Anthony
—¿Así que no piensas casarte nunca? —preguntó Simon con una sonrisa divertida mientras caminábamos por la calle, dirigiéndonos hacia la tienda de Madame Delacroix.
—No lo sé —contesté con desgana, intentando evadir el tema—. Hay cosas más importantes que el matrimonio, Simon. No todos estamos hechos para eso.
—¿No todos? —replicó él, riendo mientras me daba un leve golpe en el hombro—. Mírame a mí. Pensé lo mismo, ¿recuerdas? Y ahora soy el hombre más feliz del mundo, casado con tu hermana y con dos hijos corriendo por la casa. Nunca pensé que me sentiría así, pero aquí estoy, Anthony.
Miré a Simon, sabiendo que, en el fondo, tenía razón. Lo conocía desde hacía años, y jamás habría imaginado verlo tan... contento, completo. Sin embargo, no pude evitar levantar una ceja con escepticismo.
—Lo tuyo es diferente —respondí—. Daphne es una mujer excepcional, y tú... bueno, encontraste a la persona adecuada. Yo no tengo ese lujo.
Simon se detuvo por un momento, mirándome con una seriedad que rara vez mostraba.
—Anthony, a veces las obligaciones que nos imponemos a nosotros mismos son solo obstáculos que no nos dejan ser felices —dijo, con una tranquilidad que me descolocó—. A veces, no se trata de lo que creemos que debemos hacer, sino de lo que realmente deseamos. Y tú, amigo mío, llevas años sacrificando tu felicidad por algo que ya no tiene sentido.
Me quedé en silencio, procesando sus palabras. Había algo en lo que decía, algo que resonaba dentro de mí, aunque no estaba dispuesto a admitirlo. Simon suspiró al ver que no respondía y me dio una palmadita en la espalda.
—En fin, no te estoy diciendo que te cases mañana —bromeó, intentando aligerar la tensión—. Solo... piénsalo.
Justo cuando íbamos a entrar a la tienda de Madame Delacroix, una pequeña multitud nos cortó el paso. Varias mujeres salían distraídas, riendo entre ellas, y antes de poder reaccionar, choqué contra una de ellas, provocando que casi se cayera.
—¡Tengan cuidado! —gritó Simon, notablemente molesto.
Las mujeres se detuvieron, y una de ellas, una joven de cabello oscuro y ojos fieros, se giró para mirarnos con una mezcla de sorpresa e indignación. Tenía un porte firme, desafiante.
Era...
—¿Perdón? —replicó ella, con dureza—. Quizás deberían mirar ustedes por dónde caminan.
Simon soltó un suspiro de exasperación y murmuró en voz baja:
—Pobres almas, no saben con quién están hablando...
—Pobre el hombre que cree que su título le da derecho a tratar a los demás como si no valieran nada —respondió con voz firme, sin apartar la vista de él.
Me quedé mirándola, incapaz de apartar la vista de su rostro. Paulina. Era ella, pero no como la había visto antes. La noche anterior, en aquel club, había sido casi un espejismo, envuelta en sombras y seducción, con una mirada velada por la luz tenue. Ahora, bajo la claridad del día, su belleza era mucho más evidente, más impactante de lo que jamás había imaginado. Sus ojos oscuros me desafiaban, y su mandíbula estaba tensa. Había en su expresión una dureza que no le había visto antes.
Era una mujer completamente diferente. Fuera del club, lejos de la atmósfera embriagante, se mostraba como alguien firme, sin el más mínimo rastro de la Paulina que había conocido anoche. Aquella era una mujer que no se dejaría dominar ni intimidar por nadie, mucho menos por alguien como yo.
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Paulina (Anthony Bridgerton)
Fiksi PenggemarPaulina, una prostituta que lucha por cuidar a su hermana enferma en los suburbios londinenses, encuentra en Anthony un noble cuya vida está llena de privilegios y expectativas. Su primer encuentro en un club clandestino desafiará los mundos de ambo...