resulta que se me ha espantado el sueño, un inconveniente menor.

—Lamento haberte despertado.

—No, está bien, no es tu culpa.

Regresó al sofá, dejando la vela sobre la mesa detrás de él.

—Asumo que ahora no tendrás excusa para irte a dormir —comentó mientras tomaba el libro que se dejó en el reposabrazos.

Con tal postura, todas sus facciones se vieron ocultadas por su sombra a contraluz. Le pareció elegante, masculino y... entre atractivo e intimidante.

—¿Necesitas algo, Anali? —No podía verlo a los ojos, mas sentía su penetrante mirada.

—No. Descansa, Cristian.

Entre el miedo y el deseoWhere stories live. Discover now