Capítulo X - La maldición de la bruja

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Nora despertó aturdida y algo mareada. No sabía cuánto tiempo había estado inconsciente, pero a juzgar por el golpe que el rey le había propinado, supuso que bastantes horas.

Se levantó de la cama y se acercó hasta los barrotes de su celda.

—Alison —llamó a su compañera.

—Dime, Nora.

—¿Cuánto tiempo llevo inconsciente?

—Por lo callada que has estado... unas veinte horas.

Había pasado casi un día desde que aquel malnacido le había golpeado. Nora imaginó que sería de noche, así que era el momento de escapar de allí.

Cogió la túnica de encima de la cama y rebuscó en el bolsillo en busca de las horquillas.

Sacó una y, tanteando el collar en busca del cierre, encontró una pequeña abertura y la introdujo en ella. No había vuelto a abrir una cerradura con una horquilla desde que era una niña. De pequeña, las usaba para abrir la cerradura de la habitación en la que su tía Margaret la encerraba para castigarla. Había pasado mucho tiempo desde aquello, pero lo conseguiría, sabía que podía hacerlo.

Mientras Nora giraba la fina varilla de metal en la cerradura, desesperada por abrir el collar, este le estrangulaba sin piedad. Estaba preparado para que no pudiesen manipularlo, pero Nora lo abriría aunque le fuese la vida en ello. Mejor morir que vivir resignada en aquella mazmorra.

Pero la minúscula cerradura no cedía y la joven apenas podía respirar. Cayó al suelo de rodillas, tosiendo. Le ardían los pulmones y la cabeza por la falta de oxígeno. La garganta le dolía tanto por la opresión del collar que parecía que su cabeza iba a separarse de su cuerpo.

Entonces se oyó un «clic» y al fin la cerradura cedió liberando el cuello de la bruja, quien cogió aire con brusquedad, intentando llenar los pulmones al máximo, aliviada.

—Nora, ¿estás bien? —La voz de Alison sonó alarmada.

—Sí, estoy bien —contestó con voz estrangulada.

Nora se levantó del suelo y tiró el collar sobre la cama.

Ya solo le quedaba otra cerradura más, la de la puerta de su celda. Cogió otra horquilla e intentó hacer lo mismo. Pero esa cerradura, además de antigua, estaba oxidada y la minúscula horquilla no tenía consistencia suficiente como para soportar la fuerza de abrirla.

Tenía que probar otra cosa, el tiempo se le echaba encima y no podía quedarse allí esperando que la puerta se abriese por arte de magia...

Arte de magia, ¡esa era la respuesta!

Nora se acercó de nuevo con decisión a la cerradura y puso sus manos en ella. No tenía ni idea de qué se suponía que tenía que hacer para que la magia actuase y la maldita puerta se abriera, así que tal y como le había escrito el vikingo en la nota, se limitó a desear que la cerradura se abriera con todas sus fuerzas.

A los dos segundos, la puerta se abrió.

Nora no cabía en sí de gozo. Tuvo que reprimirse para no ponerse a saltar allí mismo. ¡Lo había conseguido! ¡Había conseguido utilizar la magia! Y le había resultado muy sencillo.

—Nora, ¿qué estás haciendo? —Alison se asomaba a través de los barrotes de su celda.

Nora se puso el dedo índice sobre los labios, indicándole que guardara silencio.

—Volveré a por vosotras, os lo prometo —susurró la joven pelirroja.

Dicho esto, Nora caminó con sigilo hasta la chirriante puerta que aislaba a la mazmorra del resto de la cueva. Esa puerta suponía otro reto. ¿Cómo podía abrirla sin que hiciese ruido? Las bisagras la delatarían, pero no había nada que pudiera hacer respecto a eso. Solo quedaba arriesgarse. Así que empujó la puerta rezando para que no chirriara, y gracias a dios, las bisagras hicieron el intento de sonar solo cuando se hubo abierto lo suficiente como para que el menudo cuerpo de Nora cupiese por la abertura.

La maldición de la brujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora