Nora despertó en una vieja cama. Sabía que era vieja por el olor a rancio que desprendía el colchón, pero había tanta oscuridad que era incapaz de ver nada.
Se levantó a tientas siguiendo la pared, pero no tardó en chocar contra unos gruesos barrotes metálicos. El lugar apestaba a mugre y humedad. Aquella celda en la que debía encontrarse de seguro pertenecía a la cueva en la que había estado antes de perder el conocimiento.
Tanteando los barrotes encontró unas bisagras. Esa debía ser la puerta de la celda, solo le faltaba encontrar la forma de abrirla. Siguió tocando con suavidad el pegajoso metal hasta que encontró la cerradura. La llave tendría que ser bastante grande, pues el hueco por el que se introducía era ancho. Su dedo meñique cabía dentro, así que inspeccionó a ciegas el interior, pero no encontró nada.
Aquel lugar empezaba a ser asfixiante y la oscuridad le angustiaba demasiado, pero al menos su mente podía pensar en escapar y así no volver una y otra vez al recuerdo de la horrible experiencia vivida en la habitación de la cama con dosel. Necesitaba ver dónde estaba. Enfadada, golpeó la puerta con el pie a la vez que la zarandeaba con las manos. Pero no se movió ni un milímetro.
—Hola, ¿hay alguien ahí? —Tenía la esperanza de encontrar a alguien que pudiese ayudarla.
Algo la tocó a través de los barrotes y Nora dio un salto hacia atrás asustada.
—¿Quién anda ahí? ¿Qué eres?
Lo que le había tocado parecía una mano humana, pero tenía un tacto pegajoso, al igual que todo lo que había en aquella oscuridad.
—No hagas ruido niña, o vendrán a por ti —contestó una voz rasposa.
—¿Quién? ¿Quién vendrá a por mí?
Se sentía asustada y desesperada. Las lágrimas comenzaban a agolparse en sus ojos. Enfadada, las aguantó con tozudez.
—Los lobos. Ellos se llevan a las que se portan mal.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —Nora necesitaba todo tipo de información.
—Diez años.
¿Diez años? No se lo podía creer. «No pienso estar aquí encerrada durante el resto de mi vida», se dijo. Saldría. No sabía cómo, pero lo haría.
—¿Por qué no has intentado escapar?
—Es imposible. Los collares te asfixian si intentas utilizar la magia para escapar. Además, llevan un localizador, y esos perros están por toda la ciudad.
Ella había probado en sus propias carnes cómo ese maldito collar te estrangulaba sin piedad y te clavaba púas en la piel, pero tenía que haber alguna forma de deshacerse de él.
El chirrido de una puerta al abrirse resonó en la oscuridad, y una tenue luz se divisó al final de lo que parecía ser un pasillo.
—Ya vienen —susurró la ahogada voz de su acompañante.
Nora volvió torpemente hasta su cama y cubrió su cuerpo desnudo con la manta que alguien le había dejado. Esa manta era lo único suave que había en aquel lugar, y olía bien, a diferencia de todo lo demás.
Después de todo lo que había pasado ese día ya no se avergonzaba de su desnudez, pero se sentía segura bajo aquella mullida tela.
La luz se hacía cada vez más visible, hasta que se paró en la puerta de su celda.
Nora miró de reojo a su portador. Era el mismo que la había sujetado mientras Leo le colocaba el collar, al que había golpeado la nariz.
—¡Eh, tú, bruja! Aquí tienes ropa y algo de comida. En unas horas volveremos para llevarte con tu rey. —El hombre reía mientras le lanzaba la comida al suelo.
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La maldición de la bruja
RomantizmCuando las brujas crearon a los hombres lobo, no esperaban que sus propias creaciones se volvieran en su contra. El rencor y la ira dieron lugar a una guerra que duraría siglos. Forzadas por la masacre que sufren a manos de lobos y humanos, las bruj...