Una promesa silenciosa.

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La atmósfera en la mesa esa mañana era sofocante. El habitual bullicio del desayuno en casa había sido reemplazado por un silencio incómodo, casi opresivo. Towa, que solía charlar animadamente, permanecía en un mutismo inquietante, centrada en su taza de café cortado. Cada sorbo que daba parecía calculado, como si estuviera midiendo el tiempo, evitando a toda costa cruzar miradas. Esa inusual quietud no pasó desapercibida para su padre, Gojo, quien comenzaba a sentir una ligera tensión acumulándose en el ambiente.

Rin, sentada al otro lado de la mesa, tampoco parecía tener ganas de conversar. Su sonrisa amable, la que solía iluminar cualquier mañana, no estaba allí. En su lugar, un silencio gélido que resultaba casi más perturbador que si hubiera habido confrontación.

Gojo tragó saliva, su mente buscando desesperadamente una explicación. ¿Había hecho algo mal? Entonces, recordó los mensajes. Los mensajes que había estado ignorando deliberadamente, los que podrían haber aparecido en la pantalla de bloqueo de su celular. Una punzada de preocupación lo atravesó, un nerviosismo que comenzó a apoderarse de su cuerpo.

—¿Sucede algo, querida? —preguntó, intentando sonar despreocupado, pero su voz traicionaba el creciente miedo que se acumulaba en su pecho. Sus ojos buscaban una señal en el rostro de Rin, una respuesta que lo tranquilizara.

Towa no levantó la mirada. Simplemente bebió otro sorbo de su café, fingiendo indiferencia. Pero sus gestos, el pequeño temblor en sus dedos, delataban que algo estaba muy mal. Gojo lo sintió. Algo no encajaba.

Rin, por su parte, sonrió. Una sonrisa educada, casi mecánica, que no alcanzaba a iluminar sus ojos. Era una fachada, y Gojo lo sabía. Sintió que el aire se volvía más pesado a su alrededor, como si estuviera a punto de descubrir algo que no quería enfrentar.

—No es nada, cariño —respondió Rin con una suavidad que lo inquietó aún más. Su tono, aunque aparentemente tranquilizador, escondía algo bajo la superficie.

El corazón de Gojo comenzó a latir con fuerza. Las palabras de Rin flotaban en el aire como una advertencia silenciosa. Sabía que, aunque ella decía que no pasaba nada, algo estaba profundamente roto. Y lo peor era que no podía evitar preguntarse si ya sabían la verdad, esa que había estado intentando enterrar.

Gojo se levantó de la mesa con movimientos tensos, como si cada paso lo acercara a una incertidumbre que no quería enfrentar. Miró a Towa, que seguía evitando su mirada, y luego a Rin, cuya sonrisa seguía fija pero frágil. Sintió un nudo en la garganta, pero intentó ignorarlo. Quizás solo estaba siendo paranoico. Quizás solo era una de esas mañanas donde el cansancio o el estrés generaban distancias. O al menos eso intentaba creer.

—Me voy al trabajo —anunció, tratando de sonar normal, aunque su voz era más baja de lo habitual. Se inclinó primero hacia Rin, depositando un beso en su mejilla. Ella no se apartó, pero tampoco correspondió con el mismo calor de siempre. Después, dirigió una mirada a Towa, esperando algún tipo de reacción, pero solo recibió un leve asentimiento de su parte.

Gojo tomó su maletín y se dirigió a la puerta, sintiendo el peso del silencio detrás de él. Justo antes de salir, se giró una última vez.

—Nos vemos luego —dijo, forzando una sonrisa que no convencía ni a él mismo. Cerró la puerta con suavidad, el eco de su partida resonando en el vacío que había dejado en la casa.

El clic de la cerradura fue como un disparo silencioso. Apenas la puerta se cerró, Rin rompió en llanto. Las lágrimas que había contenido durante todo el desayuno comenzaron a caer sin control. Su cuerpo se dobló, sus manos temblorosas cubrieron su rostro, y el dolor que había estado reprimiendo finalmente salió a la superficie.

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