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"La llegada de Jeon Jungkook y su familia a Pyonguk desata una serie de eventos imprevistos cuando los Kim, una familia tan enigmática como poderosa, se mudan al mismo pueblo. Sin sospechar siquiera que Taehyung, uno de los en...
Sé que iba a actualizar la siguiente semana, pero hice esto como manera de agradecimiento por los 2k, también a los que dejan sus estrellitas y comentarios <3
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Durante las últimas tres semanas, noche tras noche, me encontraba en el mismo bucle aterrador, como si estuviera atrapado en una realidad paralela. Corría sin descanso a través de un bosque oscuro y húmedo, el aire frío rasgando mi piel, y siempre había alguien siguiéndome. Lo más perturbador era que, aunque no lograba verle el rostro completamente, sentía su presencia con una intensidad abrumadora. Sabía que quería matarme.
El dolor en mis sueños no era solo mental. Lo sentía. La sensación aguda de algo desgarrando mi carne, el olor a tierra mojada, la sangre empapando mis manos. Cada noche, el dolor era tan real que al despertar mi cuerpo temblaba, mis músculos adoloridos como si hubiera estado luchando por mi vida en el mundo real. Despertaba empapado en sudor, mi respiración agitada y descontrolada, como si mi alma se hubiese quedado atrapada por un instante en esa dimensión oscura.
Aquella madrugada no fue diferente. Me levanté de golpe, jadeando, las sábanas enredadas en mi cuerpo y empapadas de sudor frío. Quité las sábanas con un movimiento brusco y, descalzo, caminé hacia la cocina. El suelo frío bajo mis pies era lo único que parecía anclarme al presente. Mis manos temblaban cuando saqué una bolsa de té de hierbas y vertí agua caliente en una taza. Tal vez la infusión relajante me ayudaría a calmarme.
Mientras esperaba que el té se enfriara lo suficiente, pasé una mano por mi cabello despeinado, tratando de despejar la sensación de incomodidad que no me abandonaba. Fue entonces cuando sentí una mano sobre mi hombro.
Grité antes de darme cuenta de que era mi madre. Ella estaba parada a mi lado, sus ojos llenos de preocupación mientras me acariciaba el cabello.
—Debe ser duro —murmuró suavemente, una tristeza oculta tras su voz.
—Solo un poco... —contesté con una sonrisa cansada, incapaz de mentirle del todo. Mis pesadillas se estaban volviendo tan reales que apenas podía diferenciarlas de la realidad—. ¿También tuviste una pesadilla?
Ella negó con la cabeza, comprendiendo lo que realmente me pasaba sin necesidad de preguntar. Miré el reloj colgado en la pared de la cocina, fijándome que pronto serían las cuatro de la madrugada. Mi madre parecía igual de agotada que yo, aunque por razones diferentes.
—Estaba haciendo el libro diario —dijo, restándole importancia.
El libro de cuentas. Ese cuaderno interminable de números que nunca comprendí del todo. Sabía que era importante para ella, pero no podía evitar sentir que esas cuadrículas ordenadas solo añadían más peso sobre sus hombros ya cansados.
—Vuelve a dormir un poco más, te despertaré e inventaré algo para que puedas llegar a la segunda hora —sonrió con esa ternura que siempre lograba calmarme.
