Una mañana más

122 10 0
                                    

Paulina

El sol apenas asomaba por las cortinas mal cerradas cuando el sonido de botellas vacías chocando contra el suelo me sacó de mis pensamientos. La casa estaba en un caos, y yo, agotada, recogía lo que podía para tratar de devolverle algo de orden. Mi madre, como en tantas otras ocasiones, estaba sentada en la mesa, tambaleándose ligeramente, con los ojos entrecerrados por el alcohol. Había vuelto a casa borracha, pero esta vez, lo peor no era eso.

Nunca faltaba al trabajo, pero ya eran las ocho de la mañana y no se había levantado. Hoy había cruzado una línea.

—¿Qué estás mirando, Paulina? —me espetó con voz pastosa mientras trataba de coger una copa que ya estaba vacía—. Siempre tan perfecta... siempre... —empezó a reírse sin sentido, mientras las palabras apenas se entendían—. ¿Qué... qué te crees? ¡Eh! ¿Crees que eres mejor que yo? Porque... te vendes por dinero.

Mi mandíbula se tensó, pero traté de ignorarla. Mi madre no era mala persona, pero el alcohol la transformaba. El suelo estaba cubierto de migas, papeles y ropa tirada, y yo, agotada, intentaba limpiarlo todo, evitando las miradas de desprecio que me lanzaba desde la mesa.

—Madre, por favor, calla —le susurré, intentando mantener la calma mientras recogía los platos que había dejado tirados la noche anterior—. Emilia está durmiendo, no hagas ruido.

—¡Ah, Emilia, claro! —dijo arrastrando las palabras mientras su mirada se volvía hacia la habitación donde mi hermana pequeña dormía—. Siempre Emilia, tu protegida... No sabe nada, ¿verdad? No sabe que su hermana mayor es una... —vaciló por un segundo, buscando la palabra que pudiera herirme más—... una cualquiera.

Me detuve, las manos aún llenas de platos, y sentí cómo la rabia empezaba a subir desde mi pecho. Cerré los ojos por un instante, tratando de controlarme, pero las palabras de mi madre seguían clavándose como dagas.

—Madre, te lo pido por favor —le respondí, con la voz apenas contenida—, no empieces otra vez. Hoy no. Ya es suficiente.

Ella soltó una carcajada burda y dio un golpe en la mesa, derramando lo poco que quedaba de vino.

—¡¿Suficiente?! —gritó, alzando la voz sin importarle que Emilia pudiera despertarse—. No sabes lo que es suficiente, Paulina. Tú, con tus aires de grandeza. Te crees mejor porque traes dinero a casa, ¿eh? ¡Pero solo eres otra chica barata, que se vende como todas!

Mi paciencia, ya colgando de un hilo, se rompió. Dejé caer los platos en el fregadero, haciéndolos chocar con fuerza, y me giré hacia ella. Mi voz salió con una mezcla de ira y cansancio.

—¿Tú sabes cómo estoy yo? —le espeté, notando cómo mi control se desvanecía por completo—. Me acosté a las cinco de la mañana, madre. Después de una noche más en aquel lugar de mala muerte, vendiéndome como tú dices, para que esta familia pueda comer. Cada noche, me pongo el mismo disfraz y hago lo que sea necesario para que tú y Emilia podáis tener un techo sobre vuestras cabezas, para que no os falte nada. Y, mientras tanto, tú te emborrachas, gastas lo poco que tenemos y te atreves a mirarme con desprecio. No tienes vergüenza.

Ella me miraba sin decir nada, pero aún con esa sonrisa torcida en los labios.

—¿Crees que esto es fácil? —continué, sin poder detenerme ya—. ¿Crees que no me duele cada noche? Que no me duele ver cómo me miran los hombres, sabiendo que solo soy otra cara más en su mundo de placeres vacíos. Lo hago por Emilia, lo hago por ti, porque alguien tiene que hacerlo. Y mientras tanto, tú te sientas aquí, bebiendo hasta no saber ni quién eres.

Mi madre no respondió de inmediato. Su sonrisa había desaparecido, y aunque aún parecía tambalearse, algo en mis palabras había hecho efecto.

—Tú no entiendes nada... —murmuró con amargura—. Nada.

Paulina (Anthony Bridgerton)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora