La puerta de embarque se abrió y los cuatro subieron al avión. Los asientos estaban repartidos de tres en tres a ambos lados. Nora tomó asiento junto a la ventanilla y Nerys se sentó a su lado. En el asiento del pasillo se sentó Vidar, y Leo lo hizo en la fila siguiente, justo delante de Nora.
Vidar estaba muy tenso junto a Nerys y Nora se dio cuenta de ello.
-¿Qué pasa, rubito? ¿Te da miedo volar? -rió ella divertida.
-Métete en tus asuntos, bruja repugnante.
Nora intentó abalanzarse sobre él, pero Leo la agarró de la cintura mientras Nerys le sujetaba las manos.
-Maldito seas...
Los vikingos se quedaron rígidos y sorprendidos. Mientras tanto, Nerys tapaba la boca de su amiga y la obligaba a sentarse.
-¿Qué crees que estás haciendo? -le regañó Leo desde el asiento de delante.
Nora quiso contestar y mandarle a paseo, pero una sensación de malestar se estaba apoderando de ella. Todo le daba vueltas y era incapaz de enfocar la mirada. Oía a sus tres acompañantes discutir entre ellos pero no conseguía saber qué decían, pues sus voces parecían distorsionadas.
Nerys le daba suaves golpes en la cara a su amiga intentando que se espabilase, pero no lo conseguía.
La oscuridad la engulló adentrándola en un profundo sueño.
Nora se encontraba en una calle abarrotada de gente. Reconocía aquel sitio, pero estaba muy cambiado. Se encontraba en Grassmarket, en Edimburgo.
Se abrió paso entre la multitud hasta llegar al centro de aquel barullo de gente. Se encontró con una horca. Una horca de verdad, no la que se encontraba actualmente pintada en el suelo de aquella calle escocesa.
Había una mujer allí, con la soga al cuello. Una mujer joven y hermosa, y aun así, todos la miraban con terror.
En primera fila, un hombre de unos treinta y cinco años observaba a la mujer con sus dos hijos de la mano. Los pequeños tendrían unos cuatro años y eran casi idénticos. Lo único que los diferenciaba era el color de sus ojos y la expresión de sus miradas. Unos eran azules y oscuros, y miraban con bondad. Los otros eran grises y malvados.
La muchedumbre gritaba al unísono una misma palabra: bruja.
La chica que estaba atada a la horca les sonreía sin sombra de miedo en su cara.
Cuando el verdugo se acercó a ella y le preguntó cuál era su último deseo, la joven lo fulminó con sus ojos dorados antes de gritar:
-¡Maldita sea toda vuestra raza! No nacerán más hembras de vuestra especie. Solo las brujas podrán dar a luz a las hembras, pero no hallaréis bruja alguna dispuesta a hacerlo. Os odiarán tanto como para matar a todas vuestras mujeres. Solo una bruja inocente aparecerá, llena de bondad. Cuando su rey le entregue el corazón y se rinda al perdón, ella dará a luz a una loba y acabará con la maldición. Y todos os postraréis ante ella, convirtiéndola en vuestra reina.
Todos los presentes gritaron aterrados y el verdugo tiró de la cuerda, acallando las palabras de la joven, que luchaba por respirar y se retorcía, agonizando.
El niño de los ojos azules le sonrió a Nora con ternura, mientras su gemelo la señalaba con el dedo a la vez que gritaba:
-¡¡BRUJAAAA!!
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La maldición de la bruja
RomantikCuando las brujas crearon a los hombres lobo, no esperaban que sus propias creaciones se volvieran en su contra. El rencor y la ira dieron lugar a una guerra que duraría siglos. Forzadas por la masacre que sufren a manos de lobos y humanos, las bruj...