Prólogo

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Aneli estaba molesta. No solo había tenido que recorrer el camino de tierra en círculos por la falta de luz en esta noche sin luna, sino que una terrible tormenta había comenzado y se había olvidado el paraguas en el aeropuerto.

Siempre ha sido alguien precavida, pero esta noche las cosas no han salido como esperaba.

Salió tarde del hotel, perdiendo su vuelo y tuvo que comprar otro boleto de avión para mañana. Volvió a su hotel, pero se habían quedado sin habitaciones, y como parece haber un festival esta semana, todos los hoteles se han llenado. Ella sabía que esto pasaría, y por eso se lamenta un mísero error como haber olvidado poner su alarma.

Ha buscado refugio en una app donde personas ofrecen sus casas a extranjeros, con la esperanza de compadecer un alma caritativa. Una mujer le ofreció su vieja casa de verano. Quizá la noche termine bien después de todo.

El taxista se negó a entrar al bosque, excusándose con que nadie cuerdo entraría a ese lugar. Ella no comprendió su negativa, pero con el cansancio empeorando su humor decidió solo bajar del auto con maleta en mano y seguir a pie. El camino de tierra era tan tortuoso que cambió de dirección un par de veces y tropezó un par más. La linterna de su teléfono no era suficiente y, lo que es peor, la batería estaba en su límite. Finalmente, se apagó y ella maldijo al cielo por tratarla de esa manera. No se consideraba un pan de Dios, pero sí sabía que no merecía un tormento como ese.

Entre la densidad de una solitaria noche, el brillo de un farol consiguió advertirle del camino correcto. Caminó hacia este, el cual alumbraba la entrada de una cabaña añeja y desolada. No parecía haber vecinos, pero era difícil asegurarlo con tan abrumadora oscuridad. Las cortinas son tan gruesas que ella no consigue ver nada a través de las ventanas. Al lado de la puerta encontró una cerradura eléctrica, por suerte se acordaba del código que le dio la chica horas antes. Sus manos temblaban por el frío, así que presionó el mismo número dos veces y la puerta no abrió.

—MIERDA

Lo volvió a intentar, pero antes de ingresar el último dígito, la puerta se abrió sin más. Quiso entrar, pero el torso de un hombre se lo prohibió.

—¿Qué crees que haces, mujer?

Entre el miedo y el deseoWhere stories live. Discover now