Confesión

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Paulina

Nos sentamos en una esquina de la taberna, apartadas de las miradas curiosas que pululaban alrededor. El lugar estaba abarrotado de gente, como siempre a estas horas. El ambiente era caluroso y ruidoso, pero de alguna manera, en aquel rincón, Beatrice y yo nos sentíamos en nuestro pequeño refugio. La madera oscura de las mesas estaba gastada, y las jarras de cerámica parecían ser de las pocas cosas que aquí mantenían algo de vida.

—Te invito a tomar algo —le dije, sacando varias monedas de mi pequeño monedero y dejándolas sobre la mesa con un sonido metálico que resonó más de lo que esperaba.

Beatrice me miró con los ojos muy abiertos, sorprendida. Sabía que no era normal para mí andar con tanto dinero, y menos en un lugar como este.

—¿De dónde has sacado eso? —preguntó, bajando la voz como si alguien pudiera escucharnos.

Sentí una punzada en el pecho. ¿Qué iba a decirle? Si le contaba lo que había pasado con Anthony la noche anterior, no me dejaría en paz. Beatrice ya se hacía demasiadas ilusiones con cualquier cosa que nos acercara al mundo de los nobles. Si supiera que Anthony Bridgerton había estado conmigo la noche anterior... Si supiera cómo me había mirado hoy...

No, no podía contarle todo. Al menos, no todavía.

—He tenido un buen día en el club —mentí, tratando de parecer despreocupada mientras me apoyaba en el respaldo de la silla—. Ya sabes, hay hombres que son generosos cuando han bebido suficiente.

—¿Tan generosos como para darte eso? —insistió Beatrice, arqueando una ceja con escepticismo. Sabía que algo no encajaba en mi historia, y me observaba con esa mirada inquisitiva que había aprendido a temer desde que éramos niñas.

Me removí en mi asiento, incómoda. El camarero llegó justo a tiempo con dos tazas humeantes de infusión. Nos la dejó en la mesa sin decir una palabra, y yo aproveché el momento para tomar un sorbo de mi bebida, sintiendo el calor reconfortante en mi garganta. Pero no iba a poder evitar la conversación por mucho más tiempo. Beatrice no era de las que se daban por vencidas fácilmente.

—Paulina —dijo finalmente, con un tono que ya conocía—, me estás ocultando algo. Lo noto.

Suspiré. Sabía que tarde o temprano iba a tener que contárselo, y tal vez era mejor hacerlo ahora, antes de que su imaginación desbordara cualquier posible realidad. Además, una parte de mí también quería compartirlo, sacarlo fuera. Era demasiado para cargar sola.

—Está bien —admití al fin, dejando la taza sobre la mesa y apoyando los codos—. Pero no quiero que te hagas ilusiones, ¿de acuerdo?

Los ojos de Beatrice se iluminaron, y me preparé para lo que sabía que vendría.

—¿Qué pasó? —preguntó, casi sin respirar.

Miré alrededor, asegurándome de que nadie nos escuchara, aunque en ese rincón no había más que ruido y conversaciones ajenas.

—Anoche, en el club... Anthony Bridgerton estuvo allí. Conmigo. —Solté las palabras con rapidez, esperando que se desvanecieran entre el bullicio de la taberna, pero eso no pasó. Beatrice se quedó con la boca abierta.

—¿Qué? ¿Anthony Bridgerton? —Susurró su nombre con reverencia, como si fuera un dios del que se hablaba solo en susurros.

Asentí, jugueteando con el borde de mi taza. Ahora venía la parte difícil.

—Fue diferente, Beatrice. No sé explicarlo pero...

Sus ojos se abrieron más si eso era posible, y llevó una mano a su boca, completamente absorta en lo que le estaba contando.

Paulina (Anthony Bridgerton)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora