La maldición de la bruja- Capítulo XV

188 17 4
                                    

Alguien acariciaba su pelo con ternura cuando despertó arropada en su cama. Nora supo que se trataba de Nerys antes de volverse, pues desde que era pequeña, su amiga había calmado su dolor con las mismas caricias que en aquel momento.
Se volvió hasta quedar frente a ella. Miró sus ojos verdes y vio en ellos la lealtad y el amor de una verdadera hermana. Supo entonces con certeza que Nerys nunca pudo tener la intención de hacerle daño, y que todo lo que había hecho había sido por su bien.
—Gracias.
—No sé por qué me las das —dijo su amiga.
—Por todo lo que has hecho por mí. Por haberlo dejado todo para protegerme y por haberme traído de nuevo. Gracias a ti he conocido a mi hermano y a gente maravillosa. Has hecho que vuelva a sentirme querida.
Las lágrimas rodaron por las mejillas de Nora hasta caer sobre la almohada. Nerys, sin poder aguantar ni un minuto más, abrazó a su amiga entre sollozos.
—Perdóname —pidió Nerys.
—No hay nada que perdonar, Nerys.
Deshicieron el abrazo y se miraron a los ojos.
—¿Por qué no me cuentas un poco más de ti?
Nerys no sabía por dónde empezar, tenía que contarle tantas cosas que no sabía qué contarle primero. Tal vez debería explicarle qué era exactamente, hablarle sobre su especie.
—Soy una banshee. Ya sabes que las banshees somos conocidas como hadas que vaticinan la muerte con sus cánticos. Pero eso solo son leyendas. Sí que somos hadas y sí que anunciamos la muerte con nuestro canto, pero no somos malvadas como muchos creen. Desde que nacemos, somos destinadas a proteger a los descendientes de una familia en particular. Velamos por su seguridad y su felicidad. —Nora estaba atenta a todo lo que su amiga le estaba contando, pues no quería perder detalle alguno—. Desde que tengo uso de razón me han instruido para protegeros. Aunque seamos banshees, hasta los 300 años somos niñas, pero nos roban nuestra infancia con las estrictas enseñanzas.
—Debió ser duro para todas vosotras...
—No todas consiguen acatar las enseñanzas y son cruelmente castigadas —dijo con pesar bajando la mirada.
—Si tenéis 300 años de infancia, ¿cuántos años de adolescencia tenéis? Y, ¿cuántos años vivís?
Nerys soltó una suave carcajada. Su amiga pelirroja siempre había sido curiosa y estaba ávida de información, dispuesta a aprender cosas nuevas cada día.
—No tenemos adolescencia, y somos inmortales.
—¡Vaya! ¿Los lobos también son inmortales? —quiso saber Nora.
—Sí, los lobos también.
—¡Qué suerte tenéis! —Nora sintió envidia de sus largas vidas.
—No lo creas, se sufren muchas pérdidas a lo largo de una vida eterna. 
Nora guardó silencio mientras pensaba en lo que su amiga acababa de decir. Nerys tenía razón, si ella en sus 26 años de edad había perdido a su madre, su padre y su abuela, ¿cuántas personas importantes en su vida perdería durante toda una eternidad? ¡No, definitivamente no era una ventaja ser inmortal! Nora no podría soportar perder a nadie más en su vida.

Nerys salió de la habitación después de que Nora se durmiese de nuevo. No le gustaba ver a su amiga tan decaída, pero la muerte de Alison la había dejado bastante afectada. Por lo que Nora le había contado, los escasos días que estuvo allí, fue ella quien le ayudó a conocer un poco más la historia de las brujas y sus poderes. La había tratado muy bien y su amiga le había prometido que la sacaría de allí, promesa que, desafortunadamente, no había podido cumplir.
Se hizo un sándwich en la cocina y mientras lo devoraba apareció Vidar.
—Hola, Ner —y se sentó a su lado.
La joven ni siquiera le miró. ¡Últimamente parecía una lapa, todo el día pegado a su espalda!
—Nerys, solo quiero que hablemos. Si me dejaras explicarte lo que…
—No quiero oír nada de lo que tengas que decir, Vidar. Tú no escuchaste nada de lo que yo te dije y por tu culpa, casi pierdo a mi mejor amiga. Nora es como una hermana para mí y tú lo sabías de sobra, pero como estabas resentido por haberla elegido a ella en vez de a ti, decidiste quitarla de en medio. ¿No es así? —le interrumpió ella.
—¡No!.. Bueno… sí. —Nerys se levantó de la mesa incapaz de seguir con aquella conversación—. ¡No es así exactamente! Reconozco que estaba muy cabreado contigo por haberme cambiado por la bruja, pero no fue mi intención hacerle daño para que tú sufrieras.
Nerys se giró y se encaminó hacia la puerta de la cocina, pero él la detuvo agarrándola de la mano. Ese simple roce inocente, provocó una descarga eléctrica que recorrió el menudo cuerpo de la banshee. Ella odiaba seguir sintiéndose así por un hombre, que jamás se esforzó por comprender los motivos tras su decisión hacía ya 16 años, y que había intentado hacerle daño con el sufrimiento de su amiga… Y aun así, cada vez que Vidar la tocaba, ella se sentía desfallecer. Lo miró, furiosa, y al instante supo que acababa de cometer un enorme error, pues cayó en las profundidades turquesas de sus ojos. Lo amaba, después de todo seguía amándole, pero no estaba dispuesta a sufrir por él de nuevo. Haría lo que tuviera que hacer hasta que su amiga estuviese a salvo y no volvería a verle. Él seguiría su camino y Nerys haría lo mismo. Era cuestión de días que acabase esa tortura.
—Nerys, no sabes cuánto lo siento —le acarició la mejilla.
Ella se zafó de su amarre y se separó de sus tentadoras caricias.
—No creo que lo sientas en absoluto.
Y dicho eso se marchó, dejándole solo en la cocina.

Leo y Duncan habían decido que debían acabar con aquella absurda guerra cuanto antes. Duncan estaba decidido a matar a Sten, pero Leo sabía que si su hermano moría, él caería también. El vínculo de sangre que les unía era tan fuerte que nada podría hacer que sobreviviera, al menos que se vinculara a otra persona, algo prácticamente imposible en 24 horas. Pero sabía que era la única opción para hallar la paz entre las brujas y los lobos. Sten era el veneno que corroía a los demás lobeznos, para que siguieran creyendo en un propósito que se creó hacía cientos de años. Él mismo había sido envenenado por sus palabras, alimentando su odio por con el recuerdo de la bruja que supuestamente había destrozado su familia. Ahora sabía que aquello no había ocurrido como lo recordaban ni como les habían hecho creer. Su madre no fue asesinada por una bruja, sino que cayó en una guerra que no podía ganar. Su padre se había enamorado de una bruja, tal y como le estaba pasando a él, y su madre intentó matarla para que no la abandonara, pero la bruja fue más astuta y venció a pesar de que más tarde la quemaran en la hoguera.
En ese momento, comprendió por qué su padre se fue marchitando y murió años después aun siendo inmortal. Murió de pena, por haber perdido a la mujer que amaba y por no poder expresar su dolor por miedo a ser relegado del trono, pues ningún lobo comprendería que estuviera enamorado de una bruja.
Antes de su muerte, le hicieron creer que estaba embrujado y por eso había caído enfermo. Su pobre e ignorante padre pidió venganza por su muerte y Sten seguía empeñado en vengarse por algo que ocurrió 300 años atrás.
—Iremos a Holyrood. Ellos no van a salir de allí, así que no nos queda otra opción que invadir la colina. Nos posicionaremos de forma que podamos rodearlos. Por lo que sé, no quedan muchos lobos, así que no nos será complicado acabar con el rey. Nerys es una buena arquera, podemos ponérselo a tiro.
Leo sabía que era un buen plan, obviando el detalle de que solo le quedaban 24 horas de vida. Pero si era la única opción para poder mantener a salvo a su pelirroja, entonces moriría con gusto.
—Leo, ¿qué piensas?
—Nada. Es un plan perfecto —reconoció.

Nora estaba cansada de estar encerrada entre las cuatro paredes de su habitación. ¡Necesitaba tomar aire fresco! Se puso una chaqueta y salió de allí. Sus huéspedes estaban tan concentrados en el plano que tenían sobre la mesa, que ni siquiera la vieron salir.
Bajó a la calle que, como eran las doce de la madrugada, se encontraba desierta. Las casas de colores ascendían silenciosas hasta perderse en la curva hacia la derecha que tenía la calle. Había coches aparcados al lado derecho de la calle.
Frente a ella, en la acera contraria, un gato negro maulló de forma lastimera mientras la observaba con sus ojos anaranjados.
—¿Tienes hambre, pequeñín? —preguntó la joven.
El gato arqueó el lomo y estiró la cola a la vez que se restregaba contra el frío metal de la farola. El pequeño felino tenía unos ojos que le resultaban familiares. Eran tan naranjas como el cielo al atardecer.
¿Quién tenía los ojos de ese extraño color? Nora sabía que había visto esos ojos con anterioridad mirarla con la misma ternura con la que lo hacía el gato.
Volvió a maullar.
—¿Alison? —preguntó Nora.
El animal respondió con un ronroneo antes de cruzar la calle para llegar hasta ella. Un coche subía a toda velocidad por la silenciosa calle. El gato se detuvo a mitad de camino, y Nora supo lo que iba a pasar.
Sin pensarlo dos veces, corrió hacia el gato. El coche frenó en seco y sus ruedas traseras comenzaron a derrapar entre estridentes chirridos, pero Nora siguió corriendo hasta acoger al animal entre sus brazos y ponerlo a salvo. En ese momento comprendió que el vehículo no se detendría a tiempo y, protegiendo al pequeño animal entre sus brazos, soltó un grito al ver el parachoques tan cerca de su cara.
El coche se estrelló contra una barrera invisible.
Nora estaba confusa. Un muro invisible les había protegido al gato y a ella. El felino maulló y ronroneó mientras restregaba su negra cabecita contra su pecho.
—¡Noraaa! —la voz varonil del vikingo resonó en toda la calle.
La joven se giró a tiempo de ver como la cara descompuesta de Leo por el terror, se convertía en un rostro repleto de furia que se dirigía hacia ella. La agarró del brazo con brusquedad.
—¡¿Se puede saber a qué demonios estás jugando?!
El gato le bufó con desagrado.
Nora se quedó muda. Miró a Leo, luego miró al gato sin comprender nada y al girar su vista hacia el coche, se asustó.
—Dios mío, ¿qué ha pasado?
Leo la miró extrañado.
Nora, deshaciéndose del agarre del vikingo, se acercó nerviosa al lateral del coche para cerciorarse de que el conductor estuviese bien. Abrió la puerta y posando sus dedos en la garganta del joven que iba conduciendo, pudo encontrarle rápidamente el pulso. A pesar de que el capó había quedado tan doblado como un acordeón, por suerte, el airbag había saltado, y el chico solo había quedado inconsciente. Nora suspiró algo aliviada, pero seguía sin encontrarle explicación a lo que había pasado. ¿Eso lo había hecho ella? ¿Tanto poder albergaba en su interior, que era capaz de parar un coche de esa manera?
—No me has contestado —espetó Leo—. ¿Qué puñetas hacías en medio de la carretera?
Nora volvió a mirar hacia sus brazos, que aún sujetaban al gato negro de ojos anaranjados.
—No podía dejar que le atropellaran —se disculpó ella acariciando la cabeza del animal.
Leo se pasó las manos por el pelo con evidente frustración.
—Nora, solo es un maldito gato. ¡Podrían haberte atropellado! ¿No te das cuenta?
El gato gruñó lanzando un zarpazo al aire.
—¡Aparta a ese bicho! —dijo Leo alejándose de sus uñas afiladas.
Nora rió mientras contemplaba la escena.
—Es un gatito muy bonito. Voy a quedármelo.
—¡¿Qué?! ¡No, ni hablar!
—¡Mira guapo, esta es mi casa, y entrará si yo quiero! No te estoy pidiendo permiso.
Leo sabía que no importaba lo que él quisiera, la pelirroja siempre se salía con la suya.
—¡Aaaarrrggggg! ¡Eres una bruja! —le acusó.
—Lo sé —Nora sonrió con picardía y a Leo dejó de importarle el gato y todo lo que hubiese a su alrededor—. Vamos, lobito, que veo las imágenes perversas que están pasando por tu mente y no quiero que te detengan por escándalo público.
Esta vez fue Leo el que rió. No sabía ella cuánta razón tenía, pues solo pasaban por su mente imágenes eróticas que pensaba recrear en cuanto subieran a la habitación.
—Espera, —Nora miró de nuevo hacia el coche—, ¿qué hacemos con él? No podemos dejarlo aquí, hay que llamar a una ambulancia.
Ambos miraron a su alrededor y descubrieron, sorprendidos, que, a pesar del estruendoso accidente, nadie había salido de sus casa ni asomado por las ventanas. Aprovechando esto, Leo se colocó delante del maltrecho vehículo, lo cogió en peso y, arrastrándolo con su impresionante fuerza, lo colocó justo enfrente de una de las pocas farolas que iluminaban la calle.
—Lo dejaremos aquí y llamaremos a una ambulancia para que vengan a por él —dijo Leo tras soltar el coche en su nueva ubicación—. Es más lógico explicar que se ha chocado contra una farola al haber perdido el control del coche, que decir que ha chocado contra una mujer de hierro.
Nora echó a reír por la ocurrencia de su vikingo.
—Vayamos a dentro.
Leo agarró a Nora por la cintura y se encaminaron hacia la casa. Al entrar, ella soltó al gato y, como si el animal hubiese vivido allí toda la vida, se metió en la habitación de Nora.
Liah se acercó hasta ella con la cara descompuesta.
—Necesito hablar contigo.
—¿Qué pasa? —Nora se preocupó por ella.
—A solas.
Dejó a Leo refunfuñando en el salón y se encerró con Liah en el dormitorio.
—He visto algo terrible.
—Tranquila, Liah. ¿Qué es eso tan horrible que has visto? —preguntó Nora mientras le acariciaba las manos.
—Duncan y los demás han elaborado el plan de ataque, pero no han tenido en cuenta un detalle de vital importancia que Leo no ha querido contar.
Lo único en lo que Nora podía pensar era en que Leo los traicionaría, pero no quiso interrumpir a Liah y la dejó hablar.
—Leo morirá en la batalla.
Nora se sintió como si se hubiese estrellado contra el suelo tras caer de un décimo piso.
—¿Có… cómo dices?
—Lo he visto, Nora —continuó Liah agitada y temblorosa—. Cuando Sten caiga, Leo morirá con él. Son gemelos y comparten un vínculo tan fuerte que les une de por vida, por lo que si uno cae, el otro también.
Aunque Leo y ella eran como el perro y el gato, Nora no se imaginaba seguir adelante toda una vida sin él. En aquel momento comprendió la magnitud de los sentimientos que tanto se había esforzado en ocultar. ¡Le quería! A pesar de todo lo que había pasado, ella lo había perdonado y lo amaba.
—¿Lo sabe alguien? —preguntó.
—Solo te lo he dicho a ti. Supuse que debías saberlo, pues solo tú puedes ayudarlo.
—¿Yo? ¿Cómo?
Si había alguna forma de salvarle la vida al vikingo, ella haría todo lo que estuviese en su mano. No dejaría que la vida de Leo estuviese condenada por los actos de su malvado hermano.

La maldición de la brujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora