Anali es una joven de veinte años que queda atrapada en el extranjero. Una chica le ofrece refugio para esa noche tormentosa, pero hay un inconveniente, en la solitaria casa se encuentra un joven de su misma edad.
Anali tiene su vuelo al día siguien...
Al salir de la cabaña, su sorpresa era de esperarse una vez se descubría lo que la esperaba fuera.
El lugar parecía haber sido arrasado por un huracán. Troncos de árbol por todas partes, casas sin techos, paredes o desaparecidas directamente. Estaba desolado, de eso no cabía duda, de modo que no había quién para responder las preguntas.
—No recuerdo que la tormenta hubiese sido tan fuerte.
—Oh, no, no. Así estaba todo cuando llegué también. —Cerró la puerta de la casa con llave.
—Dudo que alguien venga hasta aquí para robar algo de valor.
—Ja, ja, ja. Sí. —Aseguró la puerta con una tabla—. Pero nunca se sabe.
Ella miró los alrededores con un extraño sentimiento de incomodidad, como si alguien la estuviese observando desde varios puntos al mismo tiempo.
—Anali —la llamó, robando su atención—. ¿Nos vamos? —preguntó al mostrar las llaves de su auto.
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La llevó a conocer la ciudad. Lagos, edificios antiguos, restaurantes exquisitos y paisajes inolvidables. La mayor parte del tiempo él se encontraba detrás de la cámara, pero solo para capturar cada valioso momento.
Arriba, en el campanario, el sonido de la música en las calles se robaba el protagonismo de tan encantadora tarde. Ella disfrutaba del aire en el rostro cuando escuchó un click muy cerca de ella, descubriendo que él le había tomado una foto.
—Se me ocurrió que sería bueno que conservaras un recuerdo de este día —se excusó con una mano detrás del cuello en señal de vergüenza.
Ella se acercó a él y extendió la mano para que le entregara la cámara, él obedeció. Observó la imagen un largo tiempo, solo porque disfrutaba de verlo en desventaja.
—¿No... te gustó?
—Tienes talento. —Le devolvió la cámara—. ¿Qué te gusta de la fotografía? Y no me digas algo tan banal como el hecho de capturar un momento en el tiempo porque no te creeré.
—Ja, ja, ja, ja. —Miró su última fotografía—. Eres difícil de complacer.
Hizo un pequeño ajuste y volvió a colocar la cámara frente a él, con la lente dirigida hacia ella, tomando una fotografía más.
—Es la manera que encontré para que la gente pudiese entender mi visión del mundo.
—¿Y qué fotografías para ello?
—Solo aquello que es importante para mí. —Se acercó a ella para mostrarle—. Desde el último suspiro de una flor, hasta el renacer de un nuevo sentimiento.
—¿Qué emoción podría traerte mi imagen?
—El anhelo de un cariño dormido.
Se miraron a los ojos del otro.
—Tus ojos brillan cuando pierdes el miedo.
Aquello la desconcertó, más cuando él se alejó para fotografiar el rayo verde tras los edificios, dándoles la espalda.
Puede que él no desconociera las emociones que despertaba en ella, mas algo evitaba que se animara a hacer algo al respecto y ella se sentía culpable de ello.