56. si quiero.

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—Todo listo —sonreí cerrando la cajuela del coche junto a Conrad y Bleu—

—¿Estás seguro de que llevas todo?—pregunto la oji azul—

—Por supuesto que si. —respondí—

—¿Tu violín?

—Oui. 

—¿pinturas y libretas?

—Oui

—¿comida?

—definitivamente. —sonreí con emoción—

—¿tu atril?

—Putain de ma mère, casi lo olvido. —reí— ¡ahora vuelvo! —subí los escalones deprisa lleno de alegría hasta el departamento. Rápidamente tome mi atril junto al sofá para dar un último vistazo al departamento antes de salir de este, como si fuera a extrañarlo mínimamente.


—Te extrañare —dijo Bleu dándome un abrazo y asentí correspondiendo a su cálida muestra de afecto—

—Yo no —respondí recibiendo un golpe de su parte y quejándome instantáneamente—

—Conrad, por favor cuídense.. y asegúrate de que coma... Y

—Mona estaremos bien —repetí y aquella asintió—

—Váyanse antes de que me arrepienta. —amenazó y asentí con una sonrisa montándome al coche y Conrad a mi lado curioso como siempre—

—¡Te escribiré, Buena suerte mona!

Sin más el coche comenzó a andar, alejándose poco a poco del estacionamiento y de el Bronx. El viento acariciaba mi piel, dejaba revuelto mi cabello, y Conrad disfrutaba del camino.
Las estrellas relucían entre las farolas de la ciudad pero tras pasar un rato las farolas se perdieron en la carretera. Las luces del auto iluminaban el camino, dejando completamente despejado el cielo para admirarlo.

De reojo podía ver a Conrad mirando el cielo con alegría, tarareando canciones de forma baja en el silencio del lugar. Paramos en una bencinera, yo necesitaba café, el rogaba ir al baño. Las horas de viaje no habían pasado desapercibidas, estábamos cansados pero bastante felices por el viaje juntos.

Tomábamos café mientras la noche nos consumía, nos amábamos, nos mirábamos, nos divertíamos. Las estrellas brillaban, relucían bajo sus ojos, él cantaba, inventaba frases hermosas, tan hermosas como lo era él, jugábamos para mantenernos despiertos. La carretera se nos hizo corta, con tantas travesuras en el camino, tanta sonrisas sin retener, con nuestro corazón bien unido. Dijo que me amaba al final del túnel, yo lo ame todo el camino en silencio. Y tras perder la cordura junto a sus rizos llegamos al motel barato, más animados que nunca, sin querer detener nuestra aventura. Una habitación barata con sábanas que fingian ser de seda, dos almas enamoradas listas y decididas a dormir plácidamente confundiéndose de cuerpos. El hablaba, pero yo realmente no podía oírlo, me había perdido en él otra vez, pero esta vez sin ni una pizca de miedo. Nos besamos, sentí su corazón salir de su pecho para latir junto al mío, me mantuve cerca, abrazándolo con dulzura, me mantuve tranquilo por qué el estaba conmigo.

Paso la Noche en cámara lenta, aprecie su cabello revuelto en lo que para mí era la mañana. El reloj marcaba las 3 de la tarde, Conrad se rehusaba a despertar y tras un soborno de mi parte, (un chocolate con relleno de naranja) se dispuso a moverse de la cama. El agua fría como era de costumbre acarició mi piel antes de salir del lugar, sin embargo una mano fina cambio la temperatura del agua para hacerse de intruso en la bañera. No podía dejar de mirarlo, de apreciar su innata belleza, sus constelaciones apoderándose de su cuerpo a plena luz del día. Deje besos, deje besos sin perversión por sus hombros, aquel me daba sonrisas puras y llenas de vida. Y ahora, frente a él, mirándolo directamente a los ojos solo tenía una pregunta que había estado evitando..

Metanoia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora