Capítulo 2

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Ella llevó su maleta al sofá, quería encontrar algo para cambiarse. Él la observó ansioso, con una mano en los labios para morderse la uña.

—Te haré un té —afirmó como si ella se lo hubiese ordenado, corriendo a la pequeña cocina para buscar una olla, la cual llenar de agua.

Lo vio abrir y cerrar gavetas, en busca del bendito té. Resultándole divertido que se emocionara en cuanto consiguió el frasco de hierbas.

—¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí?

—Eh... Dos días, pero solo vengo a dormir. Paso gran parte del día afuera.

—¿De qué trabajas?

—Soy... fotógrafo.

—Ah. Entonces vienes por el festival.

—Así es. —Prende la estufa y coloca la olla con agua—. ¿Y tú? ¿Cómo terminaste aquí?

—Agh, es una larga historia.

—No eres de por aquí, ¿cierto?

—No, soy de El Salvador.

—¡Oh! ¿Latina? ¡Yo también!

—¡¿De verdad?!

—¡Sí!

—¿De dónde eres?

—Chile

—¡Ehh! No se nota.

—Es que no estuve tanto tiempo allá. Verás, mi madre es chilena, pero mi padre alemán y cuando este ofreció llevársela consigo ella no se pudo negar. Así que estuve en Chile hasta los cuatro años.

—¿Pero has vuelto?

—Por familiares, ya sabes, festividades.

Este descubrimiento consiguió relajarla, animándose a tomar asiento en una de las sillas del comedor.

Observó al joven con mayor detenimiento. Su piel clara, cabello negro y rizado, sus labios rosados y sobre todo sus preciosos ojos verdes.

—No conozco a tus padres, pero algo me dice que te pareces a tu madre —comentó ella, consiguiendo una sonrisa en el joven.

—Me gusta decir que tengo su encanto.

—Yo lo confirmo.

De pronto el ambiente se había vuelto cálido. Él recostó los brazos sobre el mostrador de cocina y se vieron a los ojos.

—Soy Cristian —extendió la mano.

—Anali —respondió ella estrechando su mano.

—Un placer, Anali.

Él contaba con cierto encanto, mas ella no sabía decir por qué motivo. Lo vio servir el agua en una taza y agregarle la bolsa de té, servírsela sobre la mesa con una servilleta, y seguía sin hallar aquello que lo hacía tan misterioso.

—Ah. Dejé el teléfono en la recámara, iré a ver si ya me respondió mi amigo. —Miró la taza entre las manos de la chica y sonrió—. Disfruta tu bebida.

Se retiró sin más, dejándola con un terrible escalofrío. Por lo que alejó el té.

¿Cómo terminó en esa situación? Su cuerpo se siente en peligro, pero Cristian es tan agradable que siente tonto temer por simples casualidades. Hasta el momento sus temores habían sido meramente producto de su imaginación. Tenía que relajarse, había sido un día terrible.

Él regresó en cuanto escuchó la puerta principal cerrándose, sorprendiéndose de verla aún dentro de la casa.

—¿Qué dijo tu amigo?

—Habló con su hermana, ella no sabía que él me había prestado la cabaña y lamenta el inconveniente. Quizá te llamó, pero dado que tu teléfono está apagado...

Ella asintió con la cabeza, sacando el teléfono de su pantalón.

—¿Me puedo duchar?

—¡Por supuesto! —Señala el baño—. Tengo shampoo, jabón de cuerpo y... el acondicionador te lo debo.

—No te preocupes, yo traje mis cosas.

—Oh. Perfecto.

Ella tomó algunas prendas de su maleta y caminó hacia él, entregándole el teléfono.

—¿Lo pondrías a cargar?

—Claro

—Gracias. —Ese pequeño roce de sus manos les robó el aire un momento. De alguna manera, él había quedado hipnotizado por los ojos marrones de Anali.

—Te... traeré otra toalla.

Entre el miedo y el deseoWhere stories live. Discover now