Capítulo 7

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Ella se despertó primero. Se sobó el rostro con las manos para espabilar y luego miró a su costado. Cristian dormía boca abajo, con esos rizos oscuros cubriéndole los ojos y deteniéndose en su nariz. A su espalda no llegaban las sábanas, dejando mucho para ver.

El reflejo del sol sobre el auto de Cristian se detuvo en sus ojos, espabilándola.

—MIERDA. —Salió de la cama con demasiada prisa, tropezando con la ropa en el suelo—. ¡Ahh!

—¿Mmm? —lo despertó—. ¿Anali?

—Estoy bien. ¿Qué hora es?

—Am —se sobó el rostro con la mano—. Las ocho, creo.

—¿Por qué no sonó mi alarma?

Se acerco a la mesa de noche para tomar su teléfono cargado... o eso habría hecho durante la noche si él se hubiese asegurado de haber conectado el cargador al tomacorriente.

—Oh, mi error —admitió—. Siempre desconecto las cosas para que no jalen electricidad.

Ella arrojó el teléfono al lado él, casi dándole en el rostro.

—¡Lo hiciste apropósito!

—¿Qué? No, no.

—¡Mentiroso!

—Te lo juro, no es lo que parece.

Pensó que le daría una rabieta a primera hora, pero en lugar de eso se sentó en la cama, dándole la espalda con la cabeza baja.

—Anali, perdón.

—Cállate... No quiero escucharte. —Lloraba, para dejar salir toda esa frustración—. Solo quiero volver a casa.

Las lágrimas son el lenguaje más claro de dolor, por lo que era fácil interpretar su malestar. Estaba triste, y nada parecía poder cambiar eso.

—¿Tan malo ha sido todo? —preguntó, sintiéndose culpable.

Ella lo miró de reojo.

—No... Pero si querías que me quedara solo debiste decirlo. —Se limpió las lágrimas con la mano.

—Es verdad, no quería que te fueras tan pronto. —Tomó el teléfono—. Aunque jamás sería capaz de una canallada como esta para conseguir algo. De lo único que me considero culpable es de ser un despistado en todo sentido.

Se acerca para conectar el cargador y luego el teléfono, el cual al fin señala estar cargando.

—Perdona, de corazón te lo digo.

Anali había escuchado de hombres con los que era imposible enojarse, aunque jamás se había topado con uno. Se sintió tonta al percibir sus pestañas humedecidas, pero al fin estaba aliviada.

—Acepto tus disculpas. ¿Paz? —preguntó, estirando la mano hacia él para llegar a una tregua. Él tomó su mano, solo para besarla en el dorso; dejándola perpleja.

—Por favor, quédate un poco más.

¿Quién tendría la suficiente fuerza de voluntad como para negarse a tan dulce petición?

Anali observó un peculiar grupo de rocas alrededor de la casa, pues estas parecían rodear la vivienda. Sabía que eran nuevas porque, a diferencia del resto que soportó la lluvia de anoche, estas se encontraban completamente secas.

—¿Lista? —preguntó una vez que aseguró la puerta con la madera.

—¿Ah? —Le dio un beso en la mejilla—. Ah sí, sí.

—Bien, vamos —le sonrió.

Le abrió la puerta del auto para que subiera primero. Ni siquiera el fuerte sonido de la puerta al ser cerrada por Cristian consiguió sacarla del trance. Alguien había estado rondando la casa, para ella no había duda. 

—¿Seguro que no hay vecinos?

—Sí. No hay nadie a quilómetros que pueda ayudarnos. —Volteo a verlo con extrañez—. Es broma, relájate.

Entre el miedo y el deseoWhere stories live. Discover now