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Estado: La verdadera realidad de los creyentes del pueblo.











Taehyung caminaba por las calles del pueblo como un fantasma, cada mirada que sentía sobre él parecía incrustarse en su piel, como dagas invisibles. La gente no decía nada directamente, pero los susurros y las miradas furtivas hablaban más fuerte que cualquier palabra. Sabía lo que pensaban de él. Había dejado de ser el hijo ejemplar, el chico devoto y obediente. Ahora era el pecador, El que casi mata a Jungkook, el pecador, el hijo de los Kim.

Asi se sentia Jungkook al ser juzgado?

Al llegar a la sala, el silencio era ensordecedor. Sus padres, que antes lo miraban con orgullo, ahora ni siquiera lo reconocían. Era como si hubiera dejado de existir para ellos. El único momento en que le prestaban atención era para castigarle, como si los latigazos pudieran borrar lo que había sucedido, como si pudieran redimirlo. Pero no sentía redención, solo dolor.

Con las manos temblorosas, Taehyung tomó su teléfono y, en un impulso, llamó a su hermano. El sonido del timbre al otro lado de la línea era lo único que rompía el pesado silencio que lo rodeaba. Cuando la voz familiar de su hermano contestó, las lágrimas que había estado conteniendo empezaron a brotar sin control.

—Hyung... no puedo más, estoy cansado de todo esto... —murmuró, su voz apenas un susurro, rota por la angustia. Le contó todo. Cómo sus padres ya no lo miraban, cómo lo habían castigado con latigazos, y cómo se sentía completamente solo.

El silencio que siguió del otro lado le hizo pensar que quizás no había debido llamar. Pero entonces, su hermano habló, su voz serena pero cargada de preocupación.

—Voy a ir por ti, Taehyung. Muy pronto. No te preocupes, saldremos de esto te lo prometo Tae.

Taehyung colgó cansado de escuchar la misma excusa, las lágrimas continuaban cayendo. Decidió salir de casa estaba cansado de lo que se había convertido su casa, necesitaba aire, necesitaba escapar, aunque fuera solo por un momento. Caminó sin rumbo, y sin darse cuenta, sus pasos lo llevaron frente a la iglesia. El lugar que antes era su refugio espiritual, ahora parecía una prisión, un monumento al juicio y el castigo. Se dejó caer de rodillas en la acera frente al edificio, incapaz de contener su llanto.

Taehyung se sentía cansado de todo, aquellos días habían sido la perdición de el pobre adolescente que solo había querido florecer y sentir lo que era ser una flor libre de su prisión.

Algo dentro de él comenzó a romperse.

¿Cómo podían sus padres, las mismas personas que lo habían criado con tanto amor, ser capaces de lastimarlo de esa manera?

La imagen de su madre, que antes lo miraba con ternura y orgullo, ahora se confundía con el rostro frío y distante de quien lo había visto sufrir sin inmutarse. El recuerdo de su padre, que solía abrazarlo y levantarlo en el aire como si fuera su mayor tesoro, se distorsionaba con cada golpe que había recibido de sus manos. ¿Qué pasó con ellos? ¿Cuándo dejaron de amarme y empezaron a castigarme? pensaba, y el dolor de esa traición lo atravesaba más que cualquier latigazo. Tal vez nunca habían sido los padres amorosos que él creía, tal vez el amor que le ofrecieron siempre estuvo condicionado a su obediencia, a seguir sus reglas sin cuestionar.

¿Acaso lo habían amado alguna vez por ser él mismo, o solo por ser lo que ellos querían que fuera?

Mientras lloraba, sumido en su propia desesperación, una voz suave lo sacó de su trance.

—Taehyung, ¿qué te sucede?

Seokjin se había acercado silenciosamente, observando con preocupación. Sabía lo que la gente decía sobre Taehyung, pero algo en él se negaba a aceptar que todo fuera tan simple como los rumores lo pintaban, él había estado ese dia y habia visto todo. Se arrodilló junto a Taehyung en la acera, colocándole una mano en el hombro. Al principio, Taehyung no respondió, pero eventualmente levantó la cabeza, con el rostro bañado en lágrimas.

—Me... me castigaron—confesó Taehyung, la voz rota. Seokjin frunció el ceño.

—¿Qué te hicieron? —preguntó, preocupado.

Taehyung respiró hondo, como si incluso decirlo le costara dolor físico. —Latigazos me golpearon hasta cansarse, no se detuvieron ni porque se los pedia. Por lo que sucedió... con Jungkook.

En ese momento, Seokjin se quedó en silencio, sintiendo un dolor familiar. El recuerdo lo golpeó de golpe, como una ola de emociones no deseadas. Las imágenes de l moreno aparecieron en su mente: el castigo, los latigazos, el cuerpo casi sin vida que había quedado atrás. Todo por el mismo motivo. El fanatismo. Por un amor que otros consideraban inaceptable.

Sin decir nada más, Seokjin abrazó a Taehyung. Fue un gesto instintivo, uno que sabía que el joven necesitaba. El abrazo no era solo para consolar, sino también para proteger, para recordarle que no estaba solo.

—Ven conmigo —dijo finalmente Seokjin, su voz suave pero firme. Taehyung no protestó. Simplemente asintió, agotado, y dejó que Seokjin lo ayudara a ponerse de pie.

Caminaron en silencio hasta la casa de Seokjin, donde lo guió hasta la sala y le indicó que se sentara. Con calma y paciencia, Seokjin empezó a limpiar y vendar las heridas en la espalda de Taehyung las cuales se veían que no habían sido cuidadas, sus heridas se notaban recientes de más o menos unos dos días.

Cada golpe era una marca de algo más profundo, algo que no se curaría con simples vendajes.

—Esto no está bien —murmuró Seokjin mientras trabajaba, rompiendo el silencio.

Taehyung lo miró confundido. —¿Qué no está bien?

Seokjin suspiró, el peso de los recuerdos cayendo sobre él. —Que te castiguen así, que te traten de esta manera. Ser devoto de una religión no debería significar sufrir. Ningún padre que realmente ame a su hijo lo lastimaría de esta forma, ni por la religión ni por ninguna otra razón.

Las palabras golpearon a Taehyung con fuerza. Siempre había creído que lo que sus padres hacían era por su bien, por su salvación. Pero escuchar a Seokjin cuestionar eso lo hizo dudar, aunque solo fuera por un segundo.

—Hace años... —comenzó Seokjin, mirando al suelo mientras hablaba—, conocí a alguien que pasó por algo similar. Fue castigado, casi hasta la muerte, pero a él le hicieron eso solo por amar a la persona equivocada, según los demás. El fanatismo los cegó, los hizo olvidar lo que realmente significa amar.

Amar no era un pecado, Dios amaba a todos por igual.

Taehyung escuchaba en silencio, sintiendo que la historia que Seokjin le contaba resonaba con su propia vida de una manera inquietante.

—Ese alguien era... alguien importante para mí y él... casi no lo cuenta o tal vez no la conto quien sabe segun muchos dicen que no sobrevivió. Lo castigaron por amar a un chico, por hacer algo que para otros era imperdonable. Y yo... yo lo vi sufrir, lo vi desvanecerse, y no pude hacer nada. Ese fue el momento en que me di cuenta de lo cruel que puede llegar a ser el fanatismo, y cómo las personas pueden usar la religión como una excusa para herir a quienes supuestamente aman.

Las palabras de Seokjin penetraron profundamente en Taehyung, plantando una semilla de duda sobre todo lo que había creído hasta ese momento. Lo que estaba pasando, lo que le hacían, ¿realmente era por amor? ¿O era simplemente otra forma de control y castigo?

—Lo que te hicieron, Taehyung, no es tu culpa —continuó Seokjin, con la mirada fija en las heridas que estaba curando—. Nadie merece ser tratado así, ni por sus creencias ni por sus errores. Tienes que entender eso.

Mientras Seokjin hablaba, Taehyung sintió un extraño alivio. Por primera vez, no se sentía completamente solo. Sabía que el camino que tenía por delante sería difícil, pero al menos ahora había alguien dispuesto a caminarlo junto a él.

Tan crueles habían sido para casi dejar sin vida a alguien?

¿Por amar a una persona?

Mientras Seokjin terminaba de vendar las heridas de Taehyung, las palabras que había dicho seguían resonando en su mente.

¿Cómo podía ser que todo lo que había creído, lo que sus padres le habían enseñado, se sintiera tan... equivocado ahora? Durante tanto tiempo, había vivido convencido de que los castigos eran merecidos, una prueba de su fe, de su devoción. Pero ahora, con las cicatrices recientes en su espalda, empezaba a cuestionar todo eso. ¿Qué clase de amor permitía tal dolor? ¿Y cómo era posible que aquellos que lo castigaban, que decían amarlo, pudieran hacerlo sin dudar?

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