La maldicion de la bruja - capítulo V

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Capítulo V


Nora no había hablado en todo el camino desde que salió del baño en el aeropuerto. Ni siquiera respondía a las provocaciones de Leo. Él sabía que algo había pasado en aquel baño, pues la mirada de la joven había pasado de inocente y provocadora a inexpresiva, y eso a él le preocupaba sin saber por qué. La casa, que supuestamente había heredado de su padre, se encontraba en la calle Victoria.
Vidar y él habían acordado que tenían que separarla de Nerys antes de llevarse a Nora. Así que tenían que llevarla a su casa de la calle Victoria. Vidar se encargaría de apartar a Nerys para que Leo pudiese coger a Nora. Y lo harían esa misma noche.
Dejaron en la puerta de aquella casita azul a las dos amigas. Leo le dio la llave y les informó de que al día siguiente pasarían con los documentos legales para que los firmara, aunque eso no llegaría a suceder.

Nora entró en lo que había sido su hogar durante sus diez primeros años de vida, pero la casa ya no estaba como ella la recordaba. No quedaba nada de lo que había sido su hogar. Todo había cambiado. El color de las paredes, los muebles, las cortinas... todo. Nora dejó la nostalgia a un lado e invitó a su amiga a instalarse en una de las tres habitaciones que tenía la casa.
—¿Nos damos una ducha y salimos a comer algo? —preguntó Nerys.
—Sí, es buena idea. ¿Te apetece tomar algo en Jolly Judge?
—Sí, estaría bien volver allí después de tanto tiempo.
—Yo fui alguna vez con mi padre, era demasiado pequeña para entrar sola.


Volvieron a casa después de pasar una tarde estupenda paseando por la calles de Edimburgo y tomando café en The Elephant House, la cafetería en la que J.K. Rowling escribió Harry Potter. Era una cafetería pequeña pero muy acogedora y, en una de sus paredes, estaba la foto de la escritora sentada con su portátil en una de las mesas.
Nora se puso cómoda para sentarse en el sofá. Tan solo llevaba sus braguitas y una camiseta blanca de tirantes.
Alguien llamó a la puerta y Nerys fue a abrir, mientras Nora se cubría con la sábana del sofá.
—¿Qué haces aquí? —oyó que preguntaba su amiga.
—Tenemos que hablar, Nerys.
Nora reconoció la masculina voz de Vidar.
—No hay nada de qué hablar, ¡así que lárgate!
Nerys intentó cerrar la puerta, pero Vidar se lo impidió. Ella retrocedió un paso cuando Vidar abrió la puerta.
—Por favor, Ner. Necesito hablar contigo.
Vidar la miraba con ternura, como la había mirado treinta años atrás. Nerys quería resistirse, pero él le acarició el mentón con suavidad y la joven perdió todo rastro de cordura.
Hacía tanto tiempo que ansiaba sus caricias que aquel mínimo roce le supo a gloria. La joven hubiese dado cualquier cosa por ser libre y marcharse con él.
—Está bien, tienes cinco minutos —aceptó—. Nora, enseguida vuelvo.
—Vale, no te preocupes.
Nerys se fue y ella se recostó en el sofá mientras veía la vieja televisión que había en la casa. Los párpados le pesaban y empezó a pestañear con demasiada lentitud, así que la joven decidió irse a la cama. Apagó la tele y al salir del salón se encontró con Leo. La puerta de la entrada estaba abierta y sus ciento veinte kilos de músculo ocupaban el pequeño recibidor. El corazón de la joven comenzó a latir aterrado y excitado a la vez. El joven llevaba unos ajustados pantalones negros y una camiseta de tirantes del mismo color que se adhería perfectamente a su torso. Los intrincados tatuajes tribales ascendían desde su bíceps derecho hasta el cuello.

Leo había llegado dispuesto a dormirla y llevársela a su rey, pero al verla se había quedado paralizado y su cuerpo había reaccionado ante el cuerpo de ella con una dolorosa erección.
Odiaba que aquella joven provocara eso en él, pero al ver aquel pecaminoso cuerpo  casi desnudo, el suyo reaccionaba al instante. La bruja solo llevaba puesto unas pequeñas braguitas azules y una fina camiseta blanca de tirantes que dejaba ver sus inhiestos pezones a través de la tela.
Sus fosas nasales se dilataron al captar el dulce olor de la excitación de la joven. Puro chocolate fundido. Ella estaba receptiva y él, sin entender por qué, quería que lo recibiera en su interior.
No tenía nada de malo darse el gusto, solo tenía que acostarse con ella y aquella maldita excitación pasaría. La entregaría a su rey y fin de la historia.
Dio un paso hacia ella. Quería asustarla, que echase a correr y tener que perseguirla. Pero Nora era condenadamente valiente. No le tenía miedo, como la mayoría. Ella le hacía frente con descaro.

La respiración de Nora se agitaba con cada paso que él daba hacia ella. La postura de Leo la amenazaba y la invitaba a salir corriendo, pero el profundo azul de sus ojos la miraba con fervor. Sentía que se humedecía, algo que nunca le había pasado, y eso la incomodaba.
Cuando Leo estuvo pegado a su cuerpo, Nora tuvo que levantar la cabeza para poder mirarle a los ojos. Se sentía diminuta a su lado, pero no dejaría que eso le diese ventaja.
Quería odiarle por lo que los suyos le habían hecho a su madre, pero no podía. Él no era culpable de lo que aquel miserable lobo le hiciese a Laura. Y aunque su cabeza le odiase, su cuerpo le deseaba y no atendía a razones.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo has entrado? —consiguió preguntarle.
—La puerta estaba abierta.
Su voz sonó tan ronca que el cuerpo de Nora se sacudió con un espasmo de placer y tuvo que abrir los labios para coger aire. Leo sintió en aquel gesto una clara invitación y, sin poder dominar el animal salvaje que llevaba dentro, se apoderó de su boca. Lo que no se esperaba es que la joven saltase encima de él, poseída por la lujuria.
Nora enredó las piernas en la cintura de Leo y se dejó llevar por el placer que estaba sintiendo. Leo agarró sus nalgas con fuerzas y la llevó hasta el sofá mientras embestía su boca y atacaba su lengua con maestría.
Nora jamás había sentido nada tan intenso como aquello. No debería estar haciendo eso, pero ya tendría tiempo de arrepentirse más tarde. Por primera vez en su vida descubría lo que era el placer. No sabía qué era lo que tenía ese hombre que la volvía loca con sus provocaciones, pero en esos momentos no podía pensar en ello.
Leo le bajó los tirantes de la camiseta y liberó uno de sus rellenos pechos para lamerlo con urgencia y delicadeza. Nora gimió y un extraño rugido animal salió del pecho de Leo.
Las manos del vikingo la acariciaban por todos lados. Y cuando Nora se quiso dar cuenta, aquel hombre la tenía completamente desnuda y a su merced.
—¿Qué me has hecho, heks?—murmuró él.
Leo acarició la entrada de su sexo y Nora ahogó un grito de placer.
No podía dejar de pensar en el hombre que tenía entre sus brazos. No entendía por qué le necesitaba con tanta urgencia, pero lo cierto es que estaba deseosa de sentirle dentro de ella, embistiéndola con fuerza.
Mientras Leo torturaba el pezón de ella con su lengua, Nora aprovechó para desabrocharle los pantalones y atrapar su miembro entre las manos. Leo sintió cómo su sexo se sacudía entre los diminutos dedos de aquella bruja. Le proporcionaba un placer tan inmenso que creyó que perdería el control de su cuerpo.
Nora se restregaba contra la mano de él entre jadeos de placer mientras acariciaba el enorme miembro de Leo. Él estaba desesperado por poseerla. A cada gemido de ella, sentía que se acercaba más y más a la locura.
—Para, Nora... —susurró contra su pezón.
—Te necesito dentro, Leo.
Leo iba a volverse loco. Con aquellas roncas palabras su miembro se sacudió y una gota escapó de su control humedeciendo las manos de la joven.
Cuando Leo introdujo un dedo en el interior de Nora, esta creyó que llegaría al paraíso, y arqueó su espalda en busca de más. Pero Leo no continuó.
Nora le miró suplicante. Necesitaba que la hiciese suya, se sentía desesperada.
Leo dilató las fosas nasales y se separó de ella. Nora quiso protestar, pero entonces le preguntó espantado:
—¡¿Eres virgen?!
Ella se ruborizó y cubrió su cuerpo con la sabana del sofá. Lo había dicho tan alto que se habrían enterado todos los vecinos.
—Sí, ¿acaso importa?
Leo se pasó las manos por el pelo enfadado.
—¡Joder! ¿Por qué no me lo has dicho?
—¡No creo que tenga que contarle mi escasa vida sexual a todo el que intente acostarse conmigo! —protestó la joven.
El pensar que otro hombre hubiese podido intentar siquiera acostarse con ella le enfureció más de lo que hubiese querido.

Nora no sabía por qué se enfadaba tanto, no tenía nada de malo ser virgen. Vio cómo Leo se abrochaba los pantalones. Indignada y avergonzada, intentó marcharse a su habitación, pero él la sujetó por la cintura y le tapó la boca con un pañuelo. Un pañuelo impregnado en el característico olor del cloroformo. Luchó por soltarse, pero la oscuridad se apoderó de ella.

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