Parte 1. La maldición de la bruja

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Capítulo I




Al fin estaban aquí las vacaciones. Después de seis largos meses de espera y duro trabajo, llegaron los anhelados quince días de descanso. Aunque descansar sería, probablemente, lo único que no haría. Tenía tantas cosas que hacer que no sabía si le faltarían días libres.


Tras darse una ducha refrescante, se colocó una falda ajustada de color gris, una camiseta ancha que dejaba ver sus hombros y unos zapatos de cuña del mismo color turquesa que la camiseta.


Había quedado con sus amigas Nerys y Marta para tomar café en su cafetería habitual. La cafetería londinense Picadilly Coffee se encontraba en el centro de la ciudad de Murcia. Era del mismo estilo que Starbucks, aunque Nora sin duda prefería esta última.


-Hola, Nora. ¿Cómo estás? -la saludó Marta dándole un par de besos en las mejillas.


-Bien... bueno, no, ¡más que bien! Al fin llegaron las vacaciones.


Nora conoció a Marta porque era vecina de su abuela y todas las tardes Marta iba en busca de Nora para jugar. En cambio, a Nerys la conoció en el avión que la alejó de su tierra natal escocesa para llevarla hasta aquella ciudad sureña de España. Murcia era una ciudad bonita y con ambiente para todas las edades, pero hacía un calor abrasador en verano. Algo a lo que Nora no llegaría a acostumbrarse nunca.


Entraron en la cafetería y se acercaron al mostrador. Nora y Marta pidieron un capuchino, Nerys un café solo. Le iban los sabores fuertes.


A Nora le sorprendió no ver a Ulises, su camarero habitual, por allí. No es que ella tuviese ningún interés especial por él, pero le agradaba mucho su compañía, pues era el único chico que se le había acercado sin tacharla de bicho raro.


Ulises era alto, fornido y tan pelirrojo como ella. Además de increíblemente guapo.


Cuando les sirvieron el café, las tres jóvenes se sentaron en un rincón de la cafetería.


-Y dime, ¿qué tienes pensado hacer estos quince días? -preguntó Nerys.


-Pues... no sé. Ir a la playa, al cine, salir de fiesta... tener un poco de vida social, sobre todo.


Nora trabajaba mañana y tarde como enfermera en una clínica privada, por lo que de lunes a viernes era esclava de su trabajo y de sus pacientes. Además de algún fin de semana.


-¿Eso significa que por fin vamos a salir a buscarte un novio? -Marta se sentía entusiasmada con la idea.


-No me hace falta ningún chico. -Nora hizo un mohín.


-¡Sí te hace falta! -Nerys y Marta hablaron al unísono.


Las carcajadas de las tres amigas resonaron en toda la cafetería.


-Vamos, Nora, no te vendría mal darle una alegría a ese cuerpo -añadió Nerys.


-Pero yo no...


-Nora -interrumpió Nerys-, hay que pasar página. Tuviste mala suerte con aquel chico, pero de eso hace ya seis años. Ya va siendo hora de que confíes en los demás y te des una alegría.


Nora ansiaba dejarse llevar y disfrutar como sus amigas le decían, pero no se sentía capaz. Todavía se avergonzaba de lo que había pasado. La joven creyó estar enamorada de un chico de su universidad. Quedaban a menudo y cada día, Gabriel le insistía en que fuese a su casa. Él le decía que estaba tan enamorado de ella que necesitaba dar un paso más en la relación y que ansiaba su cuerpo. Nora confió en sus palabras y una tarde subió a su casa, tal y como él le pidió. Gabriel le pidió que se sentase en la cama y comenzó a besarle. Nora no quería que él la rechazara ni que se sintiese defraudado por ella, así que, aunque no estaba cómoda en aquella situación, se dejó hacer.

La maldición de la brujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora