El resurgir de los Cafeteros

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Richard

El 15 de octubre de 2024 amaneció con un calor húmedo típico de Barranquilla, como si la ciudad misma estuviera lista para el partido. Desde temprano, el ambiente se sentía diferente; algo en el aire indicaba que este no sería un día cualquiera. Mientras me preparaba para salir del hotel rumbo al estadio, intenté concentrarme en los detalles técnicos y en las indicaciones del profe Lorenzo. Pero no era fácil, con la adrenalina ya comenzando a recorrer mis venas y las expectativas del país entero pesando sobre mis hombros.

Antes de partir, vi a Sofía en el lobby. Me miró con esa mezcla de orgullo y apoyo que siempre me daba fuerzas. Se acercó, tomó mis manos y me dijo: "Hoy es tu día, Richard. Sal ahí y hazlo por ti, por todos."

Asentí, intentando sonreír, pero sentía una mezcla de nervios y determinación. "Lo daré todo," le respondí, apretando su mano antes de darle un beso rápido. Sabía que, pase lo que pase en el campo, ella estaría en las gradas apoyándome.

Llegamos al Estadio Metropolitano Roberto Meléndez, y desde que bajamos del bus, los cánticos de la afición ya se escuchaban retumbando en las paredes del túnel. El estadio estaba pintado de amarillo, azul y rojo, con banderas ondeando y los gritos de "¡Vamos, Colombia!" resonando por todas partes. Esa energía es inigualable. La sentí entrando en mi cuerpo, haciéndome más fuerte.

La charla previa en el vestuario fue breve pero intensa. El profe Lorenzo nos miró a todos con esos ojos decididos y nos dijo: "Hoy no se trata solo de ganar. Se trata de demostrarle al mundo de lo que somos capaces. ¡Salgan y jueguen con el corazón!"

Cuando salimos al campo y empezó el himno nacional, los nervios se transformaron en pura determinación. Era momento de hacer historia.

El primer tiempo fue intenso. Desde el primer minuto, presionamos alto, moviendo el balón rápido y buscando espacios. Chile, con Gareca al mando, se replegó en su campo, tratando de mantenernos a raya. Pero sabíamos que podíamos romper esa defensa. Fue en el minuto 34 cuando el estadio estalló en júbilo. Un tiro de esquina perfectamente ejecutado encontró la cabeza de Dávinson Sánchez, quien remató con fuerza para abrir el marcador. Grité el gol con todo mi ser, abrazándome a los compañeros. Era el inicio que necesitábamos.

Con la ventaja, nos fuimos al descanso sabiendo que no podíamos bajar la intensidad. Lorenzo nos insistió en mantener el ritmo y no confiarse. "Sigamos así, muchachos. Vamos por más," dijo antes de que saliéramos para la segunda mitad.

El segundo tiempo arrancó con la misma energía. Seguíamos atacando, no dándole respiro a Chile. Y fue en el minuto 52 cuando Luis Díaz, aprovechando un error en la defensa rival, puso el 2-0. Lo vi correr hacia la tribuna, levantando los brazos y celebrando con la afición. Sabía lo que significaba ese gol para él, para todos nosotros.

Minuto tras minuto, mantuvimos el control del partido. Alrededor del minuto 70, me di cuenta de que había jugado un papel clave en mantener la presión alta en el mediocampo. Cada recuperación de balón, cada pase corto, era un paso más hacia la victoria.

En el minuto 82, llegó el tercer gol gracias a Jhon Durán. Cuando la pelota entró, sentí que una parte de la carga se levantaba de mis hombros. Habíamos sellado la victoria, y la afición lo sabía. Pero no fue hasta el tiempo añadido, en el 93', cuando Sinisterra anotó el cuarto gol que el estadio se vino abajo. Fue el golpe final, la estocada que confirmaba nuestra supremacía.

Cuando el árbitro pitó el final del partido, un torrente de emociones me invadió. Nos habíamos redimido. La victoria no solo era por los tres puntos, sino por cada colombiano que había creído en nosotros después de la derrota en Bolivia. Busqué a Sofía en las gradas mientras caminaba hacia el vestuario. La vi, saltando de alegría y agitando una bandera de Colombia. Le lancé una mirada y una sonrisa, como diciéndole: "Lo logramos."

Después de la celebración en el vestuario, que incluyó cánticos y abrazos con los compañeros, finalmente tuve un momento a solas. Me cambié de ropa y salí a buscar a Sofía. Cuando la vi en el túnel, me acerqué y la abracé con fuerza.

"Te lo dije," me susurró al oído. "Sabía que hoy sería tu día."

"Sí," le respondí, tomando su mano. "Y quiero que esto también sea para ti." Saqué la cajita con la pulsera de oro que le había comprado en Medellín y se la entregué. "Sé que te dije que la sorpresa sería después del partido, pero no hay mejor momento que ahora."

Sofía abrió la caja y se quedó mirándola con una sonrisa que iluminó todo el lugar. "Es preciosa, Richard. Gracias... por todo."

"Te mereces esto y mucho más," le dije, colocando la pulsera en su muñeca. "Siempre estás ahí para mí. Hoy, esta victoria también es tuya."

Nos quedamos abrazados un momento más antes de salir a la noche barranquillera, con el sonido de la celebración aún resonando en el estadio y el sabor dulce de una victoria que nos acercaba un paso más al Mundial.

Si tú supieras |Richard Rios|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora