El deseo de tenerlo todo

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Gojo apenas lograba concentrarse en el trabajo. Su mente estaba atrapada en una maraña de dudas y remordimientos, y en el temor constante de que su esposa, Rin, descubriera la relación que mantenía en secreto. Sabía que estaba actuando mal, que estaba traicionando la confianza de la mujer que había estado a su lado por años, pero no podía evitarlo; Karan había entrado en su vida y le había devuelto algo que creía perdido: el deseo.

Karan era como un imán, atrayéndolo con una intensidad que le nublaba la razón. Cuando ella comenzó a trabajar en su empresa, como una novata llena de ambiciones, apenas le prestó atención. Pero pronto se dio cuenta de las miradas intensas que ella le lanzaba, de cómo sus ojos buscaban los de él en cada reunión, en cada cruce en los pasillos. Y un día, cuando el edificio ya estaba vacío, ella apareció en su despacho, su mirada decidida, aunque sus manos temblaban levemente al cerrar la puerta detrás de ella.

-Hay algo que debo decirle, jefe -murmuró, apenas contenida por la timidez.

Gojo, que se estaba preparando para irse a casa, la miró intrigado, percibiendo el rubor en sus mejillas y cómo su respiración se volvía irregular. Era tan joven, tan diferente a él, y aun así tan... provocativa.

-Claro, Karan, puedes decirme lo que sea -respondió, intentando no dejar traslucir la emoción que le producía verla tan vulnerable y a la vez tan determinada.

-Yo... lo deseo -confesó ella, mirando sus ojos con una intensidad que lo dejó sin aliento-. Lo deseo demasiado -repitió, y una chispa de desesperación se coló en su voz. Tragó saliva y continuó-. Sé que está mal, por eso venía a darle mi renuncia.

Extendió la mano con el papel, y Gojo sintió una oleada de emociones contradictorias: sorpresa, nerviosismo y, sobre todo, una pasión incontrolable que no había experimentado en años. Antes de que pudiera pensarlo demasiado, le tomó la muñeca, ignorando el papel, y la acercó hacia él con firmeza, hasta que apenas unos centímetros los separaban.

-¿Eres consciente de lo que acabas de decir? -murmuró, su voz profunda, resonando en el aire cargado de tensión entre ambos.

Karan apenas logró asentir, sintiendo el calor que emanaba de él, anhelando lo que sucedería después.

-Lo deseo demasiado -repitió, esta vez con un aire de desafío, sus ojos brillando de triunfo, como si el mundo se rindiera a sus pies. Ella sabía exactamente lo que estaba haciendo, cada palabra, cada mirada había sido calculada, y Gojo estaba cayendo, perdiendo el control.

Él se inclinó hacia ella, enredando su mano en su nuca y besándola con una desesperación que parecía estar acumulada desde el momento en que cruzaron su primera mirada. Karan le devolvió el beso con la misma intensidad, disfrutando de cada segundo, sintiendo que su victoria era total. Había logrado capturar a uno de los empresarios más poderosos del país, y él la deseaba tanto como ella a él.

Desde aquella noche, todo se desmoronó para Gojo. Karan se había convertido en una obsesión. Se despertaba por las mañanas pensando en ella y, aunque cada día era un martirio regresar a casa con Rin, no podía evitarlo; Karan encendía algo dentro de él que nadie más lograba. Intentó terminar con ella, en algún momento, pero el vacío que sintió fue insoportable.

Ahora, dos años después de ese primer encuentro, ambos compartían una comida rápida en la cafetería cercana a su oficina. Gojo apenas probaba bocado, su mente atrapada en el creciente temor de que su esposa lo hubiera descubierto.

-¿Ocurre algo, cielo? -preguntó Karan con voz suave, inclinándose hacia él, fingiendo una preocupación que él sabía bien que no era real.

-Creo que Rin sabe lo nuestro -respondió con un tono tenso, reprimido-. Mandaste demasiados mensajes hoy.

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