Bajo la oscuridad

362 14 0
                                    

Me quedé quieto unos segundos, dejando que el sonido de su nombre flotara en el aire entre nosotros. Paulina. Un nombre suave, como su voz, pero que no parecía encajar del todo con el lugar. Mi mirada siguió estudiándola desde la penumbra, apenas iluminada por esa pequeña llama que luchaba por no apagarse. Pude notar cómo sus hombros tensos se encogían ligeramente bajo la tela que la cubría. No era como las otras mujeres del club, esas que se movían con una seguridad exuberante, buscando la mirada de los hombres. Ella parecía... fuera de lugar.

La sensación de control me recorrió, un poder sutil que se incrementaba con cada paso que daba a su alrededor. Era como un animal cazando, dando vueltas a su presa, evaluando si debía atacarla o dejarla ir. Di un paso hacia la derecha, moviéndome en círculos, observándola detenidamente. No podía ver sus ojos con claridad, pero sentía su tensión. Eso me atraía y, al mismo tiempo, me desconcertaba. Sabía que no era alguien que me ofreciera una diversión superficial. No, había algo en ella que requería más atención.

Benedict y Colin, seguramente, pensaban que esto sería una broma, un regalo simple para distraerme. Pero ahora, aquí, en la oscuridad, mi instinto me decía que esto era algo más. No sabía qué, pero no me gustaba. Mis pensamientos, sin embargo, iban y venían, alimentados por las copas de whisky que habíamos bebido. La ebriedad recorría mis venas, nublando un poco mi juicio, pero no lo suficiente como para perder el control por completo.

Me acerqué un poco más, mis pasos resonando suavemente sobre el suelo de madera. Ella no se movió. Seguía en la misma posición, rígida, como una estatua. Casi podía oír su respiración contenida. Sentí una extraña mezcla de curiosidad y tentación. Podría simplemente... tomarla, como hacíamos siempre en lugares como este. Nadie me detendría. No habría consecuencias. Después de todo, estaba allí para mí, ¿no?

Mis labios se curvaron en una sonrisa irónica. No soy un salvaje, aunque a veces mis hermanos y nuestros amigos actúan como si lo fuéramos. Pero no soy como ellos, no del todo. Mi padre me enseñó a valorar el control, y eso era lo que siempre me distinguía. Control sobre mis deseos, sobre mis impulsos. El poder de tener lo que quisiera, pero no tomarlo solo porque podía.

Dí una vuelta más a su alrededor, como si estuviera cazando, pero no era solo eso. La curiosidad por ella empezaba a sustituir la embriaguez.

—Paulina... —murmuré su nombre de nuevo, probándolo en mis labios como si su sonido me ofreciera algún tipo de respuesta.

No hubo reacción inmediata, salvo por la ligera inclinación de su cabeza, como si intentara protegerse de algo, tal vez de mí. ¿Qué la haría comportarse así? La mayoría de las mujeres en este lugar conocían su papel, estaban listas para complacer o, al menos, sabían fingir que lo estaban. Pero ella... no. Había algo más bajo esa máscara de aparente sumisión.

—¿Qué tal estás? —Mi voz salió más suave de lo que había planeado, como si, en el fondo, una parte de mí no quisiera que ella pensara que estaba a punto de atacar.

Ella permaneció en silencio, su rostro oculto en sombras. Me frustró su falta de respuesta, pero al mismo tiempo, me intrigó. Era diferente. Más real, quizás. Y eso me confundía.

Seguí caminando a su alrededor, mis manos en los bolsillos, sintiendo el peso del silencio entre nosotros. Quería que me mirara, que hablara, que rompiera esa barrera invisible que nos separaba. Apreté los puños en mi chaqueta, el pulso acelerándose por la mezcla de alcohol y una sensación que no terminaba de comprender.

—¿Estás bien? —pregunté de nuevo, más por inercia que por genuina preocupación. Tal vez esperaba que esa pregunta la obligara a hablar.

Por un momento, creí que seguiría callada, pero luego la escuché.

Paulina (Anthony Bridgerton)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora